Opinión

La lección de Mijares para Xóchitl Gálvez

Por Genoveva Javier Pérez

Reconocer nuestros errores y hacerlo públicamente requiere dos cualidades: humildad y valor


Juego de voces es sin duda espectacular. Este programa trae un formato nuevo, original, donde las emociones son el ingrediente que tiene cada domingo al público cautivo.

Lo que fue verdadera sorpresa es que ante la experiencia del gran Manuel Mijares, la memoria le haya jugado una travesura olvidando la letra de la canción a interpretar (por segundo domingo consecutivo, esperamos que a Manuelito no lo esté rondando el alemán).

Dos veces se equivocó pero en la última hizo lo que sólo los grandes artistas hacen: seguir cantando.

Pero regresemos un poquito al momento del error. ¿Cuándo íbamos a escuchar al “soldado del amor” vociferar con verdadero sentimiento las siguientes palabras que a partir de que salieron de sus labios son célebres: “la cagué, la cagué”?

Una forma muy florida de expresarse en televisión nacional pero que puso en evidencia la autenticidad de su frustración. Hoy ya es tendencia el hashtag #LaCaguéComoMijares con lo que los fans demuestran no sólo su apoyo al cantante sino que todos nos equivocamos.

Reconocer nuestros errores y hacerlo públicamente requiere dos cualidades: humildad y valor. “¡bravo, Manuelito!”

Cuando metemos la pata, lo ideal es reconocer que nos equivocamos y aquí el factor oportunidad es indispensable. Ni antes ni después, hay que hacerlo en el momento preciso.

Este lección debiera servirle a Xóchitl Gálvez. Precisa reconocer que se ha equivocado en la forma en como se ha conducido en su campaña.

Necesita ser ella misma y no el títere que es ahora. Cosa difícil que requiere honestidad y valor y dudo que se lo permitan, pero que si lo hiciera generaría empatía y reconocimiento, siempre y cuando esto viniera acompañado de un cambio en la manera de conducirse en lo sucesivo.

Por el momento, hoy Xóchitl es más el reflejo de una frase que ha hecho historia:

“Quien encuentra un pendejo encuentra un tesoro”

Esta singular frase la he tomado prestada de un hombre a quién admiro y respeto, don Armando Fuentes Aguirre mejor conocido como “Catón”.

Es curioso, pero antes de leer alguna de sus obras, me enganchó su don en la expresión oral. Es un extraordinario conversador y gran escritor.

Cuenta don Armando que la primera vez que escuchó esta frase “ quién encuentra un pendejo se encuentra un tesoro”, quedó maravillado al punto de decir: “ ¡Qué frase magnífica es ésta! Cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue compartirla con su esposa. Le dijo: “he escuchado una frase sensacional”. A lo que ella respondió: ¿Qué frase es esa? Él, emocionado se apresuró a repetirla: “quién se encuentra un pendejo, se encuentra un tesoro”. Ella, dulcemente le dijo: ¡Qué buena frase! ¿Dónde la oíste, tesoro?

En la actualidad, esta palabrita para algunos, palabreja para otros, es un insulto del que los mexicanos no gozamos derecho exclusivo, debido a que toda América Latina la usa con sin igual ilusión o mejor dicho, intención, ya que el objeto de semejante expresión es dejar en claro que la persona a la que se le dirige es tonta por decirlo suavecito.

No obstante, antes de que este improperio llegase a tierras americanas, España se nos adelantó. Pendejo viene del vocablo latín ‘pectiniculus’ y hacía referencia al ‘vello púbico’ (pelo que nace en la ingle y alrededor de las partes íntimas).  Para el año 1737, este “tesoro verbal” ya se hallaba registrado en el Diccionario de Autoridades bajo las acepciones: “Aquel pelo que nace y se cría en el empeine y en las ingles’ y ‘Apodo que se da comúnmente al hombre que es cobarde, sin valor ni esfuerzo’. Con el paso del tiempo, la segunda acepción es la que ha quedado es uso.

Aclarado este punto, digno del célebre libro “cómo insultar con propiedad”, pasemos al tema central: ¿qué tesoros o mejor dicho cuántos y quiénes son los tesoritos que forman parte de ese peculiar mundo de la política mexicana?

En la memoria de los mexicanos, desde luego haciendo hincapié en aquel dicho popular de que el pueblo no olvida, siguen presentes los “momentos felices que nos hizo pasar Peña Nieto con sus ocurrencias”. En la actualidad surge una nueva heroína que hace nuestros días más amenos. “Gracias Xóchitl Gálvez” -expresan no pocos paisanos-.

Y como los políticos aludidos, hay otros tantos personajes más o menos relevantes por sus metidas de pata.

Sin embargo, como diría la india María: “tonta, tonta pero no tanto”, la política no es sencilla, ni sus grandes ligas en las que se posicionan candidatos a puestos de elección popular.

Desde que inició la “etapa civil” presidencial,  se ha considerado como una cualidad que un candidato presidencial sea alegre, poseedor o poseedora de jovialidad, que atraiga electores y la Gálvez los atrae ¡Vaya que sí!

Sin embargo, este atributo no es suficiente, menos hoy cuando las costumbres y la forma de conectar con las  audiencias son diferentes de lo que fueron hace más de media siglo.

Recientemente escuché a Kenia López Rabadán, jefa de oficina de Xóchitl Gálvez decir que su candidata era cercana a la gente y que contrario a lo que sucedía con Claudia, (de quién dicho sea de paso se ha expresado de una manera grosera, siendo la única jefa de campaña de candidatos presidenciales con esa tendencia que refleja mucho su mala educación y que resta puntos a Gálvez), a quien la gente ni se le acercaba, a Xóchitl le pedían fotos y estaba rodeada de gente.

Lo que López Rabadán debe considerar es la motivación que hay tras esa popularidad, prima la cultura de “me retrato con ella porque es famosa”, es mediática, es un chiste o mucho peor, el tesoro al que se refería Catón. Lo cual de ninguna manera significa que obtendrá los votos.

En última instancia, la lección de Manuel Mijares para Xóchitl Gálvez y para todos los aspirantes políticos es clara: la autenticidad y la humildad son cualidades invaluables en el servicio público. Reconocer nuestros errores, ser genuinos y conectar de manera auténtica con los ciudadanos es  fundamental para construir la confianza y obtener el apoyo necesario en la arena política. Así, más allá de las ocurrencias mediáticas y las superficialidades, es la honestidad y el compromiso real con el bienestar de la sociedad lo que verdaderamente define a un líder. En tiempos donde la política puede parecer un juego de apariencias, recordemos que la verdadera riqueza está en la sinceridad y la integridad de aquellos que nos representan.

 

//Azteca Partners