En su origen, hace más de dos siglos, a los adversarios de los liberales no se les llamó conservadores, sino serviles. Los primeros querían limitar el poder del déspota. Los segundos, como su nombre lo implica, eran los lacayos, los sumisos incondicionales a quienes jerárquicamente eran sus jefes. La historia se repite. Políticamente, la lucha hoy en México es la misma. Los rebeldes, ante un gobernante prepotente y torpe, van contra los obedientes irredentos que quieren preservar a cualquier precio sus prebendas, privilegios e impunidad.
No se necesita mucho cacumen para identificar a las representantes de los grupos partidistas que luchan por el poder en México: Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. Las posiciones son claras: la primera propone defender al ciudadano y a la sociedad en su conjunto de los atropellos del poder; la segunda, sin cortapisas, pretende darle continuidad a la concentración de atribuciones para demoler el Estado de derecho.
En mi larga militancia política, cada vez estoy más convencido de que lo más importante es la calidad humana. Una persona sin virtudes esenciales no sabe hacer política. En otras palabras, una dosis de estoicismo es indispensable para asumir responsabilidades públicas.
Pongo un ejemplo. Hace casi 30 años, al afiliarme al PAN, percibí el afecto y respeto hacia Manuel Gómez Morin de quienes tuvieron la oportunidad de tratarlo. Hice amistad con cinco seres humanos de gran señorío: Alejandro Avilés, Juan José Hinojosa, Alfonso Arronte, Gabriel Palomar y Eugenio Ortiz Walls. Pronunciaban el nombre del fundador del PAN con reverencia y emoción. No se referían a su carrera profesional o a sus diversas aportaciones en el servicio público, sino a su amabilidad, a su trato, a su empatía, a la atención que le ponía a su prójimo. Siempre he dicho que la creación del partido es producto de los afectos sembrados por don Manuel.
El PAN, desde sus inicios, invitó a personas que no estando en sus filas, eran idóneas para ser postuladas a los cargos de elección popular. En 1946 le ofreció a don Luis Cabrera la candidatura a la Presidencia de la República. Don Efraín González Luna, cito de memoria, exclamó: “Qué grande es nuestro partido que se atreve a otorgarle una candidatura a un personaje que no es afín a nuestra ideología”. La idea, sin duda, es provocadora de muchas reflexiones.
En alguna parte leí que “Todos viajamos para encontrar espejos que nos ayuden a entender quiénes somos”.
No puedo presumir de una relación prolongada con Xóchitl Gálvez. Recientemente estuvo en Tabasco y la acompañé. Escuché su discurso, claro, accesible, motivador, sobre todo veraz.
Gómez Morin insistía en que nunca faltaran motivos espirituales a nuestra lucha política. Precisamente ése es el mensaje de nuestra candidata. La vida, la verdad, la libertad son motivos espirituales. Es congruente con lo que decía la manta detrás del presídium en la asamblea fundacional: “Bienvenidos los mexicanos que, sin ‘apetitos, prejuicios y resentimientos’, se comprometen con México”.
Analizando la vida de Xóchitl, de inmediato se advierte que es una persona con calidad humana, con sentido de responsabilidad para asumir deberes, con anhelo de superación y, sobre todo, con mucho sentido común para encontrar soluciones prácticas a los angustiosos problemas nacionales.
Estamos ya inmersos en una contienda que amenaza con ser ríspida. Requerimos de cordura y prudencia. Después del 2 de junio, sea cual sea el resultado, México será otro y se puede vislumbrar una situación de conflicto.
Son indubitables las señales que ha emitido el presidente López Obrador de que está convencido del triunfo de su fiel seguidora. La pregunta es si estaría dispuesto a lo que sea con tal de lograrlo. Viendo muchas de sus decisiones, podríamos esperar lo peor. Preparémonos.
Por lo pronto, estoy convencido de que Xóchitl es la mejor opción.