Belinda era sin duda la nin?a ma?s deseada de toda la manzana. Ni siquiera se? si la ma?s hermosa, pero lo que era un hecho es que su redondo trasero tensaba las costuras de la falda escolar; sobre todo mientras ma?s avanzaba la man?ana, ya que de casa sali?a con la falda hasta las rodillas y en cuanto quedaba fuera del alcance de la vista de sus padres, se levantaba la blusa, cogi?a la falda en la cintura y comenzaba a hacerle dobleces hasta que le quedaba a medio muslo ¡que? generosa! Desde luego su andar dejaba patitiesos a todos los calenturientos estudiantes de pantalones a cuadros, yo en primera fila.
Ir a su lado, embebido por el cabello lacio lleno de luces caye?ndole al cuello y su fleco recto como princesa egipcia, al ras exacto de donde naci?an sus dominantes cejas, era el mayor deleite. Su carita, cual atardecer de campo de Van Gogh, con sus coloridas pinceladas te llevaban en lo lejano, en lo profundo, al cli?max visual... en Van Gogh al sol, en Belinda a sus prominentes ojos de ciervo.
Bien llenitas las ansias y con la ilusio?n ardiendo, en cuanto terminaba la tarea, corri?a a su encuentro; al penetrar en el andador, antes de aparecer como en un acto de ilusionismo, el viento se emocionaba y en alocadas cabriolas, revoloteaba su fragancia por todos lados trastorna?ndome enterito.
Inventaba mil y una tretas para poder robarle el primer beso, pero puros fracasos; los di?as burlones le daban la vuelta al calendario y atrapado en la cruel encrucijada no podi?a comer, dormir ni poner atencio?n en nada que no fuera cualquier detalle de su carnal presencia.
–Tienes cara de baboso, –me deci?a mi hermana Estela.
–¿Que?? –respondi?a yo sin haberla escuchado. –Mi?ralo nada ma?s, peor de atolondrado, imposible –remataba mama?–, ¿tan siquiera vale la pena? –Mucho, mucho, mucho –suspiraba por mi diosa.
Sufri?a, sudaba, me rascaba todo el tiempo la cabeza y nada; de hecho, tres veces ya la habi?a tenido lo suficientemente cerca y berreaba al no atreverme... pero esa tarde, asi?, sin ma?s, como quien dice “hola” con toda calma, sus tibios dedos se enlazaron hasta llegar a mi nuca y apretando un poco las yemas para asegurarse de que no huyera a ninguna parte, aproximo? sus esponjados labios contra los mi?os. El vaho de su aliento fue un excitante narco?tico que esparcio? en mi? sin miramientos. Lo u?nico que se me ocurrio? para no desmayar, fue contar hasta quince aguantando la respiracio?n sin saber que? hacer, aunque ella ¡vaya que lo sabi?a!, asi? que, separa?ndose suavemente, me tomo? de la mano y como si no hubiera pasado nada (¡como si no fuera el momento ma?s grandioso de mi existencia!), tan so?lo dijo, “anda, lle?vame a la tienda por un Boing de mango”.
Cuando estuve solo, me di cuenta de que para mi? ese momento era exactamente lo mismo que para la humanidad aquello de “antes de Cristo y despue?s de Cristo”, es decir, mi corta vida se podi?a resumir en “antes del beso de Belinda” (nada), “despue?s del beso de Belinda” (¡todo!).
Cualquier hijo de vecino lo pregonaba, pero mis oi?dos eran sordos. Belinda no me perteneci?a, era como aire oton?al, una noche de luna llena, como el arcoi?ris o un cometa, tan so?lo un escurridizo ente universal. Y mientras yo hurgaba en sus ojos buscando pureza, ella, al adivinar mis intenciones, lanzaba su po?cima de opio cuya neblina se haci?a ma?s espesa a cada beso.
