El maestro Santiago Álvarez de Mon publicaba el artículo ‘Gestión de expectativas’.
En él se preguntaba:
“¿Cuáles son nuestras expectativas profesionales?
¿Qué puestos de responsabilidad ambicionamos?
¿Dónde nos gustaría llegar?
¿Cuál es nuestro techo laboral?
¿Qué promoción buscamos y consideramos justa y oportuna?”
Unos pecan por defecto, los conformistas, y otros por exceso, porque confunden el optimismo con salirse de la realidad. El profesor Álvarez de Mon apuesta por el justo medio: “Mentalmente maduros, espiritualmente jóvenes, en forma, sin obsesionarse con los criterios de evaluación externos de una sociedad impaciente y ruidosa, viven con señorío y deportividad una historia de plenitud y entrega”.
Lo mismo ocurre en nuestro entorno de seres queridos. “Por un lado, están los jefes, padres, maestros que no descubren las posibilidades de sus subordinados, hijos, alumnos. Centrados en que cumplan las tareas asignadas, en que encuentren trabajo, en que aprueben, no perciben el potencial de crecimiento y aprendizaje. Los líderes que necesitamos son capaces de cambiar la conversación interior de sus interlocutores, despiertan expectativas e ilusiones nuevas, asentados sobre una base sólida y segura”. Existe el otro extremo, el de “las expectativas que son tan elevadas que actúan de inhibidor de las mejores iniciativas y compromisos”.
SAM concluye: “Despierta en el horizonte un estrés cocido a fuego lento, mientras el secreto de una infancia feliz, de una juventud sana, una madurez responsable, esperanzada, se torna esquivo e inalcanzable. ¿Expectativas, ilusiones? Sí, gasolina para vivir pero anclada en la realidad. La cabeza en las nubes y los pies en la tierra”.
Fuente: Expansión, febrero 2023