Recoger a un hombre musculoso y bien fornido a mitad de la carretera y acostarse con él, era su mayor fantasía, un deseo irrefrenable de los más bajos instintos, una fantasía que escondía un turbio secreto. A sus dieciocho años y enfundado en lentillas amarillas Jeffrey Dahmer cumplió su irrefrenable deseo. Golpeó, estranguló y desvisceró a Steven, un muchacho al que encontró en la carretera.
Nacido el 21 de mayo de 1960 en Milwaukee, Wisconsin (Estados Unidos), Jeffrey Dahmer era un niño muy vital y extrovertido, al menos así lo recordaba su padre. Dahmer, era un chico que le encantaba hacer fotografías y gestos ante una cámara y como cualquier otro niño le gustaba jugar con otros niños, sin embargo tenía una pequeña faceta que fue lo que impulso el instinto asesino, una curiosidad muy grande.
Jeffrey Dahmer, nació en Milwaukee, estado de Wisconsin, Estados Unidos y fue más conocido como El Caníbal de Milwaukee, se le responsabilizó de la muerte de 17 hombres de diferentes edades entre 1978 y 1991. Sus padres fueron Lionel Dahmer y Joyce Flint. Sus padres siempre fueron muy amorosos con este chico y le dieron siempre todo lo que pudieron para suplir sus necesidades. Su padre era químico y su labor lo obligó a trasladarse con su familia. La familia compró una casa en Bath, Ohio, donde Jeffrey pasó gran parte de su infancia y adolescencia. En su tiempo libre iba a pescar con su padre. Dahmer tenía gusto por buscar animales arrollados, los llevaba al patio y los abría para ver qué había dentro.
Dicha curiosidad, le llevó a experimentar con las cosas y a probar distintas texturas. De hecho, uno de los primeros indicadores de aquel germen criminal, de aquella experimentación, fue el maltrato que perpetraba a los animales. Los cazaba y los torturaba, para después diseccionarlos y limpiar sus huesos.
Aquel niño rubio, de ojos azules, estudiante modelo, educado y respetuoso, de buenos modales, ya sentía curiosidad por lo siniestro desde temprana edad. En varias ocasiones, su padre Lionel explicaba que “se dedicaba a investigar cómo eran los animales por dentro, al mismo tiempo que se estaba desarrollando su sexualidad”. Y simplemente, pensó que era simple “curiosidad”, cosa que a lo mejor se le iba a pasar. Sin embargo, aquellos cambios transformaron la forma de relacionarse con los demás. A partir de entonces se volvió un chico más tímido, retraído, incluso “raro”, dejó de jugar con otros niños y dejó de hacer amigos. De hecho según cuentan sus amigos de infancia, tenía un cementerio de animales, empalaba perros, gatos y sapos.
Muchos relacionaran esta conducta con los primeros patrones que han presentado todos los asesinos que conocemos, y curiosamente lo relacionamos con una vida llena de drama y problemas familiares, sin embargo con Dahmer, era todo lo contrario. Contrario a lo que se cree, sus padres, Lionel y Joyce, le colmaron de cariño y atenciones, fue un niño amado y realmente feliz. Pero las continuas mudanzas y el divorcio de sus progenitores generaron en él un miedo continuo al abandono. Un temor que se agudizó con la adolescencia y que caracterizó cada uno de sus asesinatos. Sin embargo, ya para la adolescencia había descubierto su fascinación por la muerte. Todo esto, ocurrió en una clase de biología donde tuvo que diseccionar un lechón y a los dieciséis años, aquella caja de Pandora comenzó a cobrar vida. Otra cosa que también sucedió es que descubrió su homosexualidad y una escala de violencia y sexo empezó a perturbar la mente de este asesino.
“Cada vez era peor, no sabía cómo contárselo a alguien, así que me lo guardé para mí”, dijo en una entrevista una vez encarcelado.
A ello se le unieron sus problemas con el alcohol y las drogas, un cóctel que le llevó a ejecutar el crimen de Steven Hicks, en junio de 1978. El cual logró ocultárselo a su familia e incluso convivir con ello. Aun así con todo esto intentó acudir a la facultad, sin embargo fracasó, su adicción le hacía imposible tener una vida normal, posteriormente se enroló en el ejército, pero debido a su comportamiento terminaron expulsándole y como último recurso fue a mudarse con su abuela.
