Opinión

Un caos llamado Trump

Por Rodrigo Chillitupa Tantas


Quiero confesar que no me sorprendió para nada lo ocurrido el último miércoles en los Estados Unidos. La razón es muy simple: Donald Trump no iba a cerrar su gestión sin emplear el estilo con el que se ha manejado en la Casa Blanca. Es decir, con pura demagogia, violencia y un profundo desprecio a la democracia. Por eso, lo hecho por el republicano, al incentivar que una turba delincuencial y fascista se apodere insólitamente las instalaciones del Capitolio para evitar la certificación de la victoria del demócrata Joe Biden, no es propio de un líder mundial. Es todo lo contrario: es de un autócrata simplón que, lamentablemente, debe quedarse en su cargo los once días que le restan de mandato para no agudizar la crisis en su país.

Desde noviembre pasado, cuando perdió las elecciones, Trump comenzó a tener un comportamiento muy cuestionable al querer deslegitimar el sistema electoral estadounidense. Ese que le sonrió, hace cuatro años, cuando venció a Hillary Clinton. Empezó por cuestionar los votos por correo que, después, el ex fiscal general William Barr se encargó de manifestar que no tenían ninguna irregularidad que pudiera afectar el procesamiento de las boletas. Después, su estudios de abogados plantó una inédita cifra de 60 demandas en las cortes federales que no tenían pruebas sólidas y sin sustento porque el Colegio Electoral proclamo a Biden como ganador y, finalmente, presionó al secretario de estados como el de Georgia para buscar votos a su favor que no terminaron por concretarse porque se filtró a la prensa.

Entonces, derrotado en el ámbito legal y puesto en evidencia ante la opinión pública, la última carta de la baraja de Trump fue promover un autogolpe de Estado, tan presentes en la historia de América Latina con diferentes matices, en el máximo símbolo de la democracia estadounidense sin prever las terribles consecuencias que, por los cables informativos, terminaron dándose: cinco fallecidos y 14 policías heridos. Un precio muy caro que ha provocado dos cosas: Trump esté aislado al borde de una destitución, merecida si otra fuera las circunstancias por la pandemia de la Covid-19, y Estados Unidos esté profundamente dividido.

El republicano ha roto relaciones con su vicepresidente Mike Pence y los integrantes de su gabinete le han perdido respeto y confianza. Solo tiene un pequeño círculo de colaboradores de poco peso político que, difícilmente, sean unos buenos voceros. Trump, bajo este panorama, se encuentra muy debilitado y propenso a la arremetida de los demócratas que desean hacerle un juicio político express en el Congreso. Una medida que no resolvería la crisis porque las bases de la institucionalidad norteamericana quedarían, después de las audiencias en la Cámara de Representantes y el Senado, muy endebles y frágiles. La 25ta Enmienda de la Constitución se creó para situaciones de alguna incapacidad física o mental del mandatario. En el caso de Trump, si pasará por un análisis psiquiátrico, tal vez, podría evidenciar su desconexión de la realidad, tal como se ha visto en los últimos días.

Ahora bien, en medio de esta crisis, también se abre una arista más: la polarización. Ahí es cuando menciono que, en la sociedad norteamericana, el trumpismo ganaría un terreno considerable. Ya hay sectores que prodigan a imagen y semejanza de Trump como lo son los supremacistas blancos de los Proud Boys, quienes sin reparos esparcen ese discurso de odio hacia las minorías afroamericanas e inmigrantes, tan perseguidos en estos cuatro años. Esto a la larga también provocaría consecuencias porque, al abrirse paso una corriente independiente para Trump, el Partido Republicano -que pagará un costo político muy alto por apoyar las teorías conspirativas del presidente- terminará desplazado dentro del bipartidismo que predomina en la primera potencia mundial.

Históricamente, Estados Unidos se ha caracterizado como uno de los países que mejor ha realizado la transición pacífica y ordenada del poder. Los derrotados asumían con hidalguía y con la reverencia a la institucionalidad que no recibieron la confianza en las urnas. Y los ganadores transmitían un mensaje de unidad y reconciliación tras la intensa tormenta electoral. Sin embargo, en esta oportunidad, no será así. Trump ha dicho que no irá a la toma de posesión de Biden el 20 de enero. Una decisión que solo refleja, por enésima vez, la falta de modales democráticos por parte de un multimillonario que se sentó en el Despacho Oval sin entender que cuando te toca ganar o perder, siempre se debe respetar el resultado. 

@RodrigoCT_94