Opinión

El gran problema del agua

Por Otto Granados


Muy probablemente nadie se dio cuenta de que en diciembre pasado se produjo un acontecimiento histórico en Estados Unidos, que es que por vez primera se empezó a cotizar el precio del agua en los mercados de futuros de la bolsa mercantil de Chicago, al igual que desde hace tiempo pasa con otros productos como la leche, el ganado, el maíz, el oro, la plata y muchos más. 

¿Qué quiere decir esto?, pues quiere decir que en previsión de que puede escasear un producto y por lo tanto pueda subir de precio, usted puede comprarlo desde hoy, y en el futuro pagará por ese producto el precio pactado, con independencia de que en los próximos meses o años haya aumentado. 

Y, al contrario, ¿qué pasa si el precio futuro baja? Bueno, pues que, si el comprador espera que el precio de un bien baje en el futuro, sencillamente se abstiene de compararlo hoy. Es, para dar un ejemplo muy simple, si yo voy a comprar maíz, lo pacto a 100 pesos el kilo, por decir algo, y si en el futuro sube a 150, yo sigo pagando los 100 pesos que pacté en un momento determinado. 

Pues bien, como el agua es un bien escaso cuando hay años secos, yo pago desde ahora el agua que voy a consumir, por ejemplo, para la agricultura, y así me defiendo contra eventuales aumentos de precio, esto es lo que está pasando hoy en el estado de California. En conclusión, lo más interesante es que por vez primera el agua forma parte del mercado de futuros por una razón muy sencilla, el agua se está acabando en todo el mundo y un bien que falta es un bien que se encarece.

Contra lo que se piensa comúnmente, el agua es un recurso finito esencial para el desarrollo económico, para la salud y el bienestar de la población. Según la Unión Europea, el agua de nuestro planeta se puede representar en una bola cuyo tamaño sería mil veces menor que el tamaño del globo terráqueo. Parece poca agua, pero en realidad disponemos de incluso menos porque el 90% de ella es agua salada, y el 99% del agua dulce se encuentra en el subsuelo, por lo tanto, el agua dulce superficial y de fácil acceso, representa solo el 0.07% del total de los recursos hídricos en la tierra. 

A todo lo anterior hay que añadirle que esa agua hay que extraerla, potabilizarla, conducirla y servirla a una población que sigue en aumento y eso cuesta enormes y costosísimas inversiones en infraestructuras, las cuales se calculan en unos 700 mil millones de dólares anuales en proyectos relacionados con el agua en todo el mundo de aquí al año 2030.

Y finalmente, hay que decir que, en el caso de Aguascalientes, desde los años 60 existe un decreto de veda, lo que quiere decir que como estamos en una zona semiárida, el agua es todavía más escasa. Hoy en Aguascalientes el 77% del agua se lo lleva la agricultura que aporta solamente el 4.1% del Producto Interno Bruto, el 20.2% es para usos urbanos que aportan casi el 48% del PIB y el 2.8% restante se lo lleva la industria que aporta el 48% del IPIB. 

Además, Aguascalientes es uno de los estados que más sufre el llamado estrés hídrico que es el indicador que mide el agua extraída contra el agua que se puede recargar en los mantos acuíferos, es decir, que se extrae mucho más de lo que estamos recargando. Hoy en Aguascalientes se estima que cada año, se extraen 286 millones de metros cúbicos, y cada metro cúbico, para tener la referencia, equivale a mil litros. 

Insisto, a este paso el agua será cada vez más escasa, lo que supone que se extrae cada vez a mayor profundidad y quiere decir que construir la infraestructura que requiere el estado en los próximos años será cada vez más costoso, que llevarla a los usuarios finales será cada vez más complejo y que el agua más cara es aquella que no se tiene, así de sencillo.

Por lo tanto, a corto y a mediano plazo, este es el principal problema de Aguascalientes y por lo tanto debe ser abordado por las autoridades con absoluta responsabilidad, con la mayor y mejor información técnica mediante un proceso abierto, público y transparente donde la población sepa qué se hace y con supervisión y observación internacional de organismos y de expertos que puedan ayudar a diseñar la política del agua para los próximos 30 años por lo menos. 

Y todo eso, desde luego, sin la demagogia de partidos políticos, de candidatos, de regidores, de síndicos o de autoridades municipales que no entienden un ápice del problema o bien de empresarios que quieran sacar ventaja o incurrir en conflictos de interés en ese diseño a futuro. 

Este es finalmente un asunto muy serio y debe ser abordado como tal.