Opinión

La educación mexicana en la actualidad

Por Otto Granados

Los libros de texto ya no son el único vehículo y ni el más importante en el proceso de aprendizaje


Desde hace varios meses, los padres de familia han emitido un llamado de alerta hacia los nuevos libros de texto que se están elaborando en plena opacidad las autoridades educativas federales.

Se tratan alguna medida de una discusión innecesaria e insustancial, porque, por un lado, recupera la vieja pretensión de Plutarco Elías Calles, cuando en 1934 pidió apoderarse de las conciencias de la niñez y la juventud para arrancarlas, según dijo Calles, de las garras del clero y de los conservadores. Pero, por otro lado, la realidad es que los libros de texto ya no son el único vehículo y ni siquiera el más importante en el proceso de aprendizaje en las escuelas públicas mexicanas.

El primer problema que tienen es que no son libros propiamente educativos, sino ideológicos, adolecen de una mínima garantía de calidad y carecen de un diagnóstico preciso de cómo está la educación. Sobre todo después de la pandemia. Solo para darle un ejemplo: vale la pena recordar que la pobreza de aprendizajes, es decir, el porcentaje de niños de 10 años que no puede leer ni comprender un texto simple se fue del 57%, que era antes de la pandemia, a más de 70% en la actualidad, que la mitad de los alumnos que regresaron a clases en el ciclo escolar 2021-2022 apenas conocían el 50% de los contenidos curriculares y que el porcentaje de alumnos de primaria con nivel insuficiente en matemáticas pasó del 59% al 78%, esta es la fotografía de la educación mexicana en la actualidad. Y por supuesto, los libros de texto no resuelven nada de eso, sino que es exactamente al revés porque desplazan las matemáticas o la lectura como asignaturas prioritarias y las empaquetan en cientos de programas analíticos y sintéticos que se supone que cada maestro deberá adoptar o no en su trabajo en el aula. Es decir, se pretende que los niños ahora estén ubicados en el bando de los oprimidos o de los opresores, aunque no sepan matemáticas ni sepan leer.

El segundo problema es que los libros de texto ya no son el vehículo relevante de adquisición y transmisión de información de aprendizaje de conocimiento como supuestamente lo fueron en otras décadas, la razón es muy sencilla, el mundo del siglo XXI es muy distinto por la emergencia de las tecnologías de la información y de la comunicación, déjenme darle este ejemplo: la mayoría de los niños que ingresan este año la primaria ya son nativos digitales, en el actual libro de texto de historia del cuarto grado de primaria, vienen tres páginas sobre Miguel Hidalgo y Costilla, pero en el buscador de Google hay 4 millones de resultados a la misma entrada Miguel Hidalgo y Costilla como es fácil de suponer el libro ya no compite con tal volumen de información.

El tercer problema es que hay una revolución del conocimiento en marcha, a principios del siglo pasado la producción de conocimientos se duplicaba cada 100 años, hoy lo hace cada dos o tres años y los contenidos digitales en 100 días o menos.

El cuarto, de imparable expansión de la inteligencia artificial, de los datos de la robótica o bien los nuevos hallazgos neurológicos y cognitivos que permiten comprender mejor el funcionamiento del cerebro, esto es, la forma como aprenden los niños.

Se dice que los libros tradicionales existen porque no todos tienen tecnología y esto ya no es verdad, el acceso a bienes tecnológico y a la conectividad en México va creciendo a una velocidad tan notable que pronto dejará de ser una limitación y más tras la pandemia. Hay un estudio que se llama digital 2023 que calcula que del total de la población mexicana, el 96% dispone de un celular móvil y el 79% son usuarios de Internet. Y finalmente, hay distancias abismales entre la escuela de hoy y el entorno informativo y tecnológico con el que convive, cada emisora de radio emite unas 150.000 palabras diariamente, sin incluir los medios digitales, las redes sociales y las distintas plataformas tecnológicas cuya cuantificación es ya incalculable, en cambio, la escuela es todavía una empresa de baja tecnología.

Así que si los funcionarios quieren, como decía calles en 1934, “apoderarse de las conciencias de los niños”, pues tendrán que buscar otro camino.