Con la celebración del Domingo de Ramos o llamado también Domingo de la Pasión del Señor, nos introducimos en la Semana Santa o Semana Mayor. Los evangelistas relatan este acontecimiento en el Nuevo Testamento. Jesús es presentado como el Rey-Mesías, que entra y toma posesión de la ciudad.
Ciertamente Jesús no entra como un rey guerrero que avanza con su gran ejército, sino como un Mesías humilde y manso, cumpliendo así la profecía de Zacarías (9,9): «He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y montado en un asno».
El Domingo de Ramos se desarrolla en dos momentos: en el primero se recuerda la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en el segundo se proclama la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. La gloria y la cruz forman parte de la estructura de esta celebración. El primer momento es de gozo y júbilo; el segundo es de un silencio contemplativo. Las palmas de júbilo ceden el puesto a los oídos del discípulo para meditar los últimos momentos de Jesús.
EL PRIMER MOMENTO. La ceremonia del Domingo de Ramos comprende una procesión caracterizada por el gozo y el júbilo como anticipo de la Pascua. Se trata de una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se cantan himnos y aclamaciones a Cristo.
El rey que aclamamos es alguien que vive y reina por siempre. La entrada triunfal en la que acompañamos a Cristo como rey es una anticipación del domingo de pascua. Las palmas que se bendicen y se llevan en procesión, son emblema de la victoria de Cristo.
Con el domingo de Ramos, la Iglesia además de conmemorar un hecho pasado (entrada triunfal en Jerusalén) y celebrar una realidad presente (Cristo que gobierna el mundo), anticipa también el futuro (entrada definitiva en la Jerusalén celestial). La Iglesia espera la completa realización de esta entrada al final de los tiempos. Así lo expresamos en una de las oraciones de bendición de los ramos: «Concede a cuantos acompañamos a Cristo…reunirnos con él en la Jerusalén del cielo”.
EL SEGUNDO MOMENTO. La lectura de la pasión de Jesús es un momento muy solemne dentro de la misa. La lectura del evangelio se despoja de todo ceremonial: no se usan velas ni incienso, y se omite también la señal de la cruz al principio. El evangelio de la pasión habla por sí mismo. Cuando se lee con reverencia, no puede menos de causar una impresión profunda.
Hay muchos libros sobre la vida de Cristo, muchas meditaciones y tratados sobre la pasión. Pero nada causa en nosotros mayor impacto que los relatos de la pasión del Señor que nos ofrecen los mismos evangelistas. Se trata de una narración sencilla, digna y moderada, de los últimos momentos de la vida de Jesús. Cuando se hace esta narración, uno mismo se imagina como testigo presencial de los acontecimientos que ahí se narran.
LA SEMANA SANTA. Para el mundo católico esta semana es la más importante del Año Litúrgico porque en ella vivimos los misterios que nos han dado la salvación, a saber la Pasión, la Muerte y la Resurrección. La muerte y resurrección de Cristo son el fundamento de nuestra fe. Por eso los días de la Semana Santa, como se decía antiguamente, son “días de guardar”.