Opinión

Nuevo liderazgo

Por Juan José Rodríguez Prats


Con todo y las turbulencias, se encienden luces. Bien lo escribe Simone de Beauvoir: “Con cada ser humano, la humanidad empieza de nuevo”. Eso parece estar sucediendo con el mexicano.

Nuestra vida espiritual está deprimida, agitada, confusa. Ciertamente, la ignorancia, la pobreza y la desigualdad han sido nuestros ancestrales flagelos, pero hoy el déficit más grave radica en la confianza. No recuerdo quién afirmaba que lo opuesto al amor no es el odio, sino el poder. La crueldad de un ser humano que, teniendo el deber de servir, avasalla, reprime, humilla, ha sido inconmensurable en la historia. Acotar, limitar, contener a la persona con atributos ha sido el núcleo de la ética, la política y el derecho.

Cada generación diseña un prototipo del liderazgo requerido por sus circunstancias. Desde luego, casi siempre la distancia entre el ideal y la realidad es abismal. Sin embargo, debemos insistir en las virtudes que deben tener quienes asumen responsabilidades públicas.

La amenaza de personajes como Trump, Putin o Maduro se cierne sobre el ciudadano de todas las naciones. No es algo nuevo. Hace dos mil 500 años Esquilo ponía en boca de Prometeo estas palabras: “Gobernando con sus propias leyes, muestra Zeus su poder arrogante a los dioses de antaño. Resuena ya la tierra entera llena de gemidos”.

Ante este escenario, se ha venido decantando un perfil de jefes de Estado del siglo XXI que, a mi parecer, son confiables y están cumpliendo su palabra. Veamos algunos ejemplos de nuestros hermanos latinoamericanos: Luis Lacalle en Uruguay, Santiago Peña en Paraguay, Daniel Noboa en Ecuador, pero, sobre todo, Gabriel Boric en Chile. En el sepelio de su antecesor y adversario, el joven gobernante chileno que hace algunos años era un furibundo líder estudiantil, reconocía en Sebastián Piñera, sin regateos, las cualidades de un hombre de Estado: “Fue uno de los forjadores de la transición con sus éxitos y dificultades. Fue un líder resiliente que supo cambiar de guion cuando fue necesario, que encaró desafíos imprevistos y que rechazó sin complejos las tentaciones autoritarias, vinieran de donde vinieran”.

No hay duda, la mejor clase política de nuestro continente está en Chile. Qué acto más elocuente de señorío, la del presidente y los expresidentes haciendo guardia en el velorio del colega. Le sigue Uruguay. Recomiendo el libro El horizonte. Conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica, extraordinarios ejemplos de mesura, sensatez, sencillez y otras virtudes más.

En todos estos casos, ¿qué lecciones podemos desprender para México en este año definitorio? Anoto algunas.

Son líderes desideologizados, nunca descalifican ni condenan. No se ubican ni en una izquierda desbordada ni en una derecha indolente. Se percibe madurez, sentido común y, lo más importante, una gran capacidad de adaptación sin dejar de ser congruentes. Han entendido algo elemental: sin orden, no hay gobierno. Saben convocar a los mejores para las distintas tareas de la administración pública; saben delegar y no viven torturados por la desconfianza y la sospecha. Tienen arraigada lo que se denomina “conciencia de lo legal”, “sentimiento jurídico”, “sentido de la juridicidad”. En palabras simples, respeto a la ley.

Sí, son tiempos difíciles, pero hay motivos para tener esperanza. Las opciones están cada vez más claras. La manifestación del domingo 18 es un evento de gran trascendencia, fundacional. Dos ideas del sereno discurso de Lorenzo Córdova nutren mi optimismo. La denuncia de la incongruencia: “No se vale exigir reglas claras de equidad y condiciones justas en la competencia política siendo oposición y violarlas sistemáticamente siendo gobierno. Esa deslealtad hoy pone en peligro nuestra democracia”. Lo más necesario para enfrentar nuestros grandes desafíos: “La ley sí es la ley y los gobernantes son los primeros que deben sujetarse a ella y someterse a los límites que la Constitución les impone”.