El futuro es hoy más complicado de predecir. Vivimos tiempos cargados de incertidumbre y confusión. Vienen al caso versos de nuestros excelsos poetas, José Gorostiza: “Mi torpe andar a tientas por el lodo” (Muerte sin fin) y de Salvador Díaz Mirón: “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan (…) mi plumaje es de ésos” (A Gloria). Ambos aluden a lo mismo: la vida es un desafío que se debe transitar con principios que indiquen el rumbo; caso contrario, el extravío es inminente. La realidad está sucia, pero hay que enfrentarla.
Hay una aflicción compartida por ver luces al final del túnel. Me atrevo a augurar tres posibles escenarios para el próximo sexenio:
Primero. Andrés Manuel López Obrador se sale con la suya y logra otro triunfo de Morena en la Presidencia de la República. Le concedo 20% de posibilidades. Son varias las fallas de orden político. Los dos periodos más prolongados de estabilidad con crecimiento han sido el Porfiriato (35 años) y el priato, que nació con la Constitución de 1917 y terminó en el 2000 (83 años). Ambos conformaron una clase política profesional; esto es, hombres públicos con ambiciones y sentido de responsabilidad, aunque esta última fuera escasa. En el balance, los científicos, liberales y positivistas, supieron ejercer el poder. El error garrafal del dictador consistió en no resolver su sucesión con oportunidad. El priato (inmenso zoológico diverso de grandes habilidades) cumplió, aunque con tardanza y remilgos, su intención primigenia de ser un mecanismo de transición hacia la observancia de nuestra Carta Magna. La Cuarta Transformación demolió las tres anteriores sin reemplazo alguno, por eso le concedo pocas opciones de continuidad. Carece de cuadros y de asideros ideológicos.
Al segundo escenario, tampoco deseable, le concedo 50% de posibilidades. El “estancamiento con retroceso”; es decir, una época incierta, deambulando entre la dictadura y la anarquía, con una injerencia cada vez más penetrante de nuestro vecino del norte.
Por último, un escenario optimista que me recuerda una frase del presidente Lázaro Cárdenas. Cito de memoria: las cosas tienen que ponerse peor para mejorar. En otras palabras, no hay mal que por bien no venga. Le concedo 30% de posibilidades. Sin duda esta tarea exige una concertación de voluntades para frenar la reforma electoral. Siempre he considerado, con todo el esfuerzo denodado de varias generaciones, que la normatividad reguladora de la contienda y el acceso al poder, que debería ser sencilla y diáfana, es abigarrada y compleja. Lo más recomendable consiste en retornar al congreso unicameral que emana de la Constitución de 1857. Recordemos que el pueblo de México manifestó su rechazo a la convocatoria de Juárez para reinstalar el Senado.
Propongo una sola cámara que con 200 diputados de mayoría y 100 de representación proporcional sería mucho más poderosa, más eficaz y mejor contrapeso al poder presidencial. Hoy, por cierto, es uno de nuestros males más amenazantes.
Muchos coinciden en la segunda vuelta en la elección de nuestros gobernantes. Evidentemente, persiste el rechazo del partido en el poder, en detrimento de gobiernos más legítimos. El dinero ha hecho de las suyas. Su supervisión y el consecuente fincamiento de responsabilidades son nulas. Hay más propuestas, desde luego. Éstas tres me parecen las más urgentes.
No puedo omitir lo que considero el mayor peligro, a pesar de que se quiere ocultar. La investidura de la autoridad en los tres órdenes de gobierno y en los tres Poderes está seriamente abollada. Es algo que no se dio en lo general ni en el Porfiriato ni en el priato. Cuando menos en sus inicios. No obstante la manipulación de la opinión pública y de las encuestas a contentillo, se percibe un vacío de poder, un debilitamiento institucional.
Así las cosas.