Maryfer se encontraba en su recámara jugando con sus muñecas cuando entró mamá cargando a su hermanita Cindy, quien apenas estaba a punto de cumplir seis meses.
–Te encargo a la bebé, –le dijo recostando a Cindy en su cuna–, no hagas ruido para que no se despierte.
–Sí, mami, no te preocupes, yo la cuido.
Maryfer dejó a un lado a su oso de peluche y acariciando a Cindy, le dijo:
–¡Ya sé! Te voy a hacer un dibujo que te va a gustar mucho. Lo aprendí hoy en el kinder.
Se sentó en su sillita, tomó papel, crayolas y plumines y puso manos a la obra. Al poco tiempo, se aproximó a Cindy y mostrándole el dibujo, le dijo:
–¡Listo hermanita! ya terminé... te dije que te iba a gustar. Bueno, aquí te lo dejo y en un ratito regreso porque voy a jugar al jardín... ¡Adiós!
Maryfer abandonó la habitación y bajó las escaleras. Antes de salir vio a papá arreglando su triciclo y a mamá cocinando una deliciosa sopa, mmm... ¡qué rico! Yomi, yomi. Ellos ni siquiera la vieron y Maryfer siguió feliz su camino al jardín. Y ahí estaba muy contenta jugando a la casita cuando de pronto un ruido estruendoso la hizo pegar tremendo brinco. El ruido se repetía una y otra vez “pum”, “pum”, retumbando la tierra. A Maryfer le dio mucho miedo y terminó de aterrorizarse cuando una enorme cosa pisó en su jardín, justo al lado de ella.
–¡Ay! ¡Por poco y me aplasta! Pero ¿qué es esto?, –pensó Maryfer mientras se hacia para atrás en busca de un refugio seguro, más de pronto cayó en la cuenta de lo que sus ojos estaban viendo y gritó:
–¡Ay! No puede ser, es el Pato gigante come bebés. ¡Tiene mucha hambre y anda en busca de alimento! Por favor, por favor... ¡que no vea a Cindy!
Pero sus plegarias no dieron resultado porque el Pato gigante come bebés ya se había asomado a todas las casas de los vecinos y al no encontrar a ningún bebé que comerse, estaba furioso. Después de husmear sin suerte, ventana por ventana de la casa, todo parecía indicar que se marcharía pero algo lo hizo detenerse y al voltear hacía el último cuarto ¡descubrió que la pequeña Cindy se encontraba indefensa, dormidita en su cuna! El pato inmediatamente metió su enorme pico en la habitación y mientras lo abría y lo cerraba intentando comerse a la bebé, destruía lo que se encontraba a su paso: el ropero, la cama, los juguetes y todo lo demás.
Maryfer quiso gritar pero las palabras se le atoraron en la garganta, sin embargo corría peligro su hermanita así que sacando fuerzas de su interior, llamó a sus papás:
–¡Papá! ¡Mamá! Vengan, dense prisa, el Pato gigante come bebés se va a devorar a Cindy, ¡deténgalo!
Mamá y papá salieron corriendo al jardín y comenzaron a gritarle al pato: –¡Deja en paz a nuestra pequeñita! ¡Deja en paz a nuestra pequeñita! Al ver que el pato no hacía el menor caso, se colgaron de sus patas y comenzaron a jalarlo de las plumas pero sin ningún resultado. Es más, en cierto momento, el pato se molestó y apenas dando una pequeña sacudidita bastó para arrojar a papá y mamá al césped.
Al ver esto, Maryfer pensó:
–¡Oh, no! Ahora sí que está perdida Cindy. ¡Debo hacer algo para salvarla!
Así es que haciendo gala de todo su valor, se puso de pie y dijo:
–¡Ya sé! ¡Ya sé! ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Veloz como rayo, moviendo de un lado para el otro las dos colitas con las que siempre la peinaban, entró en la casa, subió las escaleras y llegó hasta la habitación de la bebé.
–Yo te salvaré, hermanita, no te preocupes... ¡Allá voy!
Y entró en la recámara pero bien agachadita para que no la alcanzara el pato porque seguía destruyendo todo con su pico. De pronto, ¡Oh, no! El pato por fin descubrió la cuna de Cindy y abriendo como nunca su gran pico, se dirigió a ella.
Maryfer supo que era el momento de actuar así que sin dudarlo un segundo más, corrió hasta el lugar en donde estaba el dibujo que le había hecho a Cindy, el cual era un enorme pato dentro de una casa; tomó una goma y justo en el instante en el que el Pato gigante come bebés cerraba el pico para por fin devorar a Cindy, Maryfer lo borró de su dibujo y tras escuchar un extraño ruido: “¡Plop!”, ¡El pato desapareció para siempre! Maryfer nuevamente acarició a Cindy, estaba feliz porque había descubierto que con su imaginación podía crear grandes sueños, fantasías, ilusiones y hasta... ¡pesadillas! Pero también comprendió que ella misma tenía el poder de borrarlas a su antojo.
¡Qué felicidad! ¡Jamás volvería a tener miedo a algo creado por su propia mente!