Durante varios años la convivencia con su abuela le alejó de los vicios, del sexo con hombres que él mismo veía inmoral (aunque lo seguía deseando en el fondo) y de su impulso por matar. Parecía que había logrado encarrilar su vida, estabilizarse y expulsar al demonio que, según Jeff, llevaba dentro. Tenía veintitrés años, trabajaba como mezclador de chocolate en una fábrica de dulces y reprimía su homosexualidad hasta límites enfermizos.
Pero los tiempos dulces durarían poco. Apenas tres años.
Una noche en la biblioteca, Dahmer se encontraba leyendo cuando un desconocido pasó por su lado y le arrojó una nota de contenido sexual. En ese momento, hizo caso omiso. Pero un par de meses después comenzó de nuevo la espiral de alcohol, drogas y sexo. El monstruo había despertado de nuevo y con ello una cacería por los bares de ambiente gay, como saunas y sex shops de Milwaukee. Antes de continuar con el tema de las víctimas, hay que mencionar que el denominado ‘Caníbal’ o ‘Carnicero de Milwaukee’ sentía auténtico placer viendo el interior de un cuerpo humano.
Le excitaba sobremanera despedazar y masturbarse sobre él. Pero, el problema surgía cuando tenía que deshacerse del cadáver. Nada hacía presagiar tras ese porte atractivo y encanto personal que, al pararle en un control policial, estaban ante un asesino en serie con los restos de su víctima en el maletero. Mismos que le dejaban marchar en varias ocasiones. Una negligencia que costó la vida de otros dieciséis hombres.
Una de sus primeras víctimas fue Steven Hicks, en julio de 1978, Jeffrey encontró a Steven Hicks haciendo autoestop y se ofreció para llevarlo a su casa. Dahmer siempre había tenido la fantasía de recoger a autoestopistas y acostarse con ellos y tenía la intención de tener relaciones sexuales con Steven, sin embargo una vez en su casa, se dio cuenta de que a Hicks no le interesaba y cuando este quiso irse, Dahmer no pudo soportar el rechazo de este y lo golpeó en la cabeza con una pesa para luego estrangularlo.
Posteriormente lo desmembró y lo puso en bolsas de plástico mismas que metió en su coche para ir al vertedero y tirarlas. A medio camino la policía lo detuvo por conducir demasiado a la izquierda. Le preguntaron por las bolsas que llevaba en el asiento trasero y Dahmer contestó que era basura que tenía que tirar. Los agentes no comprobaron su coartada y le creyeron y como pasó el test de alcoholemia, le pusieron una multa por conducir fuera de su carril y le dejaron ir. Aquella situación provocó en Dhamer un miedo atroz.
Así que decidió dar la vuelta, bajar al sótano de la casa y esconder las bolsas con la víctima en una gran tubería de desagüe. Exceptuando la cabeza con la cual subió al baño del segundo piso donde la lavó y la apoyó en el suelo para masturbarse. Posteriormente la volvió a llevar con el resto del cuerpo y guardó las partes del cadáver en una tubería. Después de abandonar la universidad y volver del ejército, desenterró los restos, destruyó los huesos y los esparció en la maleza.
Dos años después, machacó los huesos y esparció sus restos en el jardín, entre la maleza. Durante nueve años, logró reprimir sus instintos asesinos. Nueve años en los que ahogaba su sufrimiento en drogas y alcohol. Pero, ¿cuándo empezó todo? ¿Cómo comenzó a gestarse aquella maldad? Cabe decir que tras su primer asesinato se sintió culpable y asustado, intentó reprimir sus deseos sexuales-homicidas acudiendo a la iglesia, dejando el alcohol y manteniéndose en estado de celibato.
Vivió así un tiempo, lo que explica que pasaran casi diez años hasta su siguiente crimen. Pero con el tiempo pensó que podía intentar satisfacer algunos de sus deseos sin hacerle daño a nadie, volvió a beber y empezó a frecuentar lugares de ambiente gay. Y en 1986 fue detenido por exhibicionismo público, ya que poco antes había querido desenterrar a un joven muerto hacía unos días, para tener relaciones sexuales con su cuerpo.
