Opinión

Uno se cree

Por Alejandro Mier


Uno se cree, dice Serrat en una de sus genialidades, y sí, nada más apegado a la realidad que esa sencilla frase. Uno se cree. Y el viento se mofa de nosotros tras una temporada de brisa fresca, soltando a los demonios en ráfagas intempestivas.

Uno se cree que tiene todo bajo control. Vaya posición, magna zona de confort... ¡que nadie se mueva! Pero esto de la ruleta de la vida no funciona así, pregúntenmelo a mí que precisamente ahora estoy haciéndola de títere... alguien allá arriba se está divirtiendo mucho, muchísimo conmigo. Me abofetea, me sacude y se mea de la risa.

He de perder muchos fans cuando se enteren que esta curiosa situación me ha llevado a meterme, ayer tarde, a la iglesia. ¡Auxilio! El mismísimo señor Andares olvidando sus principios en la guantera del auto. Lo sé, he perdido tres más de los siete lectores que me quedaban. Aunque, sin que suene a una ridícula excusa, este jodido remolino vaya que me trae meditabundo.

Pérdida total le llamaron al último arrastrón que me dio mi cuate esta semana. Y como ya me cansé de buscar explicaciones donde no las hay y de inventar pretextos para justificar lo injustificable, lo gritaré a los cuatro vientos. Luego dicen que hasta bonito se siente, déjenme ver... ¡síiiiiiii, fue mi pinche culpa! Ya. Ahí está. Me siento más ligero, como globo que pierde toda presión y se desguanza. Qué rico. Fui yo sin importar lo que pasó alrededor, no más engaños.

¿Y ustedes creen en las casualidades? Yo tampoco. Ahí les va. Me parto todo el queso. Mi querido (la neta ni tanto, e incluso aclarando que estoy muy lejos de pertenecer a esa especie de hueva que todo su ser lo resume en el carro que posee), mi poderosísimo, mi precioso BMW hecho pomada. Me bajo de él y todavía mareado del tamaño trancazo, y confundido por verlo metido debajo de una camioneta Pick Up, pienso en hablarle a la compañía de seguros y de paso a un amigo para que me ayude a pensar un poco porque yo, aunque ecuánime y tranquis, nomás no sé bien ni qué pepsi. Y entonces, apenas ni tres minutos del macanazo, levanto la vista y ahí esta él, Gerardo, mi amigo, el mismo que les contaba que iba a llamar. Parado frente a mí, con cara de "no mames pinche Ale" y preguntando: ¿qué onda wey, qué te pasó? Y yo respondiendo con peor cara de "no mames pinche Gerardo": no manches wey, ¿qué haces aquí? ¿De qué nube te dejaste caer? Y él prosigue: pues iba pasando y de repente volteo y veo que eres tú. Jajaja, río en mis adentros, “aja, seguro, ya sabes cómo se dan esas casualidades...” ¿alguien lo puede creer? Yo menos. Así que mi cuate se está dando la entretenida conmigo, pero me quiere porque me mandó a mi amigo.

Y entonces vuelvo a salir del ex impecable 325i, y el pobre está hecho un acordeón de esos que me salían de pelos en la secun, pero en mi "viaje" de pronto descubro un detalle del que no me había percatado: estoy completo y caminando (me encanta la frase, me suena como cuando Ana Belén canta esa parte que dice "estoy sola y sin marido..." ¡ay, wey! ¿Apoco no suena chido?). Pues así estoy yo, completito y caminado; por no dejar, me empiezo a revisar, tramo por tramo, el pecho, los hombros, los brazos, las manos; me toco la cara, la cabeza; me paso

las manos por las piernas, adelante y atrás, las nalgas como cateo de teibol, y nada, todo en su lugar, seco de sangre, palidito, como dice mi compadre Casita, como he de ser, sin el menor hematoma. Eso sí, una fina cuarteadura me divide el cuerpo en dos, e igual que la falla de San Andrés, me recorre desde el talón, sube por la rayita gluteal para salir por la espalda y continúa su tortuosa ruta hasta rajar el cuello y clavarse en la nuca. Y la rodilla ya haciéndola de tos, pero leve (ni tanto), como sólo para recordarme que aparte debo dar las gracias. Lo peor es que ligeramente despeinado, pierdo mi look de Capitán Galán, ¡vaya ofensa!

Por la noche debí haber ido al hospital a revisarme, mas lo único que quería era mi cama por lo que reposé con todo cuidado el epicentro de la falla de San Andrés a modo de evitar réplicas, me tomé un par de Aspirinas, eso sí, precavido el muchacho, y dije: "engarróteseme ahí". Pero nada de eso evitó que soñara. Muy solo y vulnerable hasta la médula, era un perro callejero, mugriento, enclenque, lengua colgando hasta un collarín recién estrenado reluciendo de blanco; caminaba en sentido contrario, pegadito a la barda de contención del carril de alta de una soleada autopista por la que desfilaban proyectiles metálicos a gran velocidad... ¡Zuum!, ¡zzuuumm!, ¡zzuuuummm!

Y me preguntan si los “Andares” son personales. Uno se cree que no, pero todo es personal en esta vida. Nunca le hagan caso a don Corleone y su frase predilecta de que nada es personal, todo es cuestión de negocios. No es cierto, lo que mi cuate trae conmigo es más que personal.

¿Hasta dónde me llevarás? Ya los Andares lo dirán, pero por si lees los periódicos te aviso, te informo, que aprendo rápido las lecciones, no soy tan tan terco. Y gracias, fue todo un detalle que esté completito y mandarme a Gerardo. Neta, te rayaste, es más, si quieres ahí la dejamos, por mí no hay bronca. También sé perder y estoy pensando inscribirme urgentemente en una ola pacifista de ésas que no matan ni un mosco por no desequilibrar el ecosistema.

¿Que por qué me pasó? Porque mi cuate ya tiene un buen rato que se le ocurrió aventarse esta partida de ajedrez sin previo aviso. Perdí a mi reina, la torre y dos alfiles, ¿cómo no ha de colisionar mi vida? Mi cabeza está turbada por tan valiosas fichas dadas de baja, pero aún, óyelo bien, muy lejos del jaque.

Uno se cree.


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