Opinión

México, atrapado entre fanáticos del régimen y rabiosos opositores

Por Artillero / Moisés Hernández Yoldi

La guerra por el poder por la que atraviesa México es endémica y tiene orígenes ancestrales


Los fanáticos del régimen rechazan cualquier cuestionamiento, para ellos toda crítica es un ataque y cualquier opinión que difiera de su pensamiento es una conspiración neoliberal.

En el otro extremo, los opositores al régimen actúan segados por el odio y por la fobia que les genera un modelo de gobierno contrario a sus intereses.

En esa mezquindad se mueven ambos bandos, niegan la posibilidad de diálogo e imposibilitan la construcción de acuerdos, sin darse cuenta o quizás sí, que en esa disputa todos pierden.

La guerra por el poder por la que atraviesa México es endémica y tiene orígenes ancestrales, ya en la época de la conquista (1521) los españoles que arribaron al nuevo continente, aprovecharon las disputas y división que existía entre los diferentes pueblos que habitaban la región de Mesoamérica.

La conquista jamás hubiese sido posible, si los pueblos enemistados con los mexicas no se hubieran unido a los españoles, tal y como lo documentan y narran los historiadores de aquella época (Andrés de Tapia y Bernal Diaz del Castillo).

La historia se repitió en el siglo XVIII, durante la guerra de Reforma, el enfrentamiento entre conservadores que pretendían mantener sus privilegios heredados por la monarquía, y liberales que pugnaban por el establecimiento de un Estado separado de la oligarquía y de la Iglesia, trajo consigo el debilitamiento de la incipiente nación.

El resultado de este conflicto (1858-1861) fue funesto para el país, llevó a la intervención francesa y al efímero y mal logrado Segundo Imperio Mexicano (1863-1867), además de cuantiosas pérdidas humanas y económicas; la principal consecuencia de la Guerra de Reforma fue el enorme debilitamiento militar, económico y político de la nación, dejándola vulnerable para custodiar sus fronteras y defender su soberanía.

Las disputas políticas e ideológicas que ha sufrido México siempre han terminado con graves y costosas consecuencias; desde su independencia lograda en 1821 (tratados de Córdoba), México había intentado infructuosamente consolidar un sistema de gobierno estable y acorde a las necesidades de la nueva nación, pero las diferencias internas se impusieron a la razón y el país fue víctima de la mezquindad de las fuerzas políticas que buscaban imponerse.

La guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848) fue una nueva evidencia de los efectos devastadores que genera la división, el resultado final de ese conflicto fue la pérdida de más de la mitad del territorio a manos de los EEUU, agravio y despojo que se concretó el 2 de febrero de 1848 con la firma del inefable tratado Guadalupe Hidalgo.

En la revolución o las revoluciones, porque en realidad fueron muchas las guerras revolucionarias las que vivió México a principios del siglo XX (1910-1917), el país también fue escenario del enfrentamiento ideológico, político y económico de diferentes grupos que buscaban imponer sus intereses.

La historia en México es cíclica y repite los mismos errores sin aprender del pasado, la mezquindad se impone y el rechazo al diálogo imposibilita la construcción de acuerdos.

Así, México transita a tropezones en el siglo XXI, rehen de una nueva-vieja lucha por el poder protagonizada por un los fanáticos del régimen que se hacen llamar progresistas, y que se muestran incapaces de aceptar la mínima crítica y dispuestos a defender a ultranza cualquier exceso, error o barbaridad, y por otro, una oposición segada por el odio y que solo busca derrotar al régimen a cualquier costo, acusándolo de comunista, y de querer imponer una dictadura. Ambos protagonizan una verdadera oda a la ruindad.

Tan mal los unos como los otros, tan peligrosos los chairos como los fifis, pero no nos confundamos, México y los mexicanos no se limitan a esos grupos radicales, en realidad son minorías. 

El mexicano promedio es ajeno a esa lucha fratricida; el mexicano es bueno por naturaleza, aprecia la familia, se siente orgulloso de sus orígenes y de su identidad, estudia y trabaja para salir adelante, es fraterno, cálido y buen anfitrión, es compartido y generoso, no es ni chairo ni fifi, es mucho más que eso.

Es gracias a esos mexicanos que ha sido posible construir democracia, son ellos (nosotros) los que hicieron posible la transición en el año 2000 al volcarse masivamente en las urnas, son los mismos que echaron al PRI que se pudrió tras 75 años en el poder; fueron ellos los que con su fuerza y exigencia le dieron la oportunidad de gobernar al PAN por 12 años. Fueron ellos mismos los que llevaron al poder a López Obrador, y serán ellos los que decidirán, ajenos a los intereses de populistas y oligarcas, los que decidirán el futuro de la nación en 2024.

No se confundan, se llama democracia y construirla y consolidarla es tarea de todos.