En septiembre de 1987 conoció a Steven Tuomi en un bar gay. Allí bebieron mucho y fueron a su habitación de hotel. Dahmer en varias ocasiones dijo que no recuerda cómo lo asesinó, solo que cuando despertó a la mañana descubrió que estaba muerto. Y para deshacerse del cadáver compró una maleta, en la que lo metió, y lo llevó al sótano de la casa de su abuela. Allí violó al cadáver, lo desmembró y lo tiró a la basura. Se quedó con la cabeza, la hirvió y blanqueó para después exponerla como trofeo en su habitación.
Algunos meses después conoció a su próxima víctima, Jamie Doxtator, quien era un joven de catorce años que estaba en una parada de autobús. Dahmer le ofreció 50 dólares por tener sexo. De esta forma también conoció a Richard Guerrero en marzo de 1988. Y por si fuera poco, mientras era procesado por abuso de menores en 1989, Dahmer conoció a Anthony Sears en un bar. Le ofreció dinero para sacarle unas fotografías y lo llevó a la casa de su abuela donde lo estranguló, violó su cadáver y lo desmembró.
Él quería que sus amantes se quedaran en la casa y ante la negativa de estos los mataba. Así de sencillo. De hecho, incluso después de cumplir su condena por abuso y de mudarse a su apartamento en Milwaukee, Dahmer asesinó a doce personas más hasta julio de 1991. Su modus operandi era invitar a las víctimas a ver pornografía o a sacarse unas fotos, les ponía una droga en la bebida, los estrangulaba, violaba y se masturbaba encima del cuerpo. Luego tomaba fotografías del cuerpo y de cada etapa del desmembramiento.
De hecho, solía utilizar ácidos para deshacer la carne y los huesos, pero solía conservar la cabeza y los genitales como trofeo. Otra de sus características era comerse parte de sus víctimas, le daba la sensación de que empezaban a formar parte de él. El 27 mayo de 1991, Dahmer salió de nuevo a la caza, esperaba tener suerte porque desde hacía tiempo sus amantes le abandonaban poniendo excusas. Se sentía rechazado y el rechazo aumentaba su ansia. Conclusión: el único remedio para adueñarse de ellos era matarlos.
La presa de aquella noche era fácil, un chico de catorce años sin demasiada fuerza llamado Konerak Sinthasomphone mismo que llevó a su departamento. Durante varias horas, Dahmer drogó a Konerak para anular su voluntad. Quería fabricar una especie de zombi y siervo sexual. Ya drogado, le perforó la cabeza y le inyectó diversos líquidos en una improvisada mesa de operaciones. Tras varias horas y hacia las dos de la madrugada, el psicópata decidió bajar al bar para tomarse una cerveza. Necesitaba despejarse. Sin embargo, el joven consiguió escapar cuando Dahmer salió a comprar licor y al correr desnudo por las calles los vecinos alertaron a la policía. Al regresar Dahmer se percató de que una patrulla de policía se encontraba en la puerta de su edificio junto con Konerak quien había logrado escapar. Estaba desnudo y aturdido, tenía moratones por todo el cuerpo, y apenas se le entendía al hablar. Jeff lo persiguió y tuvo que enfrentarse con la policía y una multitud de curiosos. De hecho disculpó con los agentes por el estado de su “amigo”.
Aseguró que estaba borracho y que, previamente, se habían peleado. Algo que hay que mencionar es que el muchacho no podía hablar porque estaba aturdido por el ácido que Dahmer le había inyectado. Hasta aquí a lo mejor estás leyendo y dirás, vaya, lo van a detener, pero no es así, Dahmer argumentó que el joven de 19 años era su amante y que estaba alcoholizado. Y aunque los vecinos intentaron decirle a los policías que ese joven parecía muy pequeño para Dahmer, los oficiales les dejaron marchar y el homicida volvió a librarse. Estos creyeron su historia. Pero, si tan solo hubiesen revisado el apartamento habrían encontrado un cadáver en una de las habitaciones, además de miles de pruebas de otros asesinatos. Lamentablemente, Sinthasomphone fue estrangulado ese día y para mala suerte, la policía creyó la versión de Jeffrey y depositaron al moribundo joven en una silla.
Es más, ni siquiera registraron ni vieron el santuario macabro que tenía en la casa y solamente salieron corriendo ante el hedor que desprendía el interior. Posteriormente, cuando fue detenido dijo que se aficionó a crear un zombie porque quería un amante silencioso, que hiciera todo lo que él le pedía y que se quedara haciéndole compañía. Tras la marcha de los agentes, el psicópata estranguló, cocinó y comió partes del cuerpo de Konerak. Ya no le bastaba con poseerlos y destrozarlos, necesitaba que formasen parte de él. La comunión de cuerpos definitiva. La forma de dominio absoluta.
