Vero?nica D’Astrit, reposaba en la cama que su hija habi?a dispuesto especialmente para que pasara lo que, segu?n el parte me?dico, eran sus u?ltimos momentos de vida. Teni?a 82 an?os y se notaba plena y feliz. La leve sonrisa de su rostro, delataba que estaba muy complacida de lo vivido y de lo que dejaba tras de si?.
–Mami... –dijo Roci?o–, Lorena fue por papa? a casa, llegara?n ma?s tarde.
–Lo se? hija, lo se?.
–Ah... y vino a buscarte al hospital un sen?or muy extran?o. No quiso pasar, so?lo me pidio? que te entregara esto. Se dirigio? a mi? por mi nombre como si me conociera perfectamente, y eso me apeno? muchi?simo porque juro que yo no recuerdo haberlo visto antes. Al principio te llamo? Pamela por lo que pense? que se habi?a equivocado, pero al instante reflexiono? llama?ndote Vero?nica D’Astrit. Vesti?a traje azul y trai?a...
–Si?, claro, –la interrumpi? porque sabi?a a la perfeccio?n el resto de la historia– trai?a los zapatos impecablemente boleados.
–Exacto, –respondio? Roci?o intrigada.
–Y te pidio? darme una cajita de chocolates, ¿verdad?
–Aja?, tus preferidos... y supongo que querra?s platicarme que significa esta tarjetita que dice “felices 42s”, –enfatizo? arqueando las cejas.
–Mmmm, puede ser, amor... pero por el momento, ven, ace?rcate.
Verónica D’Astrit, tomo? de la mano a su hija y soba?ndola como si le estuviera untando crema, le susurro?:
–Esas palabras significan “la vida” o por lo menos una parte muy importante de ella. Y antes de que me vaya, quiero que me prometas que tu? tambie?n vivira?s la tuya a plenitud.
–Pero madre, ¿a que? te refieres? ¿De que? hablas?
–Cuando lo descubras, lo entendera?s... ten paciencia y no olvides, ¡tienes que ir por tus suen?os!
Y con esas palabras, Vero?nica protegio? la cajita entre sus brazos, cerro? los ojos y dejo? que su memoria la llevara 42 an?os atra?s…
Vero?nica estaba en casa cerciora?ndose de que todo estuviera a punto para recibir a la ti?a Lola. Desde que se mudo? al norte del pai?s, la visitaba cada verano. A Vero?nica no habi?a nada que le satisficiera ma?s que dirigir las labores del hogar para halagar a sus invitados; era una anfitriona innata y no se le escapaba el ma?s nimio detalle. Su alma entera estaba dedicada a Ricardo su esposo; Roci?o y Lorena, sus dos pequen?as; y hasta a sus padres, a quienes procuraba en todo momento. Teni?a una casa belli?sima y una vida perfecta, justo como la hubiera pensado en sus an?os universitarios. Despue?s de supervisar que Justina pusiera la mesa tal como lo indico?, se asomo? y se sintio? satisfecha al ver que Ruperto ya habi?a terminado de limpiar la alberca. El ce?sped luci?a parejito y ahora so?lo estaba cortando los helechos. Bien, muy bien, penso?.
Con esa tranquilidad, volvio? a la cocina a darle los u?ltimos toques a la paella y cuidar que los panecillos del horno no se pasaran de tiempo. Sobre los delicados matices beiges del
mantel bordado a mano con deshilado de casetones, comprado en su u?ltimo viaje a Toledo, la ensalada pareci?a una gran fiesta multicolor.
Como de costumbre, la comida fue una sinfoni?a de alegri?a. La ti?a Lola era un abismo de ocurrencias. Y en cuanto Ricardo, –que jama?s comparti?a ma?s de una hora la mesa–, se retiraba, la ti?a Lola se poni?a ma?s pi?cara provocando ataques de risas en sus hijas. En ma?s de una ocasio?n, Vero?nica habi?a pillado a Justina y Ruperto tapa?ndose la boca en la cocina para no soltar la carcajada.
Los di?as siguientes continuaba el regocijo, pero tambie?n saboreaban las tardes de te? en el jardi?n mirando pasear a las nubes, mientras le platicaba divertidos pasajes de su vida. Toda la semana transcurrió tan normal como cada una de sus visitas, hasta que una noche, en la sobremesa de la cena, al retirarse las nin?as a dormir, me pidio? que le acercara la botella de vino; la suavidad afrutada del Pinot Noir comenzaba a hacer de las suyas.
