Los opinólogos de ocasión que proliferan como hongos en el México de hoy, y no tienen la menor idea de cómo funcionan las burocracias públicas a todo nivel, simplifican el proceso del crecimiento tratando de encontrar el Santo Grial y lo reducen a una reforma fiscal, de la que hasta ahora, nadie sabe en qué podría consistir, pero suena de moda.
Trátese de lo que sea, esgrimen que todo se resuelve cobrando más impuestos al que se deje, en especial, desde luego, a los contribuyentes que están dentro de la economía formal, pero graciosamente omiten la otra mitad de la ecuación. En México la calidad del gasto público es deplorable, y por ende, recaudar más dinero sin una rigurosa planeación, focalización, monitoreo y evaluación de lo que se hace con ello, es entregarlo a la ejecución de una burocracia devoradora, corrupta e insaciable, por eso es interesante y correcta, creo yo, la declaración del nuevo gobierno, de que por lo pronto, no habrá reforma fiscal.
En México, buena parte de la ineficiencia del marco tributario se explica porque está mal diseñado y plagado de agujeros bajo las etiquetas de exenciones, excepciones, estímulos fiscales, subsidios y demás.
Véase el caso del IVA, donde una serie de actividades, bienes o servicios, están exentos o tienen tasa cero, que para el caso es lo mismo, entre ellos, por ejemplo, el caviar. O bien, porque hay privilegiados que disfrutan de un tratamiento discrecional, como Pemex, una empresa a la que el gobierno federal anunció que le perdonaría el pago de impuestos por unos 87 mil millones de pesos, porque además de su proverbial ineficiencia y corrupción, está técnicamente quebrada. No se diga el caso de estados y municipios mexicanos que han encontrado la solución más honesta para quedar bien con la galería y no meterse en laberintos, de plano, pues no cobran casi nada, y les voy a dar dos ejemplos.
La tenencia o lo que ahora se llama con cierto eufemismo, control vehicular, es un impuesto progresivo y no regresivo, es decir, paga más quien tenga vehículos de gran lujo, de alta gama, y menos quien tenga un carrito modesto. Otra es que es un impuesto de control ambiental, de los que ahora se llaman impuestos verdes, que tienen como finalidad desintensivar el uso de vehículos particulares como una manera de hacer más eficiente la movilidad, reducir las emisiones contaminantes y mejorar los tiempos de traslado. Y una más es que es fácil de recaudar.
Con los años, sin embargo, y por motivos electorales prácticamente se dejó de cobrar o se estableció una cantidad fija muy baja para todas las unidades y supuso que las entidades perdieran una cuenta importante de ingresos propios, es urgente, sin duda, corregirlo.
Y el otro es el impuesto predial, una fuente de ingresos que en los municipios mexicanos, representa hoy, apenas el 0.13% del PIB, mientras que en otros países supone entre el 2.5 y el 3%, y como nadie quiere pagar el costo político de cobrar impuestos y se han vuelto adictos a las participaciones fiscales federales, el predial alcanza tan solo un modesto 8.8% de lo que le cae a las haciendas municipales en todo el país.
Esto es en parte, causa de la mala calidad de los servicios públicos en muchas ciudades de México, por lo tanto, el diseño, la formulación y la ejecución de políticas públicas que impacten el crecimiento y la equidad, tiene que empezar a abordar, o más bien, a superar esas ineficiencias, incrementar la base tributaria, reducir la informalidad, y combatir la evasión y a los factureros que abundan ahora.
La moraleja es clara, hay que remendar el saco roto antes de volver a llenarlo con políticas que ya fracasaron en el pasado.