Deje? de escuchar a amigos, hermanas y extran?os. Yo so?lo deseaba volver corriendo a buscarla. Esa noche iba ma?s feliz que de costumbre porque le habi?a comprado una docena de rosas que escondi? debajo del sue?ter para que nadie me viera. Al traspasar el andador, su aroma llego? a mi?, pero oli?a extran?o y co?mo no iba a ser asi?, si Belinda intoxicaba con sus labios a un imbe?cil de “3o B” que le deci?an el Tripa. Me pare? a escasos metros de la pareja, fulminado por la decepcio?n y muerto de miedo porque el tal Tripa era famoso por gandalla y por poseer re?cord de invicto en sus peleas. Sin embargo, el coraje es el coraje, por lo que, cual Juan Diego, las rosas cayeron a mis pies al liberar los pun?os para asestarle el primer trancazo en la quijada y mira que trono? bonito. Ojala? fuera como en las peli?culas en las que con un golpe noqueas a tu contrincante, la novia te besa y asunto arreglado, pero no, e?sta era la peor de las realidades y el guamazo so?lo sirvio? para enfurecerlo. Se me abalanzo? y nos prensamos como perros rabiosos, girando de un lado a otro, despedaza?ndonos la ropa y jala?ndonos el pelo o lo que se pudiera. En una de esas vueltas, ambos chocamos contra Belinda y fue a dar hasta unos arbustos para despue?s caer al piso. El Tripa y yo nos soltamos, aran?ados y colorados; hasta el momento el u?nico madrazo certero habi?a sido el inicial por lo que el marcador oficial segui?a uno a cero y eso era inadmisible para el invicto, asi? que volvio? a la carga y esta vez si? recibi? varios pun?etazos, incluso uno me hizo sangrar la nariz; yo tambie?n reparti?a lo propio y mientras da?bamos volteretas por la tierra, mi fuerza pudo ma?s que la estatura del Tripa y cai? encima de e?l, sujetando sus brazos con mis rodillas. Al sentirse dominado, lo u?nico que se le ocurrio? hacer fue sacar el co?digo postal y ¡escupirme en la cara! ¡Que? pinche naco! Hasta en esos momentos hay que tener categori?a, chingada madre, pero que? iba a saber este pendejete de eso, ¿verdad? En justa reciprocidad le meti? dos derechazos en pleno hocico por si lo volvi?a a besar Belinda, de perdida le ardiera... y otra vez a dar de piruetas, hasta que, para fortuna de ambos, porque esta?bamos peor que bull terriers y bufando de cansancio, salio? la suegra, del Tripa o mi?a, ya ni se?; el caso es que nos separo?. La ruca teni?a brazos de luchadora, ahora comprendi?a, de seguro por tantas veces que habi?a tenido que sonar la campana y ejecutar la misma faena.
Me fui muy despacio a casa, tranquilo por lo que la secun calificari?a como un empate con sabor a victoria para “el Ton?o”, pero hecho an?icos por el holocausto de mi efi?mera historia de amor.
Mama? toco? la puerta del ban?o y preocupada interrogo?: –Ton?o, ¿esta?s bien? –Aja?, –respondi? molesto. –¿Seguro, mijo? ¿Puedo ayudarte en algo?
–¡Seguro mama?! ¡De?jame en paz!
–...Pero Ton?o, trai?as sangre, ¿no necesitas que te cure? –agrego? recitando el ma?s puro tono maternal.
–La sangre era del otro, –menti?. Pero funciono? porque mama? me dejo? tranquilo bajar el coraje hasta que logre? cerrar los ojos sin que de nuevo llegara a mi? la escena de los dos besa?ndose.
Como ahora ya bien sabemos, Belinda era una vampiresa. Le encantaba refugiarse tras el velo de la noche; en el di?a casi era imposible verla, pero en cuanto el sol se meti?a por detra?s de las casas, el viento del andador comenzaba a agitarse hasta ver su aparicio?n divina.
Igual que tantas veces, llegue? puntual al ocaso; so?lo que esta vez sin tener la menor idea de lo que me deparaba; Belinda me pinto? un lindo cuerno y mi presencia lo u?nico que ocasionari?a era tener que volver a pelear con el Tripa.
El viento ya me habi?a rociado con su fragancia y no existi?a vuelta atra?s; ahi? estaba Belinda enrollada en los brazos de su “wey”. La ira me encendio? y acelere? el paso para abalanzarme contra el Tripa, mas al notar mi presencia, el chavo la solto? y me miro? estupefacto... ¡el ma?s sorprendido fui yo! ¡Se trataba de un chingado prieto con ojos de gargajo que quien sabe de que? pinche escuela nocturna lo habi?a sacado! Eso si?, los labios bien rojitos de los besos, y la nuca despeinada. Es por dema?s, pense? y haciendo un adema?n de desconcierto prosegui? mi camino y comenzo? a ganarme la risa de recordar a Belinda en su perfecto acto de esconder sus hechiceros ojos de ciervo tras la sedosa crin, y el brinco de espanto del ojimoco. Iba divertido, hay que decirlo, cuando del otro lado del andador aparecio? una larguirucha figura. Ya que estuvimos como a un metro de distancia, ambos paramos en seco; e?l fusila?ndome con la ma?s mortal de las miradas; yo, aguanta?ndome la risa, le pregunte?:
–¿Vienes a ver a Belinda?
–Si?, –me respondio? listo para volverse a subir al ring–, mi novia Belinda, –enfatizo?–, ¿por que?? ¿No te late o que??
–No, para nada, –consenti? divertido–, de hecho te esta? esperando, “ay” anda...
El Tripa inflamo? el pecho y crecio? como cinco centi?metros de estatura del orgullo, era la fiel estampa del conquistador que derrota a todo un imperio... y se fue directo a ver a su Mesalina. Yo, encendi? un cigarro para que el humo disimulara la floral fragancia que como siempre lo llenaba todo y antes de soltar la carcajada, alcance? a escuchar el grito de Belinda y la escandalosa pelea del Tripa con el ojitos de gargajo.
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