Si hoy les quiero hablar sobre el Egotísmo, y no, no me equivoqué al escribir. No estoy escribiendo mal la palabra egoísmo. Hoy quiero hablarles sobre el egotismo, con “t”. El término egotismo se acuñó en el siglo XVIII. Algunos autores consideran que el egotismo es una versión socializada del narcisismo, ya que las personas egotistas necesitan darse importancia y ser elogiados. Las personas egotistas son capaces de negar la realidad con tal de hacer ver que nunca se equivocan. Tienden a invalidar la experiencia o la opinión de los demás y, además, son insistentes y tienen un gran poder de convicción. Los egotistas no asumen la responsabilidad de sus actos. La principal diferencia entre egotismo y egoísmo es que las personas egoístas anteponen sus propios intereses a los de los demás, mientras que las personas egotistas tienen una necesidad constante de hablar de sí mismas.
Vivimos en una era donde la exposición personal parece ser sinónimo de éxito y aprobación, un tiempo en que el término “ego” ha dejado de ser una palabra para convertirse en una fuerza determinante en nuestras vidas. Las redes sociales, el deseo de reconocimiento, y la búsqueda constante de validación pública han dado lugar a una tendencia que podría calificarse como el nuevo “pecado capital” de nuestros tiempos: el egotismo.
El egotismo, a diferencia del ego bien gestionado que impulsa a las personas a alcanzar sus metas con seguridad y propósito, representa una distorsión narcisista de la percepción personal. Esta actitud lleva a la sobrevaloración de las propias opiniones, deseos y logros, mientras se menosprecian o ignoran las aportaciones y necesidades de los demás. Desde figuras públicas hasta personas anónimas que construyen una marca personal a diario, esta tendencia nos lleva a comportarnos como si el mundo fuera una extensión de nuestra personalidad.
El Egotismo y la Sociedad de la Comparación
En redes sociales, el egotismo se ha convertido en un arma de doble filo: por un lado, permite que individuos compartan aspectos de su vida, logros y experiencias; pero por otro, refuerza un círculo vicioso de comparación constante, en el que solo se muestra la versión idealizada y, muchas veces, irreal de la vida. La narrativa de "mi éxito, mi verdad, mi identidad" se vuelve el epicentro de nuestras interacciones, y en esta obsesión por el “yo”, se diluye la empatía y la capacidad de ver más allá de la propia burbuja.
Esta exaltación individualista afecta incluso a nuestras relaciones interpersonales, en las que las personas parecen haberse vuelto actores secundarios en sus propias historias, moldeados y juzgados en función de cuánta atención puedan otorgar a los triunfos de otros. Así, las interacciones se vuelven transaccionales y calculadas, medidas en términos de beneficios personales, en lugar de ser fuentes genuinas de conexión y apoyo.
El egotismo, lejos de limitarse al ámbito personal, también impregna los ambientes profesionales y académicos. En los espacios de trabajo, por ejemplo, quienes caen en esta trampa del egotismo tienden a priorizar su propia reputación y logros sobre el éxito colectivo, lo cual puede desencadenar conflictos internos, falta de colaboración y una cultura de desconfianza. La insistencia en ser visto, en destacar sin importar los costos, destruye la cohesión y socava los objetivos comunes.
En el ámbito académico, el egotismo se refleja en la idea de que el conocimiento es un vehículo para alimentar el estatus personal y no una herramienta para el crecimiento colectivo. Esto no solo limita el desarrollo de la comunidad académica, sino que también impide la creación de una cultura de innovación y aprendizaje constante, pues cada éxito personal es magnificado a costa de la colaboración y el intercambio de ideas.
La pregunta entonces es: ¿qué podemos hacer para contrarrestar esta ola de egotismo? La respuesta, si bien sencilla en teoría, requiere un esfuerzo consciente en la práctica: debemos redescubrir la humildad, el valor de lo compartido y la importancia de reconocer los logros ajenos sin que ello demerite nuestra propia identidad. Aprender a escuchar, a valorar otras perspectivas y a celebrar el éxito compartido, es fundamental para construir una sociedad más cohesionada y menos egocéntrica.
Cultivar la empatía y practicar la introspección son pasos cruciales en este proceso. La capacidad de mirar hacia adentro y cuestionar nuestros propios motivos nos permite darnos cuenta de si nuestras acciones están guiadas por el deseo genuino de contribuir o si, en cambio, estamos impulsados por una necesidad insaciable de reconocimiento. No es sencillo, pero es necesario, si deseamos construir un entorno donde el verdadero mérito sea aquel que suma y no el que resta.
El egotismo puede parecer inofensivo, pero su impacto en la sociedad y en nuestras vidas individuales es significativo. La transformación, aunque lenta, debe empezar en cada uno de nosotros, recordando que nuestras acciones, en última instancia, deben buscar el bien común, no el engrandecimiento personal. Solo así podremos mitigar los efectos de este reflejo narcisista y construir una sociedad más consciente y menos centrada en la ilusión del “yo”. En esta era de exposición, el verdadero poder reside en la capacidad de conectar, de escuchar y de valorar al otro en su justa medida.
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