Opinión

El Maximato

Por Juan José Rodríguez Prats

El presidente solamente tiene dos limitaciones de su poder: el término sexenal y su sentido de responsabilidad.


Recientemente escuché a Felipe González una idea que implica deberes: “El político es un proveedor de certidumbres”. Significa que ha de conducirse con apego a la verdad, ser confiable y exponer con claridad lo que hace para cumplir con las obligaciones que se derivan del cargo que ocupa. En otras palabras, que el ciudadano sepa a qué atenerse, vinculándose a una relación de civilidad.

En días pasados tuve el privilegio de presentar y comentar el libro Por una democracia progresista de Cuauhtémoc Cárdenas. Se trata de un excelente repaso de los periodos posteriores a la Revolución Mexicana y a nuestra Constitución. Es una aportación valiosa para fijar una agenda hacia un necesario posicionamiento hacia el futuro.

Reconozco en el ingeniero Cárdenas tres características que ha mantenido en su larga trayectoria: congruencia, sosteniendo ideales, conductas y actitudes, sin contradicciones entre sus dichos y sus hechos. Sensatez y mesura —hoy tan necesarias para disminuir el encono prevaleciente en nuestra vida pública—, dialogar razonadamente, deliberar en el afán de alcanzar consensos. Un tercer rasgo es su profundo conocimiento de nuestra historia.

Hablamos de las políticas públicas sobre energía, sobre actividades prioritarias y estratégicas, sobre el papel del Estado y los particulares, del contenido de nuestra Carta Magna y de las necesarias reformas. Abordamos un tema que me parece relevante hoy: el fin de Maximato y el riesgo de su retorno. Hay quienes han afirmado que a Lázaro Cárdenas le impusieron como sucesor a Manuel Ávila Camacho, lo cual me parece falso.

El presidente michoacano resolvió, por primera vez, un conflicto sin sangre: expulsó a Plutarco Elías Calles, fortaleció la vida institucional de México y eligió sucesor sin pretender prolongar su liderazgo. Esto implicó instaurar un sistema que le permitió al país estabilidad y desarrollo. Desde entonces, el dedazo presidencial para elegir sucesor se hizo con sentido de responsabilidad, no por capricho ni mucho menos con afán de retornar al Maximato. Sin juzgar sobre el desempeño de cada titular del Ejecutivo, cada uno hizo un ejercicio para diseñar el perfil de lo que el país demandaba en cada circunstancia sexenal y así postular a quien mejor podría enfrentar los correspondientes desafíos desde la posición más relevante del Estado mexicano.

De ninguna manera afirmo que el método haya sido exitoso, pero sí se dieron varias décadas de desarrollo sostenido y permitió, al final de cuentas, el inicio de la transición a la democracia.

Recientemente escuché a Felipe González una idea que implica deberes: “El político es un proveedor de certidumbres”. Significa que ha de conducirse con apego a la verdad, ser confiable y exponer con claridad lo que hace para cumplir con las obligaciones que se derivan del cargo que ocupa. En otras palabras, que el ciudadano sepa a qué atenerse, vinculándose a una relación de civilidad.

En días pasados tuve el privilegio de presentar y comentar el libro Por una democracia progresista de Cuauhtémoc Cárdenas. Se trata de un excelente repaso de los periodos posteriores a la Revolución Mexicana y a nuestra Constitución. Es una aportación valiosa para fijar una agenda hacia un necesario posicionamiento hacia el futuro.

Reconozco en el ingeniero Cárdenas tres características que ha mantenido en su larga trayectoria: congruencia, sosteniendo ideales, conductas y actitudes, sin contradicciones entre sus dichos y sus hechos. Sensatez y mesura —hoy tan necesarias para disminuir el encono prevaleciente en nuestra vida pública—, dialogar razonadamente, deliberar en el afán de alcanzar consensos. Un tercer rasgo es su profundo conocimiento de nuestra historia.

Hablamos de las políticas públicas sobre energía, sobre actividades prioritarias y estratégicas, sobre el papel del Estado y los particulares, del contenido de nuestra Carta Magna y de las necesarias reformas. Abordamos un tema que me parece relevante hoy: el fin de Maximato y el riesgo de su retorno. Hay quienes han afirmado que a Lázaro Cárdenas le impusieron como sucesor a Manuel Ávila Camacho, lo cual me parece falso.

El presidente michoacano resolvió, por primera vez, un conflicto sin sangre: expulsó a Plutarco Elías Calles, fortaleció la vida institucional de México y eligió sucesor sin pretender prolongar su liderazgo. Esto implicó instaurar un sistema que le permitió al país estabilidad y desarrollo. Desde entonces, el dedazo presidencial para elegir sucesor se hizo con sentido de responsabilidad, no por capricho ni mucho menos con afán de retornar al Maximato. Sin juzgar sobre el desempeño de cada titular del Ejecutivo, cada uno hizo un ejercicio para diseñar el perfil de lo que el país demandaba en cada circunstancia sexenal y así postular a quien mejor podría enfrentar los correspondientes desafíos desde la posición más relevante del Estado mexicano.

De ninguna manera afirmo que el método haya sido exitoso, pero sí se dieron varias décadas de desarrollo sostenido y permitió, al final de cuentas, el inicio de la transición a la democracia.