Opinión

Tiempos inéditos

Por Ricardo Homs

Lo que inició como una protesta pacífica en Los Ángeles para detener deportaciones masivas en EU, se ha salido de control


Muchas suspicacias generan las imágenes de la bandera mexicana ondeando en manos de provocadores que están generando violencia en Los Ángeles, y más aún, que estas sean las que publiquen los principales medios de comunicación norteamericanos para describir lo que está sucediendo en California, -santuario migrante-, durante esta escalada de deportaciones.

La imagen del país que durante muchos años fue el referente mundial respecto al respeto a los derechos humanos y la legalidad, se nos está desmoronando en unas cuantas semanas.

Sin embargo, parece existir una campaña creada por grupos radicales para criminalizar a los migrantes ante la totalidad de la sociedad norteamericana y así legitimar los abusos en contra de ciudadanos de origen mexicano, gente que ha llevado una vida intachable y productiva durante muchos años en Estados Unidos.

Las imágenes donde se ve nuestra bandera en medio de la violencia casi parecerían planeadas para generar encono entre el pueblo norteamericano.

No debemos ignorar la existencia de grupos radicales civiles, -totalmente antiinmigrantes-, que pueden actuar violentamente. Entre ellos, también existe un sector de norteamericanos de varias generaciones, con evidentes raíces mexicanas que no se solidarizan con nuestros migrantes, sino que los rechazan.

Lo que inició como una protesta pacífica en Los Ángeles para detener las deportaciones masivas en Estados Unidos, se ha salido de control. Pareciera haber intereses oscuros generando violencia y pretendiendo vincular a México en esta problemática, exhibiendo nuestra bandera como un símbolo de la confrontación, lo cual nunca antes había sucedido.

Pareciera haber provocadores profesionales insertados en estas acciones violentas que incluyen vandalismo sobre tiendas y centros comerciales.

Sin embargo, hay un contexto que nos puede dar la pauta para entender esta polarización en Estados Unidos. La globalización ha convertido a este país en la “tierra prometida” para los latinoamericanos que buscan mejorar su calidad de vida y para quienes huyen de la violencia criminal en sus países.

Este incremento migratorio, -multiplicado en los últimos años-, está impactando las bases de la identidad del pueblo norteamericano, -generando la percepción de que ha sido invadido por otras culturas-, no obstante que este país siempre ha sido

cosmopolita y abierto a las migraciones paulatinas, que han creado la riqueza que ha convertido a Estados Unidos en una potencia económica, política y militar.

La riqueza gastronómica de cocinas extranjeras ha sido asimilada en los últimos años por los norteamericanos. Además, este país ha visto impactado su sistema de valores sociales y ha resentido la llegada de otros idiomas y tradiciones. Todo ésto ha impactado el estilo de vida del norteamericano tradicionalista.

Es obligado en este contexto traer a la mente el libro de Samuel Huntington titulado “Who are we?… The challenges to América s National Identity”, (¿Quiénes somos nosotros? … los retos de la identidad nacional norteamericana), publicado en 2004, donde se describe el temor de la sociedad norteamericana por las influencias migratorias.

Sin embargo, Huntington destaca en su libro la influencia de la inmigración mexicana y la hispanización de grandes regiones de su país, lo cual ha sucedido de modo diferente de las oleadas migratorias anteriores, para lo cual da argumentos incuestionables.

Dice: “Ningún otro grupo inmigrante en la historia estadounidense ha reivindicado, -ni ha pretendido reivindicar-, un derecho histórico sobre territorio estadounidense. Los mexicanos y los mexicoamericanos pueden, -y de hecho lo hacen-, reivindicar dicho derecho”.

Evidentemente la anexión de ese vasto territorio que antes pertenecía a México está reflejada en este comentario de Huntington. Hoy México tiene una extensión territorial de dos millones de kilómetros cuadrados, pero antes de la anexión de California, Texas, Nevada, Utha, Arizona, Nuevo México y parte de otras entidades federativas hoy norteamericanas, -concretada el 30 de mayo de 1848-, era de cuatro millones novecientos sesenta y cinco mil, territorio más grande que el que hoy tiene todo México.

El nombre de muchas ciudades muy importantes de este territorio, como Los Ángeles, San Francisco, San Antonio, San Diego y muchas más, dejan su huella en el inconsciente colectivo.

Todo este contexto socio cultural, de modo silencioso forma parte del ámbito de esta problemática política que hoy está generando tan graves problemas para nuestros dos países, hermanados y además socios.

Quizá en el centro de este conflicto están anidando estos temores por una hispanización y biculturalidad que está socavando la identidad tradicionalista

norteamericana, pues a diferencia de las oleadas migratorias anteriores, -principalmente europeas-, que se asimilaron integralmente a los valores y la identidad del país que les dio una nueva oportunidad de vida, los mexicanos nunca pierden su identidad nacional en Estados Unidos y crean comunidades totalmente mexicanas.

La identidad étnica mexicana se convierte también en un elemento de diferenciación que frena la integración total de un alto porcentaje de nuestros migrantes, en la vida cotidiana de la sociedad norteamericana.

Mi percepción al asistir en los años noventa, -como autor-, a una feria del libro organizada en el barrio mexicano de Chicago, era estar en algún municipio del estado de Jalisco.

Los temores están arraigados en el inconsciente del pueblo norteamericano y si no se habían manifestado anteriormente, era porque la cotidianidad de la presencia mexicana ya había generado una convivencia fructífera, en la que nuestros compatriotas a partir de un trabajo eficiente, responsable y comprometido se habían ganado la confianza de sus patrones, así como de sus vecinos.

Sin embargo, hoy que los grupos radicales de ese país remueven los temores dormidos y se les da connotaciones que rebasan el ámbito de la “identidad nacional” a la que aludía Huntington, y se le replantea como un contexto de peligro, podría en corto plazo generarse un ambiente social adverso, -no sólo de deportaciones masivas de los indocumentados-, como hoy sucede, sino de rechazo también a los mexicanos que viven legalmente en ese país.

No debemos quedarnos como país con los brazos cruzados.

Además de las negociaciones gubernamentales que deben hacerse con gran sensibilidad y mesura, se hace urgente que el gobierno federal contrate a alguna de las grandes agencias norteamericanas de relaciones públicas y comunicación para realizar una gran campaña deslindando a nuestro país de la violencia y los actos vandálicos, y apelar a lo que nuestros connacionales con esfuerzo, talento y dedicación han aportado para la calidad de vida de la sociedad norteamericana.

Es indiscutible la influencia migrante en la industria de la construcción, la agricultura, el comercio y otras actividades productivas. Hay mucho que reivindicar sin conflicto y de modo propositivo.