Opinión

La “victoria” de López Obrador

Por Juan José Rodríguez Prats

Creo que el Presidente ya tiene el récord de libros sobre su pésimo desempeño.


Hace casi un cuarto de siglo participé en una conversación, con tintes de debate y desbordamiento de pasiones, con cinco políticos tabasqueños. Andrés Manuel López Obrador, a semanas de ser postulado al gobierno del Distrito Federal, era uno de ellos.

El tema, al pertenecer a una misma generación y conocernos de varias décadas en la brega política, militando en partidos diferentes, surgió al calor de la plática. ¿En qué consiste tener éxito en la vida política y cómo medirlo?

Lo primero fue ponderar si lo más importante era llegar a un ambicionado cargo público. Los cinco habíamos contendido (como candidatos o precandidatos) a la gubernatura y habíamos sido electos para cargos de elección popular. Se dijo que no podía considerarse un triunfo si para lograrlo se usaban medios inmorales. Aquí vino otra interrogante: ¿es posible en México llegar a un cargo sin incurrir en deshonestidad, solamente por mérito propio; preservar principios y cuidar la dignidad personal sin incurrir en servilismo? Andrés Manuel negó esas posibilidades. A mi reflexión de que uno era cómplice si se llevaba a un puesto a alguien que no tuviera la calidad moral para desempeñarlo, me dijo: “Si vieras a los que he tenido que postular”. Aclaro, ya había sido presidente del PRD.

Sin un consenso pleno, dando por hecho que el fin justifica los medios, y que para poder cambiar a México había que llegar a posiciones de poder sin importar la manera de lograrlo, pasamos al siguiente tema: ¿qué hacer y cómo evaluar lo hecho? Aquí, nuevamente, el hoy Presidente propuso la cualidad esencial a ser ponderada: congruencia, cotejar lo prometido con lo realizado. Recordé una frase de nuestro paisano Carlos A. Madrazo: “Somos luces y sombras. Lo importante es el saldo final”.

El 31 de diciembre de 2018 sostuve un brevísimo diálogo con López Obrador en la toma de posesión del gobernador de Tabasco. Al acercarme a saludarlo, le dijo a su esposa: “Éste es un hombre íntegro”. Me preguntó qué estaba haciendo, le respondí: “Leo, escribo, hablo. Quisiera escribir tu biografía, pero con lo malo me va a salir muy voluminosa”. Me respondió: “Déjate de tonterías, vamos a la acción”. Mi respuesta fue espontánea: “Acción Nacional”. Remató con un “eres incorregible”. Hay testigos de este diálogo.

Hoy parecería inútil ocuparme de este tema. Creo que el Presidente ya tiene el récord de libros sobre su pésimo desempeño y aún no termina el sexenio. El término con el que mejor se le puede identificar es el de incongruente, ya que en pocos rubros cumplió su palabra.

Focalizo lo que a mi parecer es su mayor contraste entre lo que siempre dijo y lo que, al final de cuentas, hizo. Nadie puede negarle su extraordinario denuedo. Inició su carrera de menos cero y, con una ambición descomunal, se obsesionó con alcanzar la Presidencia. En la historia de México, su caso sólo es equiparable al de Benito Juárez y Porfirio Díaz. Su bandera siempre fue la democracia. Su discurso era machacón: respetar el voto.

Nunca sabremos qué sucedió en la elección presidencial de 1988, llevando por siempre el estigma del fraude. La de 1994, el mismo presidente Zedillo la calificó de inequitativa; la de 2000 ha sido la menos cuestionada; la de 2006, la más competida y señalada como fraudulenta, sin pruebas; en la de 2012 hubo evidencia de compra de votos; la de 2018 generó la mayor expectativa de cambio y la de 2024 es la más ilegal, manipulada y arbitraria de los tiempos recientes. Lo más grave es la conformación del Poder Legislativo, tanto nacional como local. Ninguna democracia funciona sin asambleas parlamentarias. Veremos en las cámaras todo, menos la deliberación y el acuerdo.

Mario Vargas Llosa calificó a nuestro sistema como la dictadura perfecta. Esto es peor, hemos arribado a una dictadura imperfecta. Nietzsche decía que el infierno consiste en descubrir la verdad demasiado tarde. Ahí estamos y al Presidente le corresponde el sitio más ardiente.