Opinión

La devaluación del maestro

Por Otto Granados

Es hora de que el Día del Maestro se transforme en un compromiso por una educación de gran calidad para los niños de México


Por la ley general, los días 15 de mayo suele celebrarse el llamado “Día del Maestro”, con algunas festividades, rifas de bienes y productos de distinta naturaleza, con desayunos y comidas, con bonos económicos adicionales al salario, todo ello pagado, desde luego, con recursos públicos, es decir, con los impuestos que pagan los mexicanos y es ocasión para pronunciar discursos donde se reconoce la labor de los docentes. Esta ha sido la tradición por décadas y parece que ha llegado la hora de cambiar este modelo, entre otras cosas, porque la profesión docente atraviesa por distintas crisis. La primera de ellas es que en todo el mundo, el interés por estudiar para maestro ha venido disminuyendo considerablemente. Diversas investigaciones han documentado que desde el año 2011, por lo menos, se encontró una reducción nacional de aspirantes a ingresar a las normales del 57%, mientras que la matrícula de dichas escuelas disminuyó un 17%. Esto quiere decir que en la actualidad hay unas 125.000 personas estudiando para maestros en cerca de 400 instituciones mexicanas, es decir, apenas un 3% de quienes estudian una licenciatura.

Las razones de este fenómeno son varias, el surgimiento de los universitarios, la urbanización del país, la modernización tecnológica y la propia renovación generacional en la docencia, entre otras muchas variables, redujeron al magisterio tradicional a un papel mucho menos protagónico que el que tuvo en el pasado. Algo de lo que los maestros no han cobrado conciencia cabal, porque la retórica sindical sigue generando una narrativa que ya no se corresponde con estos tiempos. Esta disonancia, entre la percepción que el magisterio tiene de sí mismo y la fisonomía de un país muy distinto, ha impactado su sistema de creencias, provocando una especie de complejo ante otras profesiones con mayor reconocimiento social, y ha favorecido una disposición natural a una suerte de endogamia, agruparse en un sindicato que presumiblemente defiende sus intereses y a una propensión a los reclamos y a las demandas continuas todo lo cual lubrica los sentimientos de exclusión.

A mi juicio, uno de los saldos más negativos en la personalidad colectiva del magisterio, es que la forma en que fue organizada la educación y las propias condiciones históricas del país dieron por resultado la percepción de que es un magisterio psicológica y socialmente acostumbrado a una especie de autoescarnio, por llamarlo así, o por lo menos, a una autoestima colectiva relativamente baja.

Otra es que como hay muchos padres, hijos o nietos de maestros, entonces su comunicación y su relación con otros grupos se vuelve muy cerrada y fueron advirtiendo que la importancia del magisterio en México contemporáneo se diluía. El maestro observó que estaban surgiendo nuevos profesionistas, que encontraban rápidamente empleo y que eran licenciados, que no era una titulación liberal exactamente igual que la otra. Uno pasó por la Universidad y ellos por una normal, uno tenía posibilidades de emplearse por sí mismo y ellos estaban abrumadoramente atados a su principal y casi único empleador, quiere el sistema educativo oficial, mediante el atractivo de las plazas automáticas al salir de la normal y la estabilidad laboral de largo plazo.

Todo ello ha devaluado la profesión docente y el reto principal es como volver a darle cierto prestigio. Lo primero sin duda es que se trata de una profesión de mayor importancia para la Educación Nacional; lo segundo es fortaleciendo los mecanismos de ingreso a la carrera docente a través de concursos de oposición que sean abiertos, transparentes y basados en el mérito para que sean seleccionados y contratados los mejores; la tercera condición es que reconociendo que como en otras actividades u otras profesiones hay maestros excelentes, buenos, regulares, malos y pésimos, es indispensable que su desempeño profesional sea evaluado periódicamente, digamos unos cada tres o cuatro años, para garantizar su actualización y su competencia y haciendo que las mejoras salariales estén condicionadas a este factor, es decir, los mejores maestros deben ser también los mejor pagados y finalmente, deben ser apoyados desde luego con capacitación práctica, variada y de excelencia acompañados en su trabajo en el aula y dotados de planes, programas y herramientas que mejoren su trabajo frente a grupo.

Nada de eso, sin embargo, está ocurriendo ahora y las víctimas no solo serán los niños, sino el país y los estados en su conjunto, porque lamentablemente todavía hay sistemas educativos donde los arreglos políticos, las complicidades sindicales y la corrupción, determinan la actividad docente.

En suma, es hora de que el Día del Maestro se transforme en un compromiso por una educación de gran calidad para los niños de México.