Hay dos términos que nos definen: confusión e incertidumbre. En plena Primera Guerra Mundial, Stefan Zweig le escribe a Romain Rolland: “El dominio de las frases vacías empieza a tambalearse”. En ésas estamos.
El próximo martes, Claudia Sheinbaum Pardo dirigirá un mensaje al pueblo de México al asumir el cargo más importante de nuestra estructura institucional. De lo que diga, sabremos a qué atenernos.
Sheinbaum enfrenta varios dilemas apabullantes:
* Ser una mujer sumisa y obediente, alejarse con una eficiente operación política de quien pretende manipularla o romper brusca e inequívocamente con su mentor que, sin tapujos, presume su ascendencia sobre ella.
* Optar por empresas productivas del Estado en una economía abierta y competitiva o seguir destinando recursos a aparatos burocráticos inútiles, costosos y que son unas sanguijuelas del presupuesto nacional.
* Retornar a una política exterior seria y responsable, respetando compromisos o seguir en una actitud de pelea callejera retando a cuanto transeúnte se cruce en un camino errático.
* Respetar a quienes disienten de sus decisiones o seguir con un lenguaje despectivo, agrediendo a diestra y siniestra.
* Continuar con una absurda reforma al Poder Judicial o coordinarse con la Suprema Corte para retornar al Estado de derecho, la división de Poderes y el respeto a la Constitución.
* Tender puentes con la oposición para restaurar el diálogo y el acuerdo o seguir con la polarización que cada vez deteriora más nuestra incipiente democracia.
Las políticas educativa y de salud son un desastre que han dañado gravemente a la población. Continuarlas o rescatarlas será una de las más importantes señales del nuevo gobierno.
La seguridad, como la función primigenia de los tres órdenes de gobierno, debe mejorarse urgentemente. Un cambio que se perciba en el corto plazo. De ello depende la recuperación de la confianza y la credibilidad.
Podríamos continuar con la lista de los desafíos. Son temas que están en la opinión pública. Los discursos de los presidentes al asumir el cargo han sido de relevante importancia para despertar esperanzas y motivar a los mexicanos. Definen a un régimen durante todo el periodo. La historia es lo que más consigna.
José Manuel Puig Cassauranc escribió una frase que fue leída por Plutarco Elías Calles el 1 de septiembre de 1928: “Pasemos del país de caudillos y de hombres indispensables al país de leyes e instituciones”. Es deprimente, pero continúa siendo una expectativa. El primero en no cumplirla fue precisamente el primero en prometerla.
Lázaro Cárdenas le imprimió desde el inicio una tendencia social al Estado mexicano. Adolfo Ruiz Cortines puso énfasis en darle al poder autoridad moral. José López Portillo, en condiciones muy similares a las actuales, despresurizó el ambiente y generó esperanza. Vicente Fox formuló con optimismo un cambio: “El Ejecutivo propone, el Legislativo dispone”. Otra buena intención frustrada.
Sería un desperdicio insistir en ocurrencias extraídas de fantasías y desvaríos como la 4T, el segundo piso, el legado de Andrés Manuel López Obrador. El discurso exige un mínimo de verosimilitud y de respeto al pueblo. Ojalá la Presidenta marque un alto a la perversa obsesión mañanera de engañar, de regocijarse en la megalomanía y el narcisismo.
Las oportunidades se pintan calvas, dice el refrán popular. Si en el primer discurso de Sheinbaum escuchamos lugares comunes, ideas gastadas y ausencia de realismo, un gobierno sobre el que pesan serios señalamientos de ser espurio, con falta de legitimidad y en circunstancias críticas, habrá tenido un escéptico arranque.
Hay en nuestro mundo globalizado una clara confrontación idiosincrática de cómo ejercer el poder. Unos optan por el populismo; otros, con sencillez y humildad, reafirman cotidianamente el deber de acatar la ley. Empecemos por dilucidar esa simple disyuntiva.