Opinión

Ciudadanía intermitente

Por Juan José Rodríguez Prats

La esencia de la democracia que queremos es la de un sistema capaz de corregir sus propios defectos; es decir, un sistema humano.


Persuadir, convencer, mover a la acción. No intentar la originalidad. Las cosas que funcionan están arrumbadas en los lugares comunes, en las soluciones obvias. Hay que distinguir entre sembrar convicciones mediante la razón o manipular conciencias con emociones y demagogia, un ejercicio que no me parece imposible de dilucidar. La receta está probada: cada caso debe ser analizado en su entorno con la mayor información posible.

Nuevamente me refiero a mi experiencia personal en muchas campañas. Presumo el alto honor de haber sido perdedor en tres elecciones constitucionales. Sabía de antemano lo remoto de un resultado favorable ante luchas inequitativas. Hay derrotas que enaltecen y victorias que denigran.

Fui candidato por el PAN a la gubernatura de Tabasco en 1994. Después de una ríspida elección y de un razonablemente cuestionado resultado, mis contendientes (la dupla infernal) hicieron un acuerdo implícito. Andrés Manuel López Obrador se dedicó, “como buitre”, a encabezar todos los reclamos sin analizar lo procedente de las demandas. Su consigna era: exijan al gobierno utilizando todos los medios de presión, legales e ilegales. Por su parte, el ilegítimo gobernador Roberto Madrazo Pintado, con un presupuesto holgado, ordenaba conceder; uno pedía y el otro daba. La conciencia ciudadana fue anestesiada. Un pueblo que espera todo de su gobierno daña su autoestima y frustra todo anhelo de superación.

En 2012, dada mi condición de chiapaneco por el principio del jus soli, intenté ser candidato a gobernador. El rechazo tajante de Juan Sabines Guerrero y la complicidad del presidente nacional del PAN, Gustavo Madero, resultó en un candidato a modo, para proteger al de su preferencia, Manuel Velasco Coello. He aquí una desagradable lección: las negociaciones en las cúpulas definen candidatos y posteriores “servidores públicos”.

Me postulé en dos ocasiones para diputado federal en Chiapas (2018) y en Tabasco (2021). Hice campaña con las herramientas de las que dispongo: la palabra y la lealtad de buenos amigos, convencidos de la auténtica participación ciudadana.

De esas experiencias extraigo algunas reflexiones:

1. Pecamos de ingenuos al creer que el PRI era la causa de todos nuestros males y que venciéndolo arribaríamos a la democracia. Se nos olvidó o no quisimos emprender la tarea de pedagogía política. Como dice Ángeles Mastretta, “bendita la inocencia de quienes nos enseñan a buscar un país con leyes que deben cumplirse. ¿Qué error hubo en eso? También esa inocencia la heredamos”. Un claro ejemplo del deterioro en la educación cívica lo palpamos en la forma como las corcholatas y las corcholatitas hacen campaña. Por ejemplo, con “Es Claudia”. El mensaje ni siquiera es subliminal. Está indicando que no hay nada qué hacer. Ella es la ungida, por lo tanto, hay que apresurarse a apoyarla.

2. El dinero sin control ni supervisión. Lo que los precandidatos de Morena han gastado en esa farsa de las encuestas, seguramente alcanza cifras de muchos dígitos. Con esos recursos se cubriría una buena parte de la restauración de Guerrero. Ésa es la austeridad de la 4T.

3. Una campaña podrá ser muy intensa, pero si el día de la elección no se cuidan las casillas ni se evita la cooptación de funcionarios electorales y representantes de partido, el resultado será adverso para la oposición.

Ser ciudadanos es un deber cotidiano. No es cuestión de espasmos cívicos o protestas aisladas. Exige perseverancia y preparación. Requerimos de algo más que de una ciudadanía intermitente, esto es, que de vez en cuando se acuerda de sus responsabilidades. Empecemos por enseñar nuestra Constitución que ni siquiera nuestros gobernantes conocen.

Hay mucha ignorancia, fanatismo y doble moral. En resumen, una inmensa brecha entre pueblo y elites. Procuremos disminuirla.