Opinión

El chicle que pegaste… y la imagen que dejaste

Por Genoveva Javier Pérez

El estilo y la forma en que se utilice el singular “chicle” generan distinción de clases sociales y hasta de profesiones.


Mascar goma de mascar, o dicho de una manera más popular, mascar chicle puede ser todo un arte, especialmente si se utiliza chicle bomba para darle un efecto más explosivo y entretenido a esta peculiar actividad practicada por generaciones.

El estilo y la forma en que se utilice el singular “chicle” generan, como en otros tantos aspectos de la vida, distinción de clases sociales y hasta de profesiones. Aún recuerdo una película de la época de oro del cine nacional donde Ninón Sevilla, interpretando a una vedette, realiza su baile acompañado por peculiares movimientos de mandíbula, demostrando pleno dominio y control de la goma de mascar.

Pero, independientemente del estilo de mascado que ha inspirado en más de algún espectador la popular frase "mascas como vaca", detrás de este deporte nacional hay un aspecto que es preciso destacar.

¿Costumbre o mala educación?

Se considera que mascar chicle puede ser un medio para desahogar el estrés y la ansiedad. Pero detrás de este mecanismo de escape, hay una costumbre que se asemeja a un ritual: pegar el chicle en cualquier área o mueble al alcance

Si bien este hábito adquirido desde la infancia acompaña a un sorprendente número de adultos —a quienes no se les corrigió oportunamente—, revela una gran violación a las normas sociales establecidas. Eso sin contar que se trata de un problema de higiene.

Un ejemplo notable es el “Gum Wall” en Seattle, una pared cubierta de chicles que, aunque se ha convertido en una atracción turística, también es vista como una costumbre antihigiénica y contaminante. La acumulación de chicles en espacios públicos no solo afecta la estética del lugar, sino que también implica altos costos de limpieza y mantenimiento.

Sin embargo, más allá de lo obvio, dentro de la imagen pública es interesante analizar cómo la percepción cambia dependiendo de quién pegue su chicle.

El mismo chicle, dos juicios distintos

En el programa Juego de Voces, Mijares "ventaneó" a Yuri al evidenciar que la cantante había pegado su chicle en la mesa que ocupan las “leyendas”. La reacción generalizada fue tan chusca, que la veracruzana repitió su hazaña, ya no en la mesa, sino en su teléfono, para luego volver a mascarlo y devolverle su consistencia característica.

Sin duda, más de uno se identificó, recordando sus años mozos en que el pupitre era el blanco perfecto para acomodar el chicle.

No obstante, si con La Güera todos rieron, con Xóchitl Gálvez, cuando contendía por la silla presidencial, la historia fue muy distinta. Cuando se hizo viral el video en el que pegaba su chicle en un sillón, no hubo risas, sino críticas despiadadas. Tanto así que la candidata se apresuró a aclarar que no era un chicle, sino una pastilla que su equipo le daba en cada presentación para aclarar la garganta. Y esperemos que la haya aclarado bien, porque a nosotros no nos quedó claro si en realidad era un chicle o si este tipo de recuerdos que dejaba era una práctica recurrente.

Lo que sí podemos entender es que, para los políticos, la vara con que se les mide es estricta y no admite equívocos. Un simple acto como pegar un chicle le costó a Gálvez varios puntos de popularidad y aceptación.

Tu imagen… y tu chicle

En resumen, el o la culpable no eres tú, es tu chicle. Porque para pegar tu chicle y no ser juzgado, se necesita que te amen como a Yuri. El carisma perdona hasta la violación de ciertas normas sociales.

Si vas a pegar tu chicle, más te vale ser carismático, porque la opinión pública no perdona… a menos que te quiera.