–¿Te invito otro brownie de chocolate? Son tus preferidos...
–No, mija, –y toma?ndome por el antebrazo para que dejara de levantar cosas de la mesa, agrego?– ahora quiero decirte algo. Su tono sono? adusto, tanto que congelo? mi sonrisa.
–Claro ti?a, ¿te hace falta algo?
–A mi? no, por suerte, dijo con una sonrisa enigma?tica… pero a ti si?.
–No te entien…
–Sshhh –me callo?–, escucha bien los tres consejos de la ti?a Lola que jama?s debes olvidar.
–El primero, ¡bu?scate un novio!
–¡Ti?a Lola! ¡Pero que? esta?s diciendo!
–¡Calla nin?a y escu?chame! Que esto no creo que lo vayas a volver a oi?r en boca de nadie ma?s. Vas a salir a la calle. Aunque no a la escuela de las nin?as, ni al club, ni a los restaurantes de toda la vida. No nin?a, tu? sabra?s mejor que yo do?nde buscar en esta ciudad, pero vas a salir y te vas a conseguir un novio, ¿me entiendes?
Yo la miraba con los ojos cuadrados, ¿co?mo por que? la ti?a Lola crei?a que precisamente yo necesitaba algo que jama?s rondo? por mi cabeza? A lo ma?s que habi?an llegado mis peores pensamientos, era que llegaba a mi balco?n Richard Gere a regalarme una rosa y besaba... ¡mi mano! ¡Tan so?lo mi mano y se retiraba! ¿Por que? la ti?a Lola, viendo lo perfecta que era mi vida con Ricardo y con nuestras adorables hijas, estaba tan chiflada como para imaginar eso?
–Y ahora lo ma?s importante –continuo? con firmeza–, vas a elegirlo muy bien; queremos un buen hombre que sepa perfectamente lo que quiere; por eso el segundo requisito es que sea casado.
–¡Un hombre casado! ¡Ti?a Lola, has perdido la razo?n!
Con tan so?lo pensar en la idea mi rostro se ruborizo?, aunque eso a la ti?a Lola le valio? un pun?ado de ra?banos. Sorbio? un trago de su copa y con paciencia agrego?…
–Si?, casado. Pero tranquila que aqui? nadie va a dejar a nadie, ni se va a romper ningu?n hogar, ¿ya me cachas? No necesitamos a un jóven o soltero que al rato te este? exigiendo algo ma?s. No queremos noches de discoteca o que te ande buscando de madrugada porque se emborracho?. Ni mensajitos telefo?nicos de quincean?ero enamorado, ni cartitas absurdas. No mija, buscamos a un hombre maduro, inteligente, sereno, que despue?s de pasar una increi?ble velada contigo, regrese a su casa y te deje tambie?n a ti en paz con
Ricardo y tus hijas hasta su siguiente encuentro. Necesitamos a alguien con quien no haya dan?os a terceros, no buscamos lastimar a nadie.
Tras servirnos a las dos una urgente generosa porcio?n de vino, prosiguio?:
–Y el tercero: se lo vas a contar tan so?lo a una amiga, ¿estamos? No dos, no tres, no en un desayuno escolar; no queremos que ningu?n perio?dico lo publique, ¿lista? A ver, dime, ¿a cua?ntas personas se lo vamos a contar?
–Ay ti?a... so?lo a una... a Karla, supongo.
–Bien, eso pense?, se? que es tu mejor amiga, ¿por que? so?lo a ella?
–Mmmm, ¿para que me guarde el secreto?
–¡Eso! Y para que te ayude en lo que requieras para poder verlo y sepa do?nde esta?s por cualquier problema que pudiera surgir.
–Nunca lo olvides, mija, “la vida no es para llevar, es para comer aqui?” –concluyo? dejando su Pinot Noir a medias para retirarse a dormir.
Lo primero que hice en cuanto cerro? la habitacio?n, fue vaciar su copa en la mi?a; lo iba a necesitar para tratar de entender el mensaje de la ti?a Lola. A ver, a ver, cavile?: un novio mmm, casado mmm, ¿por que? yo? ¿Co?mo para que?? ¡Oh, mi Dios! ¡No! Definitivamente a la ti?a Lola se le habi?an subido el vino.
