Debemos preguntarnos cual es el motivo para que hoy, -a 500 años de distancia-, sigamos cuestionando nuestro legado hispano, generando conflicto social y político con este tema.
Todos los países de Europa sufrieron invasiones, ya sea romanas, de tribus bárbaras del norte, vikingas, árabes y muchas más. Los españoles sufrieron entre otras invasiones significativas la romana y la árabe que duró 700 años.
Sin embargo, en el extranjero, este es un tema superado y en cambio para nosotros la narrativa de la conquista está hoy más presente que nunca, generando en la sociedad mexicana un sentimiento de victimización y de encono como respuesta.
La interpretación histórica de la derrota, -visión que está documentada en los libros de historia y en los textos escolares que hemos utilizado durante décadas-, deja en el ánimo colectivo de los mexicanos la percepción de haber nacido en un país que surgió con la deshonra de tener como origen a un pueblo vencido, víctima de las ambiciones de los poderosos invasores, y además, que el mestizaje es el resultado del abuso sexual en contra de las mujeres indígenas. Esta ha sido la narrativa oficial desde que tengo uso de memoria.
De este modo vemos que este sentimiento de victimización recorre al pueblo mexicano, generando resentimiento social. Por ello vemos que en el ámbito político hay una tendencia a dejarse seducir por héroes reivindicadores que responderán ante los agravios y cobrarán las afrentas, lo cual ha permitido a gobernantes populistas mantener el control político.
Esta visión histórica, -relativa a la denominada conquista-, nos confronta hoy como mexicanos. Sin embargo, no es casual, pues ha sido construida a lo largo de muchos años, -quizá poco más de 200-, o sea, desde que México consumó su independencia.
El objetivo de construir esta interpretación histórica desde la posición de víctima, -focalizando nuestro origen en la derrota-, ha sido legitimar la concentración de poder individualizado, a partir de manipular las legítimas expectativas y aspiraciones de quienes han sido marginados y estaban en espera del mesías reivindicador de agravios.
Detrás de esta visión está la narrativa maniquea de vencedores y vencidos que impacta negativamente la autoestima de los perdedores. Por ello quizá el mexicano siente que el fracaso lo trae en el bolsillo y en contraste, el éxito es producto de su resiliencia, entereza y gran determinación para enfrentar a la adversidad y al destino.
Por ello los mexicanos nos esforzamos como país por demostrarnos que somos más fuertes que la adversidad y podemos superar todas las crisis, renaciendo desde las profundidades como el ave fénix.
Está sumamente documentado que quienes realmente derrotaron al imperio mexica y tomaron Tenochtitlán fueron 136 mil guerreros indígenas, originarios de pueblos enemigos de ellos, -como fueron los tlaxcaltecas-, así como de las etnias sojuzgadas y sometidas a crueles tratos por los aztecas, desde la posición de vasallos.
Por otra parte, aparece como protagonista Hernán Cortés, quien prácticamente fue el comandante en jefe con sus 800 soldados de apoyo. Sin embargo, la interpretación que se da a este acontecimiento es el de una invasión española, sin tomar en cuenta que España aún no existía como nación.
Es fundamental entender la interpretación que se ha dado a lo largo de la historia de nuestro país a la derrota del imperio mexica, -narrada como una invasión extranjera-, la cual da a entender que México nace como nación a partir de una derrota y no como una sublevación de pueblos oprimidos en contra de su opresor.
Hemos ignorado que los pueblos que se liberaron del yugo azteca hoy también son parte fundamental de la sociedad mexicana, sin tomar en cuenta que en aquella época México aún no existía.
Parece ser que esta visión que magnifica una derrota inexistente puede haber sido construida hace poco más de 200 años por una oligarquía política que tomó el control del naciente México independiente.
Para ello, desde entonces se describe el triunfo del pueblo sublevado en contra del poderoso imperio español, como una odisea y se señala a España como el origen de todas las desigualdades y desgracias que sufrió nuestra nación durante el virreinato y cuya secuela llega hasta el presente.
Esta polarización entre los descendientes de los vencidos, -y los de las oligarquías representantes de los vencedores-, siempre ha generado políticamente la expectativa de la llegada de algún prócer poderoso y reivindicador, que utilizando un modelo de poder paternalista, liberase de las injusticias a los olvidados y cobrase los agravios.
De este modo se generaron durante el siglo XIX las condiciones que permitían siempre la llegada de un tlatoani, -que con base en promesas-, tomaba el control, creando siempre un sistema de poder unipersonal.
Por ello hubo dictadores como el emperador Iturbide, el presidente Antonio López de Santa Anna, así como un segundo emperador, como lo fue Maximiliano de Habsburgo, y por último el presidente Porfirio Díaz, entre otros gobernantes que se convirtieron en autócratas en el siglo XIX.
Ya en ese mismo siglo XIX se daba la confrontación ideológica entre el indigenismo liderado por el abogado, periodista e historiador Carlos María de Bustamante y el hispanismo representado por Lucas Alamán.
