Su origen se relaciona con la gastronomía de las fechas católicas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos en su versión mexicana. Es el pan de muerto, postre típico del Día de Muertos que la gente consume prácticamente todo el mes de noviembre de cada año.
Este pan pertenece a la época de la Conquista, y hoy es uno de los elementos que no puede faltar en las ofrendas de estas festividades al casi finalizar el año.
Según la historia, “antes de la llegada de los españoles, los aztecas hacían sacrificios humanos, arrancaban el corazón de un guerrero y lo ofrecían aún latiendo. Cuando los españoles vieron esto, decidieron eliminarlo, pero lo perpetuaron en forma de pan”.
“En un principio le pusieron azúcar roja para semejar la sangre, y después evolucionó a lo que hoy conocemos como un bollo de mantequilla muy suave, que es parecido a pan brioche o de concha”.
La bola grande que se encuentra en el centro de estos panes, significa la cabeza del muerto; los cuatro huesitos son las extremidades, brazo derecho, brazo izquierdo, pierna derecha e izquierda, y todo el pan en conjunto es el cuerpo del difunto.
Dependiendo el estado, la preparación varía, pero los ingredientes fundamentales son: harina, mantequilla, sal, azúcar, huevo, leche y levadura.
Panaderos explican que su preparado lleva al menos mediodía, más el tiempo de cocimiento, teniendo resultados satisfactorios por tener un tipo casero, lo que lleva a que el paladar de la gente quede satisfecho normalmente con este tipo de postre muy mexicano.