Opinión

Momento de “enrumbamiento”

Por Juan José Rodríguez Prats

En el corto plazo habrá dos eventos que nos marcarán el resto del siglo


Enrumbar, gran verbo. Significa encaminar, enseñar a alguien por dónde debe ir. Es lo contrario de arrumbar, que se entiende como desechar, o derrumbar, que equivale a destruir. Conforme a reglas gramaticales, la palabra enrumbamiento no es parte del diccionario de la RAE. Sin embargo, me tomo la licencia de utilizarla para referirme a los momentos en que una persona o una nación reencauza su vida, rediseña conductas, emprende un cambio sustancial.

En el corto plazo habrá dos eventos que nos marcarán el resto del siglo. Me atrevo a decir que son dos fechas y un destino. La elección del 2 de junio y la toma de posesión del titular del Poder Ejecutivo el 1º de octubre. El destino es la autocracia o la democracia.

Ha habido varios enrumbamientos en nuestra historia. Con todos sus riesgos, me atrevo a enunciarlos:

S 27 de septiembre de 1821. Marca el inicio de nuestra independencia con el arribo de Agustín de Iturbide a la Ciudad de México.

S 15 de julio de 1867. Benito Juárez declara el inicio de la República restaurada.

S 31 de mayo de 1911. Porfirio Díaz se embarca en el Ipiranga para comenzar su autoexilio.

S 5 de febrero de 1917. Venustiano Carranza promulga la Constitución que fortalece, contrariamente a lo que proclamaba Madero, el poder presidencial.

S 1º de septiembre de 1928. Plutarco Elías Calles anuncia la creación del partido político hegemónico.

S 10 de abril de 1936. Lázaro Cárdenas expulsa a Calles, fortaleciendo nuestro régimen presidencialista.

S 2 de julio de 2000. Un partido de oposición gana la Presidencia de la República e inicia la alternancia en la institución jurídico-política más importante del Estado mexicano.

Gabriel Zaid, una de las mentes más lúcidas de México, enumera en un artículo (Reforma, 28/04/24) los grandes desafíos que enfrentará la próxima presidenta de México.

Humilde y osadamente agregaría el más importante para mí: el inicio de un sistema político diferente. Me explico. La Revolución, con todo y sus graves falencias, creó un Estado que dio estabilidad, desarrollo, gobernabilidad, legitimidad endebles, por carecer de democracia y con corrupción, derivado de un precario Estado de derecho que más bien se orientaba por reglas no escritas, pero rigurosamente observadas. Ruiz Cortines señalaba algunas: “El poder presidencial solamente tiene dos limitaciones: el término sexenal y su sentido de responsabilidad”; otra más, “cuidar la investidura” y por último, “el PRI (partido de Estado) es un traje a la medida del pueblo de México”.

Estos principios han sido avasallados por el actual gobierno. Hay claras intenciones de un poder transexenal. Hay un Presidente con más concentración de atribuciones, pero con una notable pérdida de autoridad. La institución respetable de hace unas décadas ha sido deteriorada en su credibilidad y en su reputación. Hay una evidente indolencia en la toma de decisiones.

Discrepo de quien afirma que Morena es el retorno del viejo PRI. Ni remotamente, ya lo he dicho. El partido que gobernó casi todo el siglo XX fue concebido como un mecanismo de transición, no como una solución final para permitirle a México arribar a la democracia. Por eso, lentamente, cuidando en exceso las formas y el fondo, operando políticamente, sin violencia, instrumentó los cambios para arribar al proyecto contenido en nuestra Carta Magna. Poco nos duró el gusto. En la tercera alternancia la debacle es palpable. Por eso en los próximos días se concretará un nuevo enrumbamiento.

Parafraseando a Albert Camus en su discurso de aceptación del premio Nobel, me atrevo a decir que las generaciones del pasado tuvieron la tarea de hacer un Estado que hiciera justicia; las generaciones de hoy tenemos que evitar que el Estado caiga en las peores manos, las del crimen organizado.

¡Qué majestuoso desafío: cumplir y hacer cumplir la ley!