“Comérmelos me producía placer sexual. Una cosa llevaba a la otra. Cada vez tenía que hacer cosas más extrañas para satisfacer mis instintos. De este modo sentía que eran una parte permanente de mí. Además, tenía curiosidad por saber cómo sería. Sentía que iban a convertirse en parte de mí. Comérmelos me producía placer sexual”, explicó Dahmer ante las cámaras de televisión.
Cabe decir que si los policías hubiesen subido al apartamento con Dahmer habrían encontrado un santuario tribal erigido en honor a la muerte y una catedral barroca construida a base de restos humanos. Posteriormente dos meses antes de su arresto y después de matar brutalmente a Konerak, este asesino seguía guardando las apariencias ante su entorno. Se mostraba cariñoso, atento, agradable. Acudía a celebraciones familiares, conversaba animadamente y disfrutaba en compañía de su padre y su abuela. Pero su carisma encerraba trece crímenes que aumentarían hasta diecisiete en los siguientes sesenta días.
Cabe decir que de 1986 a 1988 fueron años convulsos. Repasemos un poco. La policía le detuvo por exhibicionista, intentó desenterrar el cadáver de un chico recién fallecido para violarle, realizó un asesinato en una habitación de hotel, pero como declaró posteriormente, no recordaba cómo lo hizo. Algo que hay que mencionar sobre sus fantasías, es que el punto de inflexión se produjo cuando su abuela le echó de casa. Ya que había encontrado el maniquí de un hombre desnudo y con residuos de semen escondido en un armario. De hecho para Jeffrey era su amante perfecto porque dentro de él nada estaba vivo. Fue lo único que la mujer descubrió porque de bajar al sótano hubiese visto varios cadáveres y una calavera.
De hecho, aquel cráneo pulcro, blanco y perfectamente expuesto pertenecía a Steven Toumi, el joven al que asesinó en la habitación de hotel en 1986. Con esta segunda víctima, Dahmer fijó lo que luego sería su modus operandi, el cual mencionamos anteriormente, invitar a su presa a tomar alcohol en un lugar íntimo con la excusa de practicar sexo (previamente les drogaba con somníferos), realizarles fotografías desnudos y, una vez que ellos decidían marcharse, descargar una irrefrenable ola de violencia contra ellos.
Cada crimen tenía un fin en sí mismo, dominar absolutamente a sus víctimas. De hecho Dahmer declaró en varias ocasiones que quería dominar a otros así como su personaje favorito, el Emperador Palpatine en el Retorno del Jedi de ‘La Guerra de las Galaxias’. Su admirado personaje era malo, corrupto, poderoso y tenía la capacidad de usar poderes especiales para gobernar a otros. Y Jeff se identificó de forma exagerada con él. Ya en su nuevo apartamento, los escarceos sexuales fueron continuos, también la ingesta de alcohol y drogas y no paraba de tener fantasías sobre el asesinato y el descuartizamiento de otros hombres. Además, para Dahmer matar estaba íntimamente relacionado con su homosexualidad. Por no mencionar su afición por la necrofilia.
Tenía sexo con los cuerpos de sus víctimas ya desmembradas, o con algunas de sus partes. No era como la mayoría de los serial killers. Quería tener relaciones íntimas con personas inconscientes o muertas. Eso sí, todas sus víctimas cumplían un mismo patrón: su físico. Jeffrey los elegía por su cuerpo. Le gustaban los hombres altos, musculosos y delgados. No le importaba que fuesen blancos, negros, indios o mulatos. Si le parecían atractivos, intentaba ligárselos. Jugaba con ventaja. Nada en aquel joven, solitario, guapo y con cara aniñada, hacía sospechar que escondía un asesino en serie.
No era un tipo repulsivo, todo lo contrario. De hecho, le consideraban un hombre bueno dentro de la comunidad gay, era importante dentro de la comunidad y era el hombre con el que todos se querían casar y tener hijos, para otros hombres, él era perfecto y le veían como la clase de chico al que “quieres cuidar y mimar”. De hecho al igual que Ted Bundy, tenía su club de admiradores. Pero, tras su apariencia inofensiva se escondía todo un depredador. Ya que después del crimen de Steven Toumi, Jeff mató a diez hombres más con edades comprendidas entre los 14 y los 36 años.
