El evangelio que escucharemos este domingo (Mt 11, 25-30) contiene dos partes importantes, la primera nos presenta una hermosa oración de Jesús de agradecimiento a Dios Padre por la forma como él se ha ido manifestando. Dios ha escogido a los humildes y a los sencillos para darles a conocer los misterios del reino. La segunda parte del evangelio nos presenta una hermosa exhortación, se trata de una invitación que Jesús hace para acercarse a él y encontrar alivio en medio de las dificultades de la vida presente.
Jesús reconoce que la aceptación de su mensaje no ha sido fácil pues ha encontrado resistencias de parte de un sector: “los sabios y entendidos”. En realidad este sector debería descubrir con mayor facilidad las cosas bellas, justas y profundas que contiene el Evangelio predicado por Jesús. Jesús predicó el reino de Dios y reveló sus misterios por medio de parábolas, pero los fariseos, los escribas y los sumos sacerdotes no quisieron recibir su mensaje. En cambio los sencillos y los humildes fueron quienes acogieron su mensaje y es por eso qué Jesús alaba a su Padre y le da las gracias.
Ciertamente muchas veces las capacidades de una persona pueden suscitar el orgullo y la vanidad y cuando eso sucede, en lugar de servir a la verdad, se vuelven muy nocivas ya que endurecen el corazón humano. Es esta realidad la que Jesús encontró en un sector de la gente que lo conoció. En cambio los humildes y los sencillos mostraron una gran apertura al mensaje de salvación que Jesús los ofrecía.
En la segunda parte del evangelio que acabamos de escuchar, Jesús hace una invitación a todo el que sufre. Esta realidad del sufrimiento es una situación también actual: la pobreza ha crecido. ¡Qué bueno que los adultos mayores reciban un apoyo! eso lo deberían disfrutar para ellos, lamentablemente lo tienen que gastar ahora en cosas que les han quitado como los servicios de salud o medicinas; los productos de la canasta básica se han disparado y por lo mismo lo que aparentemente reciben se les desaparece inmediatamente. Esto causa también un sufrimiento permanente.
Jesús dice en el evangelio: vengan a mí todos los que están cansados y agogiados por la carga que yo los aliviaré”. Con esta invitación, Jesús se revela como alguien que tiene un corazón sensible y misericordioso. ¡Qué reconfortante resultan estas palabras de parte del Señor! La vida en general nos pone muchas veces en una situación de necesidad, nos hace experimentar el dolor y la tristeza; nadie está exento de enfrentar alguna situación que llena su corazón de un profundo dolor. Pero a veces es también nuestra ceguera y necedad que sabiendo que algunas cosas y estilos de vida, nos hacen daño, aun así no se quiere renunciar a ellas. ¡Cuantas vidas destruidas por la necedad humana!
Por lo mismo cuando nos sintamos cansados y agobiados, en lugar de desanimarnos debemos alzar los ojos al cielo y recordar estas hermosas palabras de Jesús. Dios no es indiferente al dolor humano, él está cerca de todo hombre que sufre y nos consuela con el aceite de la esperanza y el bálsamo de su Palabra. Ante cualquier pena que embargue nuestro interior hay que recordar siempre esta invitación de Jesús y seguramente nos reanimaremos y llenaremos de consuelo y esperanza.
Jesús dice además que “hay que tomar su yugo”, “mi yugo es suave y mi carga ligera”. El Yugo de Jesús es un yugo de amor, y el amor lo hace todo más fácil. San Agustín decía: Donde hay amor, no hay pena, y si hay pena esta es amada, y así se vuelve ligera.
La cercanía con Jesús no sólo nos da fortaleza, también nos ayuda a discernir de donde nos viene la verdadera vida. El evangelio de Jesús nos ayuda a encontrar la verdad y a desenmascarar la mentira y el engaño que también causa sufrimiento en las personas. Por eso Jesús dice tomen mi yugo que es suave. Tomen mi palabra que es la que los puede liberar de tantas mentiras que hoy se difunden como verdad o con la apariencia de la verdad.
En conclusión, las pruebas de la vida nos hacen volver la mirada a Dios y nos llevan a unirnos con él. Los sufrimientos presentes nos deben llevar a buscar a Dios para que con sus enseñanzas nos liberemos de aquello que nos destruye. De la mano de Dios toda dificultad se hace soportable porque nos ayuda a practicar la mansedumbre y la humildad.