Opinión

El agitador

Por Juan José Rodríguez Prats

La justicia es, ante todo, una ética de respeto


Hace casi 32 años (24/04/1992) el jesuita Francisco Goitia organizó un debate en Villahermosa, Tabasco. Participamos Andrés Manuel López Obrador (dirigente del PRD) y yo (entonces secretario de Gobierno del estado). El periódico La verdad del sureste reseñó así el evento: “López Obrador: el remedio político no ha restañado la descomposición estatal. Soslaya Rodríguez Prats las acusaciones, dice que para impulsar el desarrollo de Tabasco no hay que ser simples agitadores”. Se dice que este evento fue una de las causas por las que se me solicitó la renuncia al cargo. 

También fui crítico de Felipe Calderón. En septiembre de 2011, en el programa Debatitlán, a raíz de que por presiones declinara mi precandidato Alonso Lujambio y a pregunta expresa, respondí: “Felipe tiene que entender que en el PAN no somos un rebaño de corderos”, aludiendo a Ernesto Cordero que el entonces presidente quería imponernos. Este comentario me costó perder la diputación federal en 2012.

Agitador es, según el diccionario, una “persona que excita los ánimos para propugnar determinados cambios políticos y sociales”. Son sinónimos: provocador, perturbador, instigador, revoltoso, sedicioso, faccioso, rebelde, entre otros.

Cicerón empezó las catilinarias pronunciadas en el año 63 a.C., diciéndole a quien quería subvertir el orden público: “¿Hasta cuándo abusarás Catilina de nuestra paciencia?”. Por su parte, Harold Bloom, crítico literario, escribe sobre Shakespeare: “Su política y su religión nos serán siempre desconocidas. Sospecho que no tenía ninguna política ni ninguna religión, sólo una visión de lo humano, o de lo más humano”. 

Tres citas: “No tengo miedo de la grandeza. Algunos han nacido grandes, algunos alcanzan la grandeza, a algunos se le echa encima la grandeza”. Otra: “La gloria es como un círculo en el agua, que nunca deja de ensancharse, hasta que esparciéndose a lo ancho se desvanece en nada”. La última: “Pero soltadme de mis ataduras con la ayuda de tus manos buenas”. Esto es, para ser buen gobernante se requiere una buena dosis de bondad.

El Quijote es un compendio de sabiduría sobre el ideal y la realidad. Por cierto, les recomiendo el libro recién publicado de mi correligionario Juan Antonio García Villa (no conozco a nadie que sepa más del tema), quien con amena prosa da cuenta de las muchas aportaciones de Cervantes.

Como puede inferirse, estoy ocupándome del liderazgo político de nuestro Presidente. Hagamos ahora una reflexión jurídica. Eduardo García Máynes nos ofrece en un párrafo las posibles definiciones del derecho: “Piensan algunos en un derecho justo; otros tienen presente el conjunto que el poder público crea o reconoce y no pocos sólo consideran como jurídicas las reglas que efectivamente norman la vida de una comunidad”.

En nuestro caso, el titular del Poder Ejecutivo, con todo respeto como él suele decir, sostiene con José Alfredo Jiménez que “su palabra es la ley”.

La lección es clara: todos servimos para algo y somos dañinos cuando no atinamos en nuestra vocación. En el caso de Andrés Manuel, lo suyo es agitar, no resolver, como se lo dije en aquel debate. Ahí está todo el acertijo. Nuestra entidad ha vivido en el conflicto a partir de su irrupción como dizque “luchador social”. Para muestra ahí está el mal llamado “movimiento de resistencia civil” que ha generado que miles de usuarios no paguen el servicio eléctrico. La deuda, según últimas cifras, alcanza 15 mil mdp y todas las posibles soluciones han fracasado.

Muchos editorialistas han repasado los diversos casos en que se atropella la ley. El ambiente en el proceso electoral está revistiendo amenazas de una lucha fratricida. Empecemos por lo elemental: el respeto y la autoridad se lo debe ganar a pulso. Si de ella emana el insulto y la agresión, pues el asunto se torna complicado, por decir lo menos.

El poder está para fortalecer la gobernabilidad, no para demolerla. Hay que predicar con el ejemplo.