Opinión

MORENA es el nuevo PRI

Por Otto Granados

El PRI no se diluyó, sino que claramente ha renacido en MORENA


El conflicto al interior del PRI quizá deba ser explorado, no por las causas que en apariencia lo han originado, por ejemplo: las derrotas electorales, la presunta reelección de la dirigencia, las defecciones de militantes y otras cosas; ni solo mediante la simplificaciones de analistas novatos, sino en una perspectiva más compleja desde los síntomas que han acompañado de la existencia del partido, prácticamente desde su fundación.

Posiblemente, los factores de fondo son tres. El primero es que, el PRI nació como una forma de agrupamiento y de organización de los cientos de clubes políticos, ligas o caciques locales, que actuaban en el México de la pos-revolución. Es decir, nació desde el poder, en el poder y para el poder. Nunca fue un partido orgánico clásico, ideológico o histórico, como otros de los grandes partidos en el mundo. ¡De suerte que navegó y cambiaba con los vientos sexenales! Pero jamás adquirió el entrenamiento y el músculo para procesar eficazmente sus conflictos internos, porque siempre contó con un poder superior, una especie de vector: el Presidente y, como tal, el encargado de conducir las tensiones internas, distribuir premios/castigos y tomar las decisiones finales.

El conflicto al interior del PRI quizá deba ser explorado, no por las causas que en apariencia lo han originado, por ejemplo: las derrotas electorales, la presunta reelección de la dirigencia, las defecciones de militantes y otras cosas; ni solo mediante la simplificaciones de analistas novatos, sino en una perspectiva más compleja desde los síntomas que han acompañado de la existencia del partido, prácticamente desde su fundación.

Posiblemente, los factores de fondo son tres. El primero es que, el PRI nació como una forma de agrupamiento y de organización de los cientos de clubes políticos, ligas o caciques locales, que actuaban en el México de la pos-revolución. Es decir, nació desde el poder, en el poder y para el poder. Nunca fue un partido orgánico clásico, ideológico o histórico, como otros de los grandes partidos en el mundo. ¡De suerte que navegó y cambiaba con los vientos sexenales! Pero jamás adquirió el entrenamiento y el músculo para procesar eficazmente sus conflictos internos, porque siempre contó con un poder superior, una especie de vector: el Presidente y, como tal, el encargado de conducir las tensiones internas, distribuir premios/castigos y tomar las decisiones finales.

De ahí deriva su segundo problema, cuando en 1988 inicia el final de la era del partido hegemónico y concluyen dos mil con la alternancia, se rompe el vector presidencial priísta, hay un vacío de poder con el nuevo presidente panista que, naturalmente, es llenado por otros actores y se produce una atomización del poder nacional hacia los gobernadores, que de pronto se reconvierten en los grandes caudillos. Como esa constelación de hombres y mujeres fuertes se movía ya sin tener como referencia fundamental al Presidente en turno, ni estar sometido a su guillotina, ni gravitar en torno a un pacto centralmente establecido, su densidad política sus hábitos, usos y costumbres y, por supuesto, abusos a nivel local, los llevaron al único terreno de juego político nacional y, por lo tanto de disputas, que les quedaba: el control del PRI nacional, y de sus órganos de gobierno y de las candidaturas a diversos puestos de elección popular. No es ninguna casualidad que la gran mayoría de quienes hoy protagonizan el conflicto, hayan sido previamente gobernadores. La veloz redistribución del poder hacia estos, se vio en un principio, como algo relativamente natural en la situación del país. En algunos casos, hasta saludado como efecto de ciertos aires federalistas, pero la falta de un marco institucional normativo y político apropiado sumado al débil temperamento del gobierno panista, entre otras razones, contribuyó a que ese desplazamiento fuera asumido, por no pocos gobernadores, como una virtual escrituración de vidas y haciendas, de manera tal que se convirtieron en auténticos mandarines, prácticamente sin contrapeso alguno. Quizá un reflejo de ello sean los gobernadores, la mayoría del PRI, pero también varios del PAN y un Independiente: "El Bronco" de Nuevo León, que han sido perseguidos, procesados o arrestados en estas décadas. Lo cual simboliza, en un grado no menor, esa disfunción: gobernadores con mucho poder, pero prácticamente sin límites.

Esto explica el tercer componente de la actual crisis. En un sentido político, el PRI no se diluyó, sino que claramente ha renacido en MORENA, la atomización del poder priísta del centro hacia los estados también generó, desde la disputada elección del 2006, un corrimiento de cuadros, al socaire, al amparo de cargos, candidaturas, empleos o negocios hacia el nuevo caudillo, que parecía simbolizar, como en efecto sucedió, una expectativa en particular para priístas de generaciones anteriores que ya no tuvieron cupo o se sintieron desplazados y que vieron en MORENA un destino natural casi biológico. El viejo PRI ha renacido en MORENA. Bien mirado, el pleito priÍsta actual es uno de esos dilemas políticos donde todos dicen algo de cierto, pero ninguno admite lo que le toca. Lo que no deja espacio alguno para el diálogo, la negociación y, quizá, el acuerdo, conduce al interrogante central. ¿Saldrá el PRI original de esta crisis? Difícil saberlo.