Opinión

Todos deberíamos conocer sobre la política cultural

Por Otto Granados

“La televisión destruye por las tardes lo que la educación enseña por las mañanas”


Según la UNESCO, la economía creativa se define como el espacio de intersección entre las diversas industrias culturales y creativas, es decir, las artes, la cultura, el comercio, y la tecnología para generar valor que mejoren la calidad de vida y el bienestar de las sociedades en un sentido integral. A la fecha, este sector representa casi el 3% el PIB tanto en México como en el mundo, quiere decir que esas industrias importan bastante más de lo que la simplificación burocrática supone y deben ser entendidas como tal. Pese a ello, la gran interrogante si se entiende en realidad de qué va a hablar de cultura, creatividad y economía y la respuesta más probable es que no, o al menos no del todo, y la mejor evidencia es el fracaso en la gestión de la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal.

Por regla general, los gobiernos le otorgan poca relevancia a lo que podemos llamar la política cultural, que es el motor que mueve o debiera mover estas industrias, suele estar en los últimos lugares de las prioridades públicas, le otorgan poco presupuesto, los medios le concede un poco espacio y al final del día, lo que sucede en ese espacio se queda confinado entre una porción muy reducida de la sociedad, me parece que es una posición no solo equivocada sino peor aún desaprovechada.

La primera cuestión es que el apoyo al desarrollo de estas industrias creativas y culturales tiene por sí mismo un valor ético y estético para cualquier comunidad que se precie de ser razonablemente civilizada, permite formar generaciones más sensibles, educar a una población en torno a formas y caminos, mucho más exquisitos de entender el mundo y la vida y ayuda a alejarnos de la vulgaridad y la frivolidad imperante que amenazan cada vez más con corroer los bienes públicos que probé la cultura. Derivada de esta confusión se cree que se trata más bien de llenar la oferta con pan y circo porque es la manera en que supuestamente se pueden llenar museos, casas de cultura o salas de concierto.

El problema con esta tesis es que reproduce la consigna con que desde los años 70 del siglo pasado, la televisión adormeció a legiones de personas con un argumento banal, no hay que elevar el nivel cultural del pueblo, sino bajar el estándar de lo que se le da, como se decía en aquellos años “la televisión destruye por las tardes lo que la educación enseña por las mañanas” y así nos fue.

Buena parte del fracaso de la educación pública mexicana tiene ahí su origen, una cosa es la cultura, otra el espectáculo y una distinta el circo.

El otro error es que no acabamos de entender lo que significa una política pública en materia cultural, es decir, es un bien público, por tanto, no pueden ni debe ser para los caprichos o las ocurrencias, sino que la política cultural debe concentrarse en unos cuantos ejes de trabajo muy específicos y que los haga muy bien, por ejemplo, la infraestructura cultural tenerla a punto proteger y ampliar el patrimonio artístico, arquitectónico, museístico, elevar en términos de calidad, la oferta cultural, acompasar la promoción con la educación formal y el sistema escolar, entre otras cosas.

En tercer lugar, el estado no es responsable de hacer cultura ni de producir genios ni de descubrir artistas. El estado tiene como debe instalar las condiciones básicas, materiales, físicas, intelectuales, financieras, etcétera, para que los creadores desarrollen su propio talento y produzcan su trabajo con la mayor calidad.

Es un buen momento para hacer una evaluación profunda de la actividad cultural que permiten mucho mejor funcionamiento de las instituciones encargadas de ejecutarla, una diversidad más elevada, más abierta, más global y de más calidad en la oferta cultural y una mayor profesionalización de la gestión cultural que evite que se aleje de la frivolidad y de la intrascendencia.

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