Sin embargo, en el momento actual, -caracterizado por un contexto social de resentimiento por los agravios recibidos durante tantos años de olvidos-, se renueva la confrontación con base en argumentaciones históricas.
Para ello se polariza al país a partir de criterios étnicos que nos llevan forzosamente al momento crucial de la fusión de dos civilizaciones provenientes de dos grupos raciales diferentes. Esto es el momento de la mal llamada “conquista”.
Así nos han dividido a los mexicanos entre el “pueblo bueno”, -y por contraparte-, oligarquías abusivas, sin definirse con precisión quienes forman parte de un grupo y quienes del otro.
Hoy vemos cómo se capitaliza políticamente la falta de oportunidades de crecimiento económico, vinculando a la pobreza con los orígenes raciales indígenas y con la destrucción de la civilización indígena para lograr la imposición de la civilización occidental.
Sin embargo, el verdadero peligro está en que, del tema étnico, -como origen de las limitaciones económicas y de la pobreza-, se puede equiparar este contexto con la ideología de la “lucha de clases”, -promovida por el marxismo. Para establecer este paralelismo no hay mas que un paso, y con ese modelo populista llegaría el fin de nuestra democracia.
Recordemos que la lucha de clases se sustenta en la rebelión del proletariado, -o sea, la lucha de los trabajadores explotados-, en contra de las oligarquías económicas, dueñas del capital.
Con una visión incluyente, -que nos permita llegar a la reconciliación-, visualizamos un país que estimule la verdadera justicia social a través de brindar oportunidades de desarrollo y calidad de vida para todos los sectores sociales y económicos. Para ello debiésemos empezar a neutralizar este contexto de confrontación estimulado por la narrativa de una conquista militar inexistente denominada erróneamente “conquista” y en su lugar, debiésemos privilegiar la fusión de dos civilizaciones: la indígena y la europea.
Esta visión fue denominada “sincretismo cultural” por José Vasconcelos, hace casi cien años, lo cual dio por resultado la expectativa de un gran país, que hoy es México.
Hoy es un momento de aprovechar las oportunidades que nos ofrece el inicio de un nuevo gobierno, ya que parece ser que con visión realista y pragmática nuestra presidenta ha asumido el objetivo de “gobernar para todos los mexicanos”, como ella misma lo manifestó en su discurso de toma de posesión del cargo presidencial, lo cual lleva forzosamente a la conciliación y a un proyecto de país unificado.
Sin embargo, los radicales de su partido, MORENA, terminarán siendo un lastre para la presidenta, pues parecen empeñados en generar conflictos sociales y políticos con el fin de dividirnos entre buenos y malos mexicanos, para así favorecer el surgimiento de la “lucha de clases” desde la visión bolivariana del Foro de Sao Paulo, donde el tema étnico indigenista, -confrontado contra el de la hispanidad-, es un área de oportunidad para enardecer el conflicto con un tufo de patrioterismo (que no es lo mismo que el verdadero patriotismo).
Los riesgos del resentimiento social rebasan hoy en México al ámbito ideológico y político, pues estimulan la delincuencia y la violencia, vistiendo con una fachada de lucha social, a una actividad que en esencia es cien por ciento empresarial, pero practicada desde la comodidad de la clandestinidad, lo cual para el Estado Mexicano significa no recibir impuestos y en muchos casos generar una doble tributación para el micro y pequeño empresario, representada ésta por el pago a sus extorsionadores, -por una parte-, y por otra, sus compromisos fiscales con el SAT.
Como vemos es un problema complejo que nace de la confrontación ideológica que nos divide, pero que termina estimulando la violencia delincuencial que provoca ingobernabilidad.
Hoy los tiempos no son para el idealismo de la ideología, como sucedía a mediados del siglo pasado, sino que estos son tiempos para la reconciliación que nos debe llevar a la pacificación de nuestro país.
El punto de partida es hacer entender a la sociedad mexicana que rechazar nuestra hispanidad nos lleva al conflicto que nos divide a partir de vernos unos como descendientes de los vencidos y otros de los vencedores.
El gran educador, intelectual y político José Vasconcelos reconocía la fuerza de la fusión de nuestras dos raíces, que son la indígena y la hispana. Él valoraba la aportación de la hispanidad y desde la SEP, -hace casi cien años-, traía una gran visión de país en la que muchos hoy creemos.
Es urgente que la presidenta Sheinbaum, -que inicia su gestión con grandes expectativas -, tome en cuenta la profundidad de las consecuencias que lleva este tema que inició en otro contexto geopolítico, hace 500 años. Los simbolismos nacionalistas con que se pretende interpretar esta parte de nuestra historia pueden llevarnos a funestas consecuencias para nuestro país.
Interpretar los hechos históricos acontecidos hace 500 años a través de los valores morales y sociales de hoy, representa ingenuidad, -o perversidad-, por parte de quienes quieren estimular la confrontación.