Opinión

“A trompa y talega”

Por Juan José Rodríguez Prats

La democracia se expresa en el lenguaje de la convivencia civilizada.


El presidente López Obrador es persistente en sus animadversiones. Jamás cede en lo más mínimo, ni siquiera se permite el beneficio de la duda. El ejemplo más evidente es su repudio a la ley. Violarla, aplastarla, burlarse de ella le produce un goce eufórico. Le reafirma su ego, le genera un íntimo regocijo. Así ha hecho en toda su trayectoria política y como en cada caso ha confirmado la impunidad de nuestro endeble Estado de derecho y el beneplácito de las masas que celebran todo resquebrajamiento del orden público, más se empeña en desobedecer todo lo que emane de una autoridad. Que no nos asombre. Es parte esencial de su personalidad: “No me vengan con el cuento de que la ley es la ley”. Ahí está la esencia de su gobierno.

Nunca en mis 54 años de vida política había presenciado tanto desprecio por el orden jurídico. El proceso se ha distorsionado brutalmente y la argumentación brilla por su frivolidad.

Ninguna nación ha logrado niveles sostenidos de desarrollo sin un buen Estado de derecho. Muchos criticamos el capitalismo de EU, pero hay que reconocer el gran peso del derecho consuetudinario en las leyes anglosajonas. Dos principios de su acta de independencia han permeado en todas sus instituciones: cumplir la ley y reconocer el derecho de las personas “a la búsqueda de su felicidad”.

México ocupa uno de los últimos lugares en Estado de derecho. En América Latina, solamente Honduras, Bolivia, Nicaragua, Haití y Venezuela están peor que nosotros. El deterioro en los últimos años ha sido notable.

El brutal desaseo y el autoritarismo de las últimas semanas para impulsar una reforma tiene un claro propósito: continuar la autocratización o, como algunos señalan, la desconsolidación de nuestro sistema político.

Toda la acción de gobierno podría definirse con una añeja locución castellana: “A trompa y talega”. La expresión se usa para hacer las cosas “sin orden ni concierto”. Es sinónimo de “desordenadamente, con poco sentido, atolondradamente”. En eso consiste la 4T en todos los órdenes. En política interior y exterior, haciendo leyes o elaborando y ejerciendo el presupuesto. La lista es interminable en todas las áreas de la administración pública.

¿Cuál va a ser el desenlace de este lío?

1. Que prevalezca el viejo clamor marxista: acelerar las contradicciones. En otras palabras, “entre peor, mejor”.

2. Que se eviten estas acciones depredadoras y se rescate nuestra entorpecida transición hacia la democracia.

Tal vez por deformación personal, considero que la batalla en 2024 debe darse en todos los frentes, pero prioritariamente en el Poder Legislativo. Fortalecer nuestra democracia representativa implica mejorar el quehacer político de nuestras asambleas parlamentarias. Bastaría asomarse a los países con mayor gobernabilidad y bienestar social para confirmar el buen desempeño de sus órganos colegiados. Para ser un buen parlamentario hay que distinguir entre congruencia y obsecuencia. La primera se da cuando se vota en conciencia, porque corresponde a los principios que sustentan la doctrina de un partido. La segunda es abyección, así la define el DRAE: “Extrema amabilidad, condescendencia o sumisión hacia alguien, hacia una religión o hacia una ideología política, con cierta incapacidad para discernir por cuenta propia”. La actitud del grupo parlamentario de Morena nos dio un buen ejemplo.

Los augurios son aterradores. En 2024 habrá, ojalá me equivoque, una contienda “a navaja libre”. Ni remotamente, AMLO piensa en entregar el poder a un adversario. Ambiciona, además, un grupo de senadores y diputados serviles y sometidos como los de su partido.

Las cámaras del Congreso son “cajas de resonancia de los problemas nacionales”, son el umbral entre la sociedad y el Estado. Son vigilantes del Poder Ejecutivo, voces profesionales y sensatas como contrapeso del abuso del poder. Ojalá así se entienda por quienes deciden.