Ya llevaba doce víctimas a sus espaldas y aún faltaban cinco más hasta que la policía diese con él. Konerak, de tan solo catorce, fue uno de ellos. Este chico pudo haber escapado de las garras de su asesino, pero la torpeza de las autoridades, mismas que creían a este incapaz de realizar dichos actos (ya que hay que mencionar, era un activista de la comunidad) llevaron al muchacho directo al matadero. Y aparte como sus víctimas eran personas negras, a la policía poco le importaba esto.
Durante ese tiempo, la ciudad de Milwaukee fue testigo de extrañas desapariciones. De hecho Jeffrey elegía a algunas personas porque nadie las iba a echar de menos o porque sabía que eran personas discriminadas que a nadie le importaban y menos a las autoridades. Nadie se dio cuenta de que más de una docena de chicos jóvenes habían desparecido. No aparecía ningún cadáver y ni se vivía ningún clima de miedo en la ciudad. Sin, embargo aquella orgía de muerte terminó en julio de 1991, cuando una de sus últimas víctimas, Tracy Edwards de 31 años, logró escapar del apartamento de Dahmer.
Este paró un coche patrulla, que se lo encontró completamente desnudo y drogado, y al explicarles lo sucedido, los agentes se internaron en la casa del asesino y al revisar la habitación descubrieron varias fotografías de cadáveres, restos humanos y una cabeza en el congelador. También en su casa se encontraron las paredes llenas de rastros de sangre, cuerpos mutilados, siete cráneos, y demás huesos y días después, vecinos de Dahmer dispararon a las puertas de su casa ante el horror que causaron sus crímenes. Incluso durante el registro, la policía encontró paquetes con restos humanos en el congelador, un bidón de 200 litros con tres torsos sumergidos en ácido y 83 fotografías de las víctimas descuartizadas. Dahmer intentó huir, pero fue detenido.
Y lo más impactante, y que hasta la fecha causa revuelo, muchos vecinos reportaron el horrible olor proveniente de su departamento, incluso reportaron discusiones y fuertes golpes, en total fueron 150 llamadas, pero la policía hizo caso omiso, todo por tratarse de hechos que ocurrían en un barrio habitado por negros. En el juicio, el bautizado como el ‘Carnicero de Milwaukee’ se hizo famoso en todo el mundo. Se elaboraron camisetas, cómics, pinturas con su rostro, hasta canciones dedicadas a este asesino en serie. E incluso una legión de fans lo esperaba a la puerta de los juzgados, hombres gays y también mujeres que decían estar enamorados de Jeffrey.
Durante tres semanas, el tribunal fue testigo de cómo Jeffrey Dahmer contaba las aberraciones realizadas a sus víctimas, de cómo los investigadores aportaban numerosas pruebas y de cómo intentó alegar que sufría locura. De nada le sirvió su estrategia. El jurado votó 10 contra 2 que estaba legalmente cuerdo para afrontar la prisión. Incluso los psiquiatras que lo atendieron le dijeron que estaba enfermo, por lo que se declaró culpable con atenuante de enajenación mental, para ser condenado a una cárcel especial para enfermos mentales, pero el atenuante fue finalmente rechazado.
En principio se había declarado inocente, pero cambió su declaración por la gran cantidad de pruebas encontradas en su contra. El jurado entonces lo declaró mentalmente sano y por consecuencia fue finalmente sentenciado a 15 cadenas perpetuas consecutivas. Fue enviado al Columbia Correctional Institute en Portage, donde fue entrevistado por el perito en perfiles criminales del FBI, Robert K. Ressler. Este famoso experto coincidió en que, para defensa de la sociedad, el condenado tenía que permanecer encerrado durante el resto de sus días. Sin embargo, destacó que debía ser internado en un hospital psiquiátrico y no en una cárcel común, puesto que era un enfermo mental, aunque a veces pareciera estar en su sano juicio y racionalizara su conducta.
