En la era del streaming, donde la música se reproduce a través de nuestras pantallas como un río digital, ha surgido un oscuro problema que amenaza la integridad de la industria musical: los "fake streams" o reproducciones falsas. Este fenómeno, que ha sido puesto en el ojo público por casos recientes como el del artista electrónico Benn Jordan, también conocido como The Flashbulb, nos muestra los peligros de la manipulación digital en el mundo de la música.
La historia de Jordan es reveladora. Con más de medio millón de dólares en regalías por streaming y una dependencia significativa de estos ingresos para su sustento, se vio atrapado en un torbellino digital cuando su distribuidor, TuneCore, retiró abruptamente sus 23 álbumes de todas las plataformas de streaming debido a una detección de actividad artificial en sus reproducciones. ¿El resultado? Un artista legítimo y trabajador, víctima de una guerra que va más allá de su control.
El problema de las fake streams se ha vuelto cada vez más grave, afectando a artistas, compositores, sellos y editores de manera desproporcionada. La estructura de pago pro-play de la mayoría de las plataformas de streaming, donde el pago se basa en la participación de un artista en el total de reproducciones, ha permitido que los estafadores desvíen millones de dólares lejos de quienes verdaderamente merecen esos ingresos.
La facilidad de distribución proporcionada por los distribuidores DIY (hazlo tú mismo) como TuneCore y DistroKid ha exacerbado el problema. Por una tarifa relativamente baja, o inclusive gratis, cualquiera puede subir sus archivos de audio a las plataformas de streaming, creando un escenario donde la vigilancia y la prevención son extremadamente difíciles.
Spotify, el gigante del streaming, anunció recientemente cambios significativos en su estructura de pago para combatir este tipo de fraudes. Sin embargo, estas medidas no están exentas de controversias y consecuencias imprevistas.
Distribuidores como DistroKid han implementado sistemas de advertencia y penalización que, aunque intentan ser una solución, a menudo terminan afectando a artistas legítimos que no tienen conocimiento de estas prácticas fraudulentas.
La confusión y la incertidumbre abundan. Artistas como Jonah Baker, quien ha tenido éxito en plataformas digitales con millones de reproducciones, se han visto obligados a retirar sus propias canciones bajo la presión de estas políticas de sanciones. Lo paradójico es que muchos de estos artistas no están involucrados en prácticas fraudulentas, pero se ven arrastrados por las consecuencias de un sistema que aún no encuentra una solución efectiva.
El debate sobre quién tiene la responsabilidad final, si los artistas, los distribuidores o las propias plataformas de streaming, es complejo y multifacético. La transparencia y la comunicación son clave para abordar este problema de manera efectiva y justa para todos los involucrados.
En última instancia, la lucha contra las fake streams debe equilibrar la protección de los derechos de los artistas genuinos con la necesidad de mantener la integridad de las plataformas de streaming. No se trata solo de detener el fraude, sino de garantizar un ecosistema musical saludable y equitativo para todos los creadores y oyentes.
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