Asi? es que por supuesto no hice caso y me olvide? del tema hasta que... seis meses despue?s paseaba por el parque a Pelusa, mi perra Schnauzer. Todas las tardes lo haci?a y ciertas veces tambie?n por la man?ana, ya que pasaba la mayor parte del di?a sola. Ricardo estaba completamente absorto en el trabajo y los ratos libres los dedicaba al juego de bolos, su adoracio?n. Era un buen hombre y me teni?a mucho carin?o, pero, en definitiva, yo no figuraba en su lista de prioridades; aunque tampoco creas que eso me quitaba el suen?o.
En algu?n momento me sente? en una banca, cuando alguien llego? hasta mi? y dijo “hola”. Lo primero que observe?, porque como siempre, estaba ensimismada en mis pensamientos viendo al piso, fueron unos enormes zapatos negros boleados a la perfeccio?n. Fui subiendo la mirada poco a poco y lo que vi, me gusto?. Se trataba de un hombre un poco mayor que mis cuarenta, calcule?; oli?a muy fresco como a esencias de atardecer; vesti?a camisa rosa tipo Polo que le combinaba divino con su blazer azul y paseaba a un arrugado Bulldog ingle?s.
–Hola, –correspondi? por educacio?n, sin la menor intencio?n de entablar una pla?tica.
Pense? que me iba a intentar abordar, como tantos otros, tomando de excusa algu?n tema de nuestros perros. Ya sabes, el ti?pico “que? bonito perro, ¿co?mo se llama?” o “¿que? raza es?” cuando resulta que ellos son expertos en todos esos detalles; pero no, fue muy directo.
–Veo que esta?s sola, ¿no te importa si te acompan?o un ratito? Bueno, ante algo asi?, pues ni tiempo de excusarme, ¿verdad?
–Claro –dije hacie?ndome a un lado para que se pudiera sentar.
–Soy Emilio –y tomando con suavidad mi mano, prosiguio?–, de?jame adivinar, tu? debes llamarte Pamela.
–¡No, claro que no! Jaja, ¿que? te hace pensar que me llamo Pamela? –alegue? intrigada, sin notar que en tan so?lo una frase ya me habi?a envuelto en su conversacio?n, y que con el tiempo tambie?n comprobari?a que invariablemente seri?a encantadora, apasionante, divertida.
–Bueno, pues es mi preferido y siempre he son?ado con que un nombre tan adorable tendri?a que pertenecer a una mujer tan linda como tu?.
Su semblante luci?a transparente, tan claro, que crei? al instante en su sinceridad, asi? que coqueta respondi?:
–Pues me llamo Vero?nica, pero lo que menos quisiera es borrar esa ilusio?n que tienes, asi? que, si te gusto para Pamela, me puedes decir de esa manera.
Los di?as siguientes continuamos vie?ndonos cada tarde. Era ma?gico llegar y descubrirlo entre los inmensos a?lamos y caminar juntos por la vereda del lago. Me fascinaba escuchar sus aventuras de nin?o y los mil suen?os que guardaba; sin embargo, casi siempre era yo la que le contaba mi vida y e?l escuchaba atento cada palabra. Una vez, observa?bamos el vuelo de unas preciosas garzas cuando, sin notarlo, lo tome? de la mano y asi? avanzamos unos cuantos metros hasta que me solto?, seguramente descubriendo que no era lo correcto para ninguno de los dos. Entonces se paro? frente a mi? y con ojos de ternura, rogo?: Pam, ¿aceptari?as una invitacio?n a comer?
El momento de recurrir a Karla, habi?a llegado.
Y entonces nacio? el romance ma?s grande de mi vida, ¡a mis cuarenta an?os! Cuando jama?s lo imagine?, que? va, eso ya habi?a muerto para mi?; sin embargo la ti?a Lola opinaba lo contrario y... ¡cua?nta razo?n teni?a!
