Opinión

Que vengan los poetas

Por Juan José Rodríguez Prats

La función política del poeta es la concreción… de una limpieza o purga de todas las emociones


La misma escritora, una de las voces más autorizadas del pensamiento político en el siglo XX, nos recuerda unas palabras de Hamlet: “Los tiempos están confusos. Oh, maldita desgracia que haya nacido yo para ponerlos en orden”. De esta reflexión pasa a afirmar que toda generación debe responder a ese deber: poner orden, hoy más necesario que en otras épocas.

Me parece que de las tres ideas que inspiraron la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad, a más de 230 años, el mayor déficit se registra en la última. La grave polarización que padecen muchas naciones, los problemas migratorios en todo el planeta, la globalización de la economía que ha ampliado la desigualdad, la grave inseguridad que padecemos, el desdén por los temas espirituales que enriquecen la vida interior de la persona, las nuevas tecnologías que todavía no sabemos qué daños pudieran causarnos, la degradación de los partidos políticos, que sin ellos no funciona la democracia y, por si fuera poco, el conflicto bélico entre dos países que han estado unidos por larga historia: Rusia y Ucrania, con todas sus consecuencias lo confirman. De ahí que surja la pregunta: ¿cuál debe ser la tarea para las nuevas generaciones? Sostengo que debe consistir en mejorar la cohesión social, estrechar los vínculos que unen a la humanidad y lograrlo, a mi juicio, utilizando, entre otras, una añeja receta: la poesía, que vendría a rescatar el discurso de los hombres públicos, dándole un poco de credibilidad, sin la cual no hay confianza y, sin esta, ningún sistema político funciona para organizar a la sociedad y alcanzar mejores niveles de bienestar.

Dados los días que corren, y emulando a los muchos escritores que les da por citar textos clásicos, permítanme transcribir, in extenso, un texto de mi paisano, el poeta José Gorostiza, que lo tituló Declaración de fe poética:

¿Orientación, desorientación? La poesía es un elemento como el agua, que busca su profundidad y su nivel. No puede decirse que esté orientada cuando corre hacia el norte o que esté desorientada cuando corre hacia el sur. Su problema es el de la gravedad, como el del ángel caído. El peso la atrae hacia su propia hondura y su gracia, hecha toda de atesoramiento y de impregnación, la lleva a aflorar sobre la tierra y a espejarse debajo del cielo.

El hombre, medida de todas las cosas, es vaso de poesía, él sí que puede extraviarse. Él es el extraviado. ¿Para qué recordar uno a uno los caminos y los boscajes, las revelaciones y las ocultaciones, que le han conducido a este punto?, ¿factores?, no existe sino uno solo: la luz, la propia luz del hombre. Puede vislumbrar ahora, al fulgor de esa luz, un mundo inédito —cifras, colores, signos— que antes no vio, simientes de palabra que no estallan todavía en la flor de un significado.

La guerra, sí. La injusticia y la miseria, sí. La mentira y el rencor, también. Pero no es en estas tinieblas en donde el hombre se ha perdido, en ellas nació y en ellas pudo robustecer el músculo y perfeccionar el zarpazo. El hombre está perdido en medio de un diluvio de luz. Dejémosle tentalear y rescatarse. Que acaricie las formas nuevas, que las nombre y las muestre, que las ame. Tal vez entonces nos demos cuenta de que la poesía no ha dejado nunca de estar en él, filtrándose gota a gota, como el agua, a través de cada uno de los poros de su carne y de su espíritu.

El político debe tener decencia y leer poesía. La primera para inspirar reciprocidad, la segunda para darle sensibilidad. Sonará raro, pero sin esos ingredientes y otros más, no funciona y contribuye al desprestigio que en los tiempos actuales se ha ganado en la opinión ciudadana.

Ejercer el poder político implica, en muchas ocasiones, más que crear novedades; evitar grandes males. Ojalá, sumando voluntades, logremos disminuirlos.