Opinión

Vida contemplativa. Elogio de la inactividad

Por Roberto Matosas


Considero a Byung-Chul Han, filósofo y ensayista, profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, uno de los pensadores más interesantes de nuestro tiempo. Su pensamiento crítico le ha convertido en el filósofo más leído en la actualidad. “Conté con él” en la selección de expertos para explicar ‘El virus que reseteó el capitalismo’. Ese “rinoceronte gris” que inicialmente parecía un “cisne negro”.

He estado leyendo el último libro de Byung-Chul Han (Seúl, 1959), ‘Vida contemplativa. Elogio de la inactividad’. Una llamada a abandonar la hiperactividad para recuperar el equilibrio y el sentido de la vida. “Estamos perdiendo nuestra capacidad de no hacer nada. Nuestra existencia está completamente absorbida por la actividad y, por lo tanto, completamente explotada. Dado que solo percibimos la vida en términos de rendimiento, tendemos a entender la inactividad como un déficit, una negación o una mera ausencia de actividad cuando se trata, muy al contrario, de una interesante capacidad independiente.” Byung-Chul Han indaga en los beneficios, el esplendor y la magia de la ociosidad y diseña una nueva forma de vida, que incluya momentos contemplativos, con la que afrontar la crisis actual de nuestra sociedad y frenar nuestra propia explotación y la destrucción de la naturaleza. Interesante propuesta.  La revista ethic ha reproducido un fragmento del libro, en el que destaca “Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que «ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica». Dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes. La existencia humana en conjunto está siendo absorbida por la actividad. Como consecuencia de ello, es posible explotarla. Vamos perdiendo el sentido para la inactividad, la cual no implica una incapacidad para la actividad, o su rechazo, o su mera ausencia, sino que constituye una capacidad autónoma. La inactividad tiene su lógica propia, su propio lenguaje, su propia temporalidad, su propia arquitectura, su propio esplendor, incluso su propia magia. No es una forma de debilidad ni una falta, sino una forma de intensidad que, sin embargo, no es percibida ni reconocida en nuestra sociedad de la actividad y el rendimiento.”

Por el contrario, “La inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana. Hoy se ha ido difuminando hasta volverse una forma vacía de actividad. En las relaciones de producción capitalistas, la inactividad regresa como un afuera cerrado. La llamamos «tiempo libre». Dado que este es útil para el descanso del trabajo, permanece presa de su lógica. En cuanto derivado del trabajo, es un elemento funcional en el seno de la producción. Con ello se hace desaparecer el tiempo realmente libre, que no pertenece al orden del trabajo y la producción. Ya no conocemos aquel reposo sagrado y festivo que «reúne intensidad vital y contemplación y que incluso es capaz de reunirlas cuando la intensidad vital llega al desenfreno». El «tiempo libre» carece tanto de la intensidad vital como de la contemplación. Es un tiempo que matamos para impedir que surja el tedio. No es un tiempo realmente libre, vivo, sino un tiempo muerto. Una vida intensa hoy implica, sobre todo, más rendimiento o más consumo. Hemos olvidado que la inactividad, que no produce nada, constituye una forma intensa y esplendorosa de la vida. A la obligación de trabajar y rendir se le debe contraponer una política de la inactividad que sea capaz de producir un tiempo verdaderamente libre.

La inactividad forma lo humanum. Lo que vuelve auténticamente humano al hacer es la cuota de inactividad que haya en él. Sin un momento de vacilación o de interrupción, la acción [Handeln] se rebaja a ciega acción [Aktion] y reacción. Sin calma, se produce una nueva barbarie. El callar le da profundidad al habla. Sin silencio no hay música, sino nada más que ruido y alboroto. El juego es la esencia de la belleza. Allí donde solo reina el esquema de estímulo y reacción, necesidad y satisfacción, problema y solución, propósito y acción, la vida degenera en supervivencia, en desnuda vida animal. La vida solo recibe su resplandor de la inactividad. Si se nos pierde la inactividad en cuanto capacidad, nos pareceremos a una máquina que solo tiene que funcionar. La verdadera vida comienza en el momento en que termina la preocupación por la supervivencia, la urgencia de la pura vida. El fin último de los esfuerzos humanos es la inactividad.”

El pasado verano, Byung-Chul Han impartió un curso en la UIMP, Palacio de la Magdalena, y mantuvo una sesión son sus lectores, en la que destacó que “La guerra de Ucrania puede ser hasta un problema filosófico; que Occidente le suministre armas a Ucrania no va a solucionar el conflicto”. “Un problema filosófico que no es sencillo de resolver y sobre el que no me pueden preguntar”. En el régimen ruso, al igual que en la Hungría de Orban, existía en un principio un liberalismo que desembocó en conservadurismo e imperialismo como resultado de la “búsqueda de una narrativa que diera sensación de identidad”. Han no sabe si la democracia es “absolutamente necesaria” para el neoliberalismo. “En China no hay ningún tipo de democracia y domina la economía”. Por eso nos propone más democracia y menos crecimiento. Su último mensaje fue: ““Sed libres. Hoy estamos metidos en el conformismo también en todos los medios y no se puede discutir nada porque si otro tiene una opinión distinta deberías avergonzarte”. “Es un problema que no haya un intercambio de opiniones libres en una sociedad liberal. concluyó su ponencia: “Nos convertimos en no-personas cuando tenemos opiniones diferentes”.

 

 Fuente: Juan Carlos Cubeiro, Tecno Talento