Opinión

Las 4 edades de la mitología griega: Los crímenes de la edad de bronce

Por Ángel Parra

Las 4 edades de la mitología griega: Los crímenes de la edad de bronce


El ser humano desde sus inicios ha buscado siempre sus orígenes, buscando si alguna vez en el pasado hubo otras humanidades y otros tiempos en los que no había violencia, rencor e ira entre sus similares. Y si, existen varios mitos que nos pueden hablar sobre una humanidad anterior a la nuestra, pero como en todas las historias siempre va a haber un capítulo en donde la humanidad se va descomponiendo y con el paso del tiempo el ser humano va sacando ese lado más oscuro que tiene, pero siempre va a haber un detonante, está en nuestra conducta, poder, avaricia, ser mejor que los demás, son cosas que nacieron en una era muy remota en nuestro pasado y para eso vamos a contar los inicios del hombre en la mitología griega, es por eso que te contaré, la creación del hombre y sobre las Cuatro Edades que precedieron nuestro mundo. Edades en las que según las antiguas leyendas, no existía la maldad en el ser humano, ni estaba corrompido por el oro y el poder.

Cuentan las leyendas, que después de crear la tierra y todos sus seres vivientes, los dioses vieron que todavía faltaba un ser viviente más noble que todos los que ya habitaban, incluso más capaz por su alta comprensión y que incluso pudiera gobernar sobre las demás cosas. De acuerdo a Ovidio en Metamorfosis, se cuenta que el hombre nació, los dioses, los divinos creadores, lo hicieron con un germen divino, ya sea que la tierra reciente y recién separada del alto éter conservaba algún germen del cielo nacido con ella y el hijo de Japeto, Prometeo, al ver esto, mezcló agua de las lluvias y tierra y modeló ese ser a imagen de los dioses que rigen todas las cosas; mientras que todos los animales o seres vivientes miran inclinados hacia la tierra, este dio al hombre un rostro y ordenó que se dirigiera hacia el cielo y lo mantuviera levantado hacia los astros, para poder comprender las estrellas, poder comprender el mundo que lo rodeada y sentir el aire en su cara, disfrutar ese mundo creado. De este modo, la tierra, que antes era árida e informe, se cubrió, por esta metamorfosis, de figuras de hombres, desconocidas hasta entonces, que poblaron varias eras.

Después de la creación del hombre, se cuenta en las antiguas leyendas, que fueron Cuatro Edades las que precedieron nuestra era, cuatro que sin duda marcaron la humanidad y tuvieron eventos que nos marcan como especie y como seres humanos. Se habla de la primera que fue la Edad de Oro, la cual sin coacción, sin ley, practicaba por sí misma la fe y la justicia. En este tiempo se ignoraban el castigo y el miedo, y no se veían grabadas en público, en bronce, para ser leídas, palabras amenazadoras y la multitud suplicante no temblaba ante la presencia de su juez, sino que estaban seguros sin defensor. Había confianza en este mundo, todos se trataban como iguales, los hombres y mujeres no sufrían enfermedades, no había dolores ni angustias. En esta era, todavía no había sido cortado el pino en sus montañas y no había descendido a la líquida llanura para visitar un mundo extranjero y los mortales no habían conocido otros litorales que los de su país.

Aún no circundaban las grandes ciudades y sus profundos fosos, no había largas trompetas, ni cuernos de bronce curvado, ni cascos, ni espadas, sin necesidad de soldados, las naciones pasaban seguras sus ocios agradables, se podía amar, vivir, reír y llorar sin ser juzgado. La misma tierra, libre de toda carga, no hendida por el azadón ni herida por el arado, daba por si misma de todo, y contentos con los alimentos que producía sin que nada la obligara, los hombres recogían los madroños, fresas silvestres, frutos del cornejo, moras que se adherían a las zarzas espinosas y bellotas que habían caído del corpudo árbol de Zeus. La primavera era eterna y los apacibles céfiros acariciaban con sus tibios soplos a las flores nacidas sin semilla. También, la tierra no había sido labrada, producía mieses, y el campo, sin ser cultivado, se cubría de grávidas espigas, manaban, ya ríos de la leche, ya ríos de néctar, y de la verde encina iba destilándose la dorada miel.

Después de que el mundo estuvo bajo el gobierno de Zeus una vez que Cronos fue enviado al tenebroso Tártaro, llego la Edad de Plata, inferior a la de Oro, pero mejor que del amarillento Bronce. Zeus acortó el tiempo de la antigua primavera y, por medio del invierno, el verano, el inconstante otoño y la acortada primavera, dividió el año en cuatro estaciones. Entonces, por vez primera, abrasó el aire impregnado de fuego, y el hielo, endurecido por los vientos, quedó en suspenso. Entonces, por primera vez, los hombres entraron en sus casas; esas casas fueron unas grutas de espeso follaje y ramas entrelazadas con cortezas. Fue también entonces cuando las semillas de Deméter se introdujeron en los largos surcos y los bueyes gimieron bajo el peso del yugo.

Sin embargo, después de esta era, llegó una tercera, y temible época, que haría temblar a los dioses, que los haría querer exterminar a la humanidad, por todos sus crímenes. Pero no nos adelantemos, vamos a hablar de la Edad de Bronce, más feroz en sus condiciones naturales y más pronta, a los terribles combates, no siendo, sin embargo, perversa la más terrible de todas, pues tuvo la dureza del hierro; en esta era de un metal tan vil aparecieron toda clase de crímenes: huyeron el pudor, la verdad y la buena fe y ocuparon su lugar, el fraude, la perfidia, la traición, la violencia y la pasión desenfrenada de las riquezas, la gente se comía entre sí misma. El marino entregaba las velas a los vientos que aún no conocía suficientemente; las maderas de los navíos, que durante tanto tiempo habían estado en las alturas de los montes, se lanzaron a las aguas desconocidas, y el canto agrimensor señaló limites largos a la tierra, antes común, como la luz del sol y los aires.

Y no solo se exigía a la fecunda tierra las cosechas y alimentos debidos, sino que se penetró en sus entrañas y se arrancaron los tesoros que excitaban a todos los males que ella había sepultado y ocultado en las sombras de Estigia, se perdió todo respeto a la madre naturaleza y a los dioses. Aparecieron el dañino hierro y el oro, el segundo mucho más dañino que el hierro, pues la gente se mataba por este; aparece la guerra, que lucha con cada uno de los dos, y con su mano ensangrentada agita las resonantes armas. Se vive de la rapiña; el anfitrión no está seguro del huésped, ni el suegro de su yerno, también es rara la concordia entre hermanos. El esposo trama la perdición de su esposa y está la de su marido; las terribles madrastras mezclan los envidiosos venenos; el hijo, antes de tiempo, se informa sobre la edad del padre. Yace por el suelo la piedad vencida, y la doncella Astrea, la última de las inmortales, entre lágrimas, implorando a los dioses justicia y llena de sangre, abandona la tierra empapada en sangre.