En nuestro primer encuentro a solas, mori?a por devorarlo a besos, como ni en suen?os lo habi?a hecho con nadie, ¿por que?? No teni?a la menor idea. Me senti?a tan bien, que asi? sin pensarlo y de tajo, desnude? mi vida frente a e?l. Y me deje? llevar para satisfacer todos aquellos deseos carnales misteriosos, prohibidos, que ahora descubri?a que no eran malos, sino todo lo contrario: el goce, el deleite ma?s placentero en ningu?n tiempo imaginado, mucho menos sentido. Me da pena confesarlo, pero jama?s habi?a tenido un orgasmo, mi u?nica relacio?n fue con Ricardo y nunca pasamos de una posicio?n en la que ambos, supongo, usa?bamos tan so?lo con el objetivo de tener hijos, nada ma?s. La posibilidad de e?xtasis sexual en mi esposo, simplemente nunca estuvo abierta.
Ahora gritaba con todas mis fuerzas y no me importaba dar de marometas en la cama, cayera en la posicio?n que cayera, ¿que? ma?s daba? Si no iba a ser en esta etapa de mi vida, esta vez estaba segura que nunca ma?s lo seri?a. Fue tan maravilloso que en ese primer encuentro tuve seis orgasmos, ¿puedes imaginarlo? ¡Seis orgasmos en el mismo di?a! ¡Oh mi Dios, que oce?ano de li?mpidas sensaciones! Emilio tampoco lo podi?a creer y se impresionaba de que con tan so?lo tocarme estallara en pasio?n. ¿De do?nde sali?a? ¿Por que? antes nunca la conoci?? No se?, simplemente ahi? estaba en algu?n rinco?n de mi ser, bramando por salir.
Una duda honesta me revoloteaba: ¿estari?a haciendo mal?, pero el poder conocer mi cuerpo por completo y experimentar toda la dimensio?n de posibilidades del placer, era infinitamente superior a cualquier interrogante. ¿Acaso estaba destinada a morir sin conocer esta clase de amor? ¡No sen?or, eso era muy injusto! Y de Emilio, ni que? decir, lo explore? palmo a palmo hasta que no quedara duda en mi? de su sentir y de lo que yo podi?a encender en e?l. Amaba que cerrara los ojos y se dejara complacer, ¡era todo para mi?! Despue?s, pasa?bamos horas platicando de nuestras vidas, mis libros y peli?culas favoritas, y saboreando las comidas que tanto me gustaba prepararle para acompan?arlas con el Pinot Noir.
Lo extraordinario era tambie?n que al volver a casa, no me daba remordimiento con Ricardo. Al contrario, experimentaba una plenitud femenina que me extasiaba de contenta y lo desbordaba en mi familia. Mis propias hijas me deci?an, mami te ves radiante, feliz, ¡nos contagias!
Nunca me senti? infiel. No le estaba quitando nada a nadie. Asi? fue como llegue? a amar a Emilio ma?s que a mi propia vida.
Exactamente 16 an?os despue?s de este episodio, la ti?a Lola fallecio?. Jama?s platique? con ella de Emilio; nunca, ni en sus visitas veraniegas me pregunto? nada, pero eso si?, las palabras de despedida que me dirigio? fueron elocuentes: luces llena de luz y lo has hecho muy bien, al pie de la letra, te felicito. Disfru?talo, lo mereces.
–Mami, ¿co?mo te sientes? El doctor dice que te ve mucho mejor, tus ana?lisis esta?n muy bien, –dijo Roci?o desperta?ndome de mi letargo.
–Esas si? que son buenas noticias... –sonrei?.
–Te quedaste dormida con la caja de chocolates de tu amigo misterioso en los brazos.
–Oh, es cierto, tuve un lindo suen?o, ¿sabes?
–¿Por que? no nos lo cuentas? –dijo Lorena que veni?a entrando a la habitacio?n con Ricardo.
–A ti, por supuesto que muy pronto te lo contare?, pero por el momento, lo u?nico que quiero es ir a casa.
Al salir del hospital, Ricardo encamino? del brazo a Vero?nica hasta sentarla en la parte trasera de la camioneta. Lorena conduci?a y Roci?o, al verlos a todos abordo, alegre comento?: listo familia, el hogar nos espera.
En la acera de enfrente, apoyado en su basto?n, un hombre observo? la escena. Pamela estaba ma?s que bien rodeada de sus seres queridos. Se sintio? dichoso y descanso? al ver superada la angustia de las u?ltimas horas. Sus zapatos brillaban lustrosos.
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