Confieso mi asombro. En mi larga vida nunca había escuchado un discurso como el que pronunció la presidenta Claudia Sheinbaum el pasado 20 de noviembre. No sé si corresponde al desconocimiento de nuestra realidad. Fue un ejercicio pendenciero comparar el porfiriato con la 4T. Se me ocurre, en contraste, agregar un dato referente al tema que nos ocupa: nuestro cada vez más endeble Estado de derecho para resaltar la magnitud de nuestra decadencia. Menciono juristas de ambos periodos: Justo Sierra, Ignacio L. Vallarta, Emilio Rabasa, Ignacio Ramírez, José Ives Limantour, Joaquín D. Casasús, del primero; Hugo Aguilar, Yasmín Esquivel, Lenia Batres, Loretta Ortiz, Arturo Zaldívar, Estela Ríos, del segundo. Saquen ustedes sus conclusiones.
Retorno al estoicismo jurídico. Ortega y Gasset ha sido uno de mis autores preferidos. Encuentro dos ideas un tanto contradictorias. Disculpen lo extenso de las citas. En 1932, como diputado, expresó:
“…una idea y principios románticos, según los cuales el derecho, la ley y, sobre todo, una ley institucional no tiene que ser otra cosa sino el reflejo de la realidad preexistente en la sociedad. Esto ha sido siempre utópico; el derecho no es mero reflejo de una realidad preexistente porque entonces sería superfluo. El derecho, la ley son siempre algo que añadimos a una espontaneidad insuficiente; es la corrección de lo roto (…) La ley tiene que suscitar nuevas realidades, la ley ha sido (…) cada vez más creadora”.
Esta definición corresponde al derecho deliberado o también denominado convencional, al que se elabora mediante la aportación de peritos, inconforme con los hechos, con el propósito de reformarlos. En una conferencia en 1949 dijo:
“Porque el derecho, la realidad ‘derecho’ —no las ideas sobre el del filósofo jurista o demagogo— es, si se me tolera la expresión barroca, secreción espontánea de la sociedad y no puede ser otra cosa. Querer que el derecho rija las relaciones entre seres que previamente no viven en efectiva sociedad, me parece —y perdóneseme la insolencia— tener una idea bastante confusa y ridícula de lo que el derecho es”.
Aquí el pensador español define el derecho consuetudinario conformado por la costumbre. A mi juicio, los dos conceptos se complementan. Acudo al estoico Marco Aurelio: “Adáptate a lo que te toque en la vida y ama sinceramente lo que el destino ha puesto a tu lado”.
De todo lo anterior se infiere un principio jurídico político: no se destruye lo que no se reemplaza. Desgraciadamente los dos últimos gobiernos, sin medir las consecuencias, han aniquilado instituciones y suspendido acciones, cayendo en el vacío y la ineptitud.
La cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, del seguro popular, de los órganos autónomos, del centro penitenciario de las Islas Marías, la reforma al sector energía, la designación de servidores públicos de acuerdo al perfil; los cambios, para mal, de la política educativa y de salud, más lo que se acumule, han sido consecuencia del pervertido prejuicio de que todo lo anterior estaba mal y había que desecharlo. Esa omnipotencia mesiánica ha sido nefasta.
Mi propuesta es sencilla. Lo primero es realizar una reforma de nuestro andamiaje normativo de acuerdo con los principios estoicos que he venido mencionando. Hay que evitar la absurda reforma electoral y la conformación de la próxima legislatura con una mayoría de Morena. No conozco otro método más que la talacha, el trabajo arduo de concientizar a los ciudadanos. No me convencen las manifestaciones que se han ido tornando cada vez más violentas. Se requiere el contacto directo con la sociedad en todo el territorio nacional. Sembrar ideas y fortalecer el sentido del deber cívico. Es lo único que puede evitar la catástrofe.