Durante el juicio, el criminal admitió haber practicado el canibalismo y devorando los bíceps de uno de sus asesinados. Señaló que se masturbaba ante los trozos humanos y las calaveras de aquellos que consideraba hermosos y a quienes no quería perder. Contó a los policías que tenía la sensación de poder permanecer al lado de ellos si los mataba y conservaba sus cráneos. Declaró también que las tres cabezas halladas en su heladera y en su congelador, con la carne intacta, pertenecían a sus tres últimas víctimas
Cabe decir que algunos parientes de las víctimas asistían al juicio en silencio y otros no podían evitar llorar desconsoladamente. Incluso el juez les permitió hablar ante el tribunal antes de dictar sentencia. Y es aquí cuando se vivieron momentos de máxima tensión. Hasta el punto que la televisión censuró algunos de los testimonios que se escucharon en la sala. La hermana de uno de los fallecidos, por ejemplo, no pudo reprimir su enfado y maldijo a Jeffrey chillándole:
“Hijo de puta ¡mírame!”.
Le gritaba mientras se acercaba a él, pero Dahmer, ni pestañeaba. Ni siquiera cuando la muchacha juró matarle. Él simplemente, se levantó y se alejó un poco para evitar que le tocase. Entre tanto, varios alguaciles la agarraron y la sacaron de allí. Una vez que se restableció el orden, el ídolo caníbal habló en público por primera vez.
“Me siento muy mal por lo que hice a esas pobres familias y entiendo que tienen derecho a odiarme. He visto sus lágrimas y si pudiera daría mi vida ahora mismo para devolverles a sus seres queridos. De verdad. Lo siento muchísimo”, alegó ante el tribunal. Aquella frialdad con la que leyó su discurso hizo que muchos dudasen de que la disculpa fuese sincera. ¿Realmente era consciente del daño hecho? ¿Sentía remordimientos?
Ya para el 15 de febrero de 1992, el tribunal condenó a Jeffrey Dahmer a 957 años de prisión en Wisconsin; y en mayo de ese mismo año, a cadena perpetua en Ohio. Ahora tendría que pasar el resto de su vida entre rejas. Su nuevo hogar: el Columbia Correctional Institution de Portage (Indiana). Allí recibió la visita de Robert Ressler, criminólogo experto en psicología forense y homicidio sexual, fundador de la unidad de ciencias del comportamiento del FBI. El especialista, que acuñó por primera vez el concepto de asesino en serie, realizó a Dahmer una reveladora entrevista. Convertido en una estrella mediática, el caníbal disfrutó sentándose ante las cámaras y narrando con escrupuloso detalle cada uno de sus asesinatos y obsesiones. La charla entre Dahmer y Ressler fue perturbadora, pero dejó entrever cómo sentía y pensaba aquel psicópata.
Incluso el propio criminólogo concluyó que Jeffrey compartía dos perfiles criminales bien distintos: el organizado y el desorganizado. Así que era lógico que el tribunal creyese que no estaba en su sano juicio cuando cometió uno de sus últimos asesinatos. Ya en la cárcel, el joven decidió bautizarse y entregarse a la fe. Creía fervientemente que el demonio le había poseído. Hasta tal punto, que se veía representado por Satanás en la película de ‘’El Exorcista’’. Ahora necesitaba expiar sus pecados.
Pero su estancia en la cárcel fue corta. Apenas dos años. El que durante toda su vida adulta se había comportado como un depredador, tras los barrotes pasó a convertirse en la presa. Dahmer mostraba buen comportamiento y realizaba actividades con sus compañeros para socializar. Le asignaron tareas de limpieza junto a Christopher Scarver, un esquizofrénico que se hacía llamar Cristo, pero éste terminó por asesinarle a golpes. Ironías de la vida, el preso usó una barra de pesas del gimnasio, la misma arma que Jeff utilizó para matar a su primera víctima, Stephen Hicks.
El ‘’Carnicero de Milwaukee’’ murió poco después camino del hospital por las graves heridas sufridas en la cabeza. Era el 28 de noviembre de 1994 y tenía 34 años. Tras su fallecimiento, los médicos extrajeron su cerebro para estudiarlo. Allí comenzó una batalla judicial donde los padres se pelearon por hacerse con él. Mientras que la madre deseaba donarlo a un hospital de investigación mental, el padre solo quería enterrarlo y alejarlo de todo el mundo. Al final, su cerebro fue incinerado y las cenizas entregadas a sus padres.
Este violador, descuartizador, necrófilo y caníbal acabó con la vida de 17 hombres entre 1978 y 1991 y ha pasado a la historia criminal como uno de los asesinos en serie más aterradores. Sin embargo, todavía hoy muchos especialistas cuestionan si se trataba de un enfermo o de un monstruo.