Los políticos estamos dando un soberbio espectáculo de bajeza, mediocridad, mezquindad más lo que se les ocurra agregar, desde la pérdida de dignidad hasta la ausencia de autoestima. Tan deplorable opinión se tiene de la profesión que más requiere de una reputación decorosa, que cuando algo se descompone se dice “ya se politizó”, perdiéndose el significado etimológico de entrega y servicio. He escuchado a personajes de la vida pública que, al ser descubiertos en actos ilícitos, responden con enorme desfachatez: “Así es la política”, como si ya no tuvieran libre albedrío y fueran arrastrados por la inercia, argumentando que no hay opciones para intentar rescatarla de su oprobio.
Perdón por este cruel inicio, pero se trata de un diagnóstico descarnado del panorama político actual en México y en el mundo.
En mi artículo anterior hablé de los partidos políticos. Hay que leer y releer el libro de Luis González y González, La ronda de las generaciones, un análisis de algunos mexicanos relevantes, empezando con los liberales de la Reforma. Los personajes de la Revolución Mexicana tenían una mentalidad estatista y una idiosincrasia muy definida en su finalidad de concentrar el poder. Desde la Constitución de 1917 se diseñó un sistema político presidencial con un partido hegemónico de Estado. Venustiano Carranza murió en el intento de designar como sucesor a Ignacio Bonilla. Álvaro Obregón reprimió la revolución Delahuertista e impuso a Plutarco Elías Calles. Para cumplir con los propósitos revolucionarios, en la administración pública se crearon instituciones con su respectivo andamiaje jurídico. El siglo XX transcurrió con estabilidad y desarrollo.
En 1963, Gabriel Almond y Sidney Verba estudiaron la cultura política en cinco países: Italia, Reino Unido, Alemania, Estados Unidos y México. En nuestro caso, señalan “la ambivalencia de la cultura mexicana: muchos mexicanos carecen de habilidad y experiencias políticas, pero no obstante su esperanza y confianza son elevadas; además combinadas con esas tendencias aspirantes a la participación tan extendidas se da también el cinismo de la burocracia”. En otras palabras, escaso involucramiento en asuntos que a todos nos atañen, pero también un elevado consenso de que el país marchaba lento, pero consistentemente hacia el proyecto contenido en nuestra Constitución.
Había un regular nivel de legitimidad. Aquel sistema tuvo un método para seleccionar servidores públicos con perfiles profesionales y capacidades específicas, principalmente en Hacienda y en el Banco de México, responsables del denominado desarrollo estabilizador y la sustitución de importaciones.
La selección de los gobernadores recaía en la Presidencia, respetando el escalafón y la militancia en el partido. Si se daba una ostentosa mala decisión o una desavenencia, se procedía, sin más trámite, a la renuncia. De 1929 a 2000, fueron renunciados 49 ejecutivos locales. Había un equilibrio entre fuerzas centrífugas y centrípetas que permitían gobernabilidad.
Los partidos Nacional Revolucionario, de la Revolución Mexicana y Revolucionario Institucional crearon una clase política que, hasta la fecha, con breves periodos de excepción, ha gobernado México. Su historia, con sus claroscuros, aún no ha sido escrita. Después de un tropiezo casi letal, en 2019, el PRI abandonó al exrector de la UNAM, José Narro, quien, creo, hizo el último intento por rescatarlo. Dicho sea de paso, en muchos estados hoy gobernados por Morena, añoran al viejo régimen. Por algo será.
A partir del 2 de octubre, fecha emblemática, se empezará a estructurar un nuevo sistema político. Ni será el retorno al viejo PRI ni tampoco, me parece, corresponderá a las normas prescritas en nuestra Carta Magna. Una cosa doy por cierta, habrá partidos que, nos guste o no, son fiel retrato de la sociedad mexicana.
Continuaremos con el tema.