Opinión

Capitalismo inevitable

Por Juan José Rodríguez Prats

Tenemos que salvar al capitalismo de sí mismo, pues, junto con la democracia impulsada por el dinero, genera una dinámica autodestructiva.


La tarea más importante del próximo gobierno será hacer competitivo a México para atraer inversiones. Es una oportunidad única y perentoria. No aprovecharla sería un atropello y una violación flagrante al derecho intergeneracional. Seguramente, quienes nos sucedan nos reclamarían nuestra negligencia al cancelarles la posibilidad de mejorar su nivel de vida. 

Permítanme un paréntesis para señalar los eventos que consolidaron al capitalismo como la economía que genera más desarrollo.

Los estados socialistas o comunistas no han tenido mecanismos de autoadaptación. Cualquier cambio —lo constatan los hechos— propicia su desmoronamiento. Rusia y China son la excepción, son lo que muchos especialistas llaman capitalismo autoritario. Han preservado autocracias, pero han abierto sus economías. Ahora operan en una globalización apabullante. El caso de Rusia, derivado de su absurda e inmoral invasión a Ucrania, ha resistido una embestida de sanciones económicas en detrimento del nivel de vida de su población.

Frente a las tesis marxistas triunfaron Adam Smith y John Maynard Keynes. Estos genios visionarios escribieron dos textos que se complementan: La riqueza de las naciones (1776) y La teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). El primero le dio sustentabilidad a la economía de mercado. El segundo propone aliviar las crisis con la interacción del Estado. Son teorías que se han venido reafirmando con la aportación de especialistas en el transcurso de las últimas décadas.

Hay un notorio consenso en el diseño de políticas públicas: cada vez ponen mayor énfasis en el necesario amortiguamiento de la desigualdad y la pobreza, sin modificar los principios fundamentales del derecho a la propiedad, el respeto a la ley, la privatización de la economía y la obligación del Estado de otorgar los servicios de seguridad, salud, administración de justicia, educación, certidumbre en la gobernabilidad y en la preservación de la estabilidad.

Retornando a nuestro caso, es evidente un diagnóstico: el espacio de maniobra para gobernar cada vez será más estrecho. Habrá que agradecerle al presidente López Obrador su obstinada perseverancia para evidenciar lo que ya no funciona. La lista de sus fracasos es extensa y ya ha sido suficientemente mencionada. La continuidad del proyecto de la 4T, si es que la podemos considerar como tal, es simplemente inviable. Si López Obrador ha actuado en forma totalmente diferente a lo que planteó —no tan sólo en su última campaña, sino también en su larga militancia como elemento disruptivo y contrario al sistema político mexicano—, de ganar su partido (ojalá, por el bien de México, no suceda) el gobierno, por lo que la realidad implacablemente demanda, tendrá que hacer exactamente lo contrario de lo que hoy promete.

Desde que se optó por atar nuestra economía a la de nuestros vecinos, lo cual nos ha permitido subsistir con ciertos niveles de desarrollo, nos embarcamos en una tendencia irreversible. Intentar modificarla, como ha quedado de manifiesto una y otra vez, crearía una crisis inmanejable.

No compliquemos lo que a todas luces es indispensable: hacer a México competitivo con todas sus implicaciones. Un aspecto insoslayable consiste en entender el escenario internacional. Bien lo expresó Alicia Bárcena: “Crisis climática, la creciente brecha digital, la desigualdad, la migración irregular”. Ésa es la problemática a combatir.

En todas sus políticas públicas, México ha deambulado, desde el neoliberalismo a un frustrado intento (suponiendo sin conceder, de buena voluntad) por restaurar el añejo nacionalismo revolucionario. La falta de continuidad ha sido la causa de nuestros males. Ojalá se entienda y retomemos la racionalidad que algunas veces hemos tenido.