Cuando se haga el balance de la gestión educativa de este Gobierno Federal, sabremos con toda precisión la dimensión de la catástrofe para una o quizá dos generaciones de niñas y de niños mexicanos que hoy acuden sobre toda la escuela pública.
Vamos a poner las cosas en un contexto adecuado: la buena educación, la educación de calidad, aquella que sirve para la vida, es un ecosistema donde el valor superior son los alumnos, es decir, no son los maestros ni las autoridades, sino, cuánto mejora la formación, el aprendizaje y las trayectorias educativas de los alumnos. Para ello se requieren un modelo, planes y programas efectivos, docentes profesionales y de calidad, gestión e infraestructura adecuada, recursos didácticos y tecnológicos eficientes y padres de familia comprometidos. Veamos qué ha pasado en cada uno de estos aspectos:
Para empezar, la educación mexicana pasó de un modelo orientado a ofrecer una formación integral enfocado en competencias, en adquirir conocimientos, desarrollar habilidades y tener valores, con autonomía curricular y educación socioemocional más reducido en contenidos innecesarios, pero más amplio en el grado de conocimiento en cada tema y con inclusión y la equidad como ejes, eso fue lo que se hizo en el sexenio pasado.
Ahora, sin embargo, el gobierno remplazó lo educativo con lo ideológico para decir que hay que eliminar el espíritu individualista, consumista y conservador del neoliberalismo y que “los niños no deban ser los engranes fríos”, así lo dijeron: “los engranes fríos del sistema de producción”.
En suma, una visión bastante demencial, que los especialistas ya han llamado a rectificar para recuperar una visión científica, ordenada, congruente con la educación, pues de otra forma, millones de niños serán arrojados al rezago educativo y a la brecha de aprendizaje para siempre.
En segundo lugar, hoy no tenemos mejores maestros. En el pasado, ingresaron a la carrera docente más de 200.000 nuevos maestros mediante un concurso de oposición transparente, riguroso, basado en el mérito de cada aspirante y en su esfuerzo personal. Hoy, el gobierno ha masificado, es decir, han regularizado a 650.000 personas que dicen ser maestros sin ningún filtro de calidad, a los que ha dado plaza por razones, básicamente, políticas y sindicales y no sólo eso, según los informes oficiales hay 156,000 personas que ejercen hoy como docentes, pero no tienen título profesional para ello.
En tercer lugar, quizá lo más importante o lo más importante, los niños están aprendiendo menos. En el pasado, los alumnos de 11 estados mostraban ya mejoría en sus aprendizajes en lenguaje y en comunicación y 18 estados en el caso de matemáticas. Hoy está sucediendo lo contrario, en un informe de la UNESCO, presentado en noviembre del 2021, el 58.4% de los alumnos mexicanos de sexto grado estaba por debajo del nivel mínimo de desempeño en lectura y el 62% en matemáticas, es decir, reprobados. Además de una evaluación diagnóstica de los alumnos de educación básica realizada por el propio gobierno recientemente, mostró que los alumnos de primaria y de secundaria solo tuvieron 46% de aciertos en sus pruebas de lectura y 42% en matemáticas, es decir, reprobados.
El saldo, como puede verse, es que estamos ante una crisis educativa que tendrá graves efectos sobre el abandono escolar y la pobreza de aprendizajes, que condena a esta generación a tener un 12% de ingresos anuales más bajos en su vida laboral, que va a ampliar las brechas entre los niños de familias de altos ingresos y de familias de menores ingresos, que va a ensanchar diferencias entre los estados mexicanos y tendrá efectos sociales en los aspectos de la inseguridad, la violencia y por supuesto, va a profundizar la desigualdad y la exclusión.
Ese es ni más ni menos el tamaño del desastre educativo que es urgente corregir.