Llevamos 22 días de campaña para las elecciones presidenciales y todavía es poco claro hacia dónde apuntan las cosas, y lo es por varias razones.
La primera de ellas es que las encuestas suelen mostrar tendencias muy heterogéneas por diferentes razones, una de ellas es que tiene que ver con la confiabilidad y la credibilidad de las 25 o 30 empresas que se dedican a hacerlas. Otras es por el tamaño de la muestra, es decir, el número de personas que entrevistan para llegar a ciertos promedios. Una tercera es por la composición de la muestra, es decir, si entrevistan por igual a mujeres y hombres, si están balanceados por el grupo de edad al que pertenecen, por grupos socioeconómicos, entre otras cosas.
Déjenme darles un ejemplo para que se entienda más claramente. En México, las encuestas nacionales apenas abarcan una muestra de mil personas en un país que tiene casi 100 millones de electores y 35 millones de viviendas.
Según una de las más recientes, de esas mil personas, 17% no dijo por quien votaria, de estás, el 49% ya decidió por quién de los tres candidatos votaría y el 48% aún no decide o podría cambiar de preferencia es decir, casi a partes iguales de manera que como pasa en todo el mundo, si esta segunda mitad sale a votar, lo más probable es que lo haga por la candidata de la oposición.
Esto explica que el día de hoy tengamos encuestas que marquen una diferencia entre la candidata oficial y la candidata de la oposición, de solo 7 puntos y otras que dicen que es de 28.
En suma, hoy nada para nadie, como en el béisbol.
Ahora bien, lo relevante no es lo que dicen las encuestas, sino quien tiene el mejor perfil para gobernar, en términos de profesionalismo, de eficiencia, de competencia, es decir, las cuestiones que verdaderamente le importan a los ciudadanos, y la mejor forma de saberlo es con datos y con información.
Pongamos, por ejemplo, el caso de la educación, que es el aspecto que más importa y el más sensible para quienes tienen hijos en la edad escolar. En este punto, el balance, la herencia que dejará el gobierno de MORENA, al que le siga, será casi catastrófica.
Hoy tenemos más de 25 millones de mexicanos que presentan carencias educativas.
En las evaluaciones que se realizan, los niños mexicanos desde segundo de primaria al tercero de secundaria, aciertan solamente cuatro, repito, cuatro de cada 10 reactivos que les hacen en las pruebas de matemáticas, lectura y ciencias.
En las pruebas internacionales solo el 34% de los estudiantes mexicanos alcanza la competencia en matemáticas, mientras que el promedio en los países de la OCDE es de 69%. En lectura, esta proporción es de 53% en los mexicanos, contra el 74% de promedio internacional, y en ciencias 49% los mexicanos, contra el 76% que alcanzan los estudiantes internacionales, es decir, estamos en la lona y estamos condenando a estos niños y niñas al mayor fracaso escolar en la historia reciente.
Lo anterior explica que, del millón 640 mil desempleados que tenemos en México, más de 900 mil tienen educación media superior, o sea, alcanzar tener esos grados escolares o el titulo, no les está sirviendo para nada.
Además, volvieron las viejas mañas, hoy hay más de 89 mil docentes en todo el país, que aparecen registrados en nóminas de escuelas en las que nunca han dado clases, son aviadores que cobran sin trabajar. Añádale que tenemos 56 mil escuelas en todo el país que no tienen agua y 26 mil 500 que operan sin luz.
La pregunta pertinente es si esto es aceptable desde un punto de vista social, económico y moral, por supuesto que no.
Bueno, pues si este panorama es catastrófico, también es la razón más poderosa de que ha llegado sin duda alguna, la hora de cambiar.