Opinión

El impacto del TLC en Aguascalientes

Por Otto Granados

Vale la pena hacer un balance de lo que ello significó para el país y para Aguascalientes


Se cumplieron 30 años de que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, posiblemente la decisión más importante en la historia económica de México en el último siglo.

Vale la pena hacer un balance de lo que ello significó para el país y para Aguascalientes. 

El primer foco tiene que ver con que si se evalúa específicamente en función de sus objetivos, que eran promover las exportaciones mexicanas a Estados Unidos, establecer un mecanismo seguro para la inversión extranjera y apoyar la estabilidad macroeconómica del país. El tratado ha sido un enorme éxito para México y los datos son categóricos, solo para darle un ejemplo, en 1993, México exportaba 52 mil millones de dólares, en la actualidad, en el año 2022 exportó 539 mil millones de dólares, o sea, casi 11 veces más.

El segundo foco da forma en que las economías subnacionales mexicanas se insertaron o no en ese nuevo escenario. Justo cuando iniciaba mi gobierno en Aguascalientes, a partir de 1992, y me quiero detener en esto; la actitud de los empresarios de Aguascalientes en aquellos años cuando se negociaba el tratado estuvieron definidas por varios factores, que en distintas formas estaban interconectados.

Por una parte, en un colectivo muy heterogéneo, desde los comerciantes tradicionales hasta los inversionistas extranjeros, pasando por empresas locales grandes, en aquel tiempo con muchos problemas por exceso de apalancamiento crediticio, de mala gestión, falta de agilidad para reaccionar ante los cambios del mercado y por pertenecer a sectores que ya venían de salida, o bien, las empresas igualmente grandes, pero que ya pintaban para ser sumamente exitosas en el nuevo contexto económico que surgió a partir de los años 90.

Por otra, había un sector distinto que el de las cámaras y organismos cuyas posiciones, la verdad, eran muy pocos relevantes, muy recelosos tanto de la inversión foránea como de todos aquellos que parecían tener más éxito. Por consecuencia, tuvimos que aceptar esa realidad y actuar dentro de ella, tratando de promover en los actores económicos, una interpretación, una especie de pedagogía acerca de los cambios que estaban ocurriendo en México y en el mundo, y una genuina modernización empresarial en un sentido integral en el caso de Aguascalientes, y claro, el problema fue que dentro de una economía cerrada, muchos dependían de los favores políticos, de los créditos blandos, de los permisos de importación, del mercado cautivo, o sea, factores que nunca los incentivaron a competir en una economía abierta. En suma, cuestiones de esa naturaleza eran muy frecuentes.

Un tercer grupo, la inversiones extranjera, de mayor tamaño y peso, que mientras se negociaba el tratado, entendió que era una coyuntura extraordinariamente favorable.

Ese fue el caso, por ejemplo, de las automotrices, hoy 30 años después de que inició el tratado Nissan tiene tres armadores en Aguascalientes, operan probablemente más de 150 empresas proveedoras de partes y de componentes, el cluster automotriz en su conjunto representa casi el 35% del PIB manufacturero estatal. La Universidad de Harvard, poco después documentó cómo Aguascalientes había navegado en la transición económica que supuso el tratado y concluía: “el tratado podría poner Aguascalientes en el camino de convertirse en uno de los principales estados de México”. 

Puestos en la balanza en suma, la coyuntura del tratado, la coordinación de todos los actores, la estrategia local y la continuidad de políticas en distintos gobiernos, funcionaron con enorme eficacia y Aguascalientes aprovechó muy bien las circunstancia, creció a tasas sostenidas entre el 4.5 y el 6% las siguientes tres décadas, y a pesar de su tamaño se convirtió en un estado razonablemente competitivo. 

Ciertamente, el tratado fue un importante avance para México, del que Aguascalientes y otros estados se beneficiaron, y en todo caso la pregunta pertinente, que no tiene una sola respuesta, es ¿por qué algunas empresas, algunos sectores y algunos estados les fue muy bien y a otros no? Desde luego que habría que analizar cada caso, pero lo cierto es que la modernización del país en esos años cambió radicalmente el paradigma de la economía mexicana.