Opinión

Este es mi hijo, escúchenlo

Por José Manuel Suazo Reyes

Jesús revela de forma anticipada su Gloria y su destino


El evangelio que escucharemos este domingo (Mc 9, 2-10) nos narra el momento de la TRANSFIGURACIÓN DE JESUS. Jesús lleva al monte Tabor a tres de sus discípulos, a Santiago, a Pedro y Juan; ahí se transforma delante de ellos mostrándose lleno de Luz y dialogando con Moisés y el profeta Elías. Junto a esta transfiguración se presenta una nube que los envuelve se escucha la voz del Padre que proclama a Jesús como su Hijo predilecto e invita a los discípulos a que lo escuchen.

La Transfiguración nos ofrece al menos tres significados: el aspecto cristológico, el antropológico y el eclesial.

Desde el punto de vista Cristológico, la transfiguración nos revela la identidad de Jesús; es decir nos dice quién es Jesús: Jesús es el hijo de Dios cuya palabra nos salva por eso debemos escucharlo; Jesús revela de forma anticipada su Gloria y su destino. Jesús va a entregarse en la cruz, experimentará el rechazo, pasará el trago amargo del sufrimiento en la cruz como oferta voluntaria, pero también resucitará. La pasión de Jesús es un momento de sufrimiento pero también es un momento de gloria, porque se trata de un misterio de amor extraordinario por parte de Cristo. Él había dicho en el evangelio: “A mí nadie me quita la vida, yo la ofrezco en forma voluntaria”. Esto nos permite comprender por anticipado que el que sufre y el que es glorificado, no es un simple hombre, sino es el Hijo de Dios, que se ha encarnado para salvarnos. Con la resurrección, el Hijo de Dios obtiene la gloria que ya poseía antes de la creación (Jn 17, 5).

El aspecto antropológico. Esto que revela Jesús en forma extraordinaria en su Transfiguración, es también el destino y la vocación que espera a todo el que cree en Jesús. Por el Bautismo hemos ya participado de la muerte y de la Resurrección de Cristo. Gracias a Jesucristo, todo creyente puede experimentar esta transfiguración, llenarse de Luz y proyectar la gloria de Dios en el mundo. Toda persona que se encuentra con Cristo y escucha su Palabra viene transformada y renovada por él; esta transformación le lleva a participar de la Gloria de Dios, ya desde este mundo. Porque todo lo empieza a ver con los ojos de Dios.

La dimensión eclesial. Todos los bautizados por el hecho de integrar el cuerpo de Cristo somos la Iglesia y estamos llamados también a experimentar la gloria de la Transfiguración. Como San Pablo predicaba, ya no soy yo, es Cristo el que vive en mí. La Iglesia se llena de esta luz cuando celebra los sacramentos, cuando escucha y medita la Palabra de Dios, cuando ora y cuando vive la caridad con los hermanos más necesitados.

Al celebrar hoy la transfiguración esto nos recuerda la orientación que tiene la cuaresma, nos recuerda hacia donde nos encaminamos; la cuaresma nos prepara para celebrar la fiesta de la Resurrección de Cristo y al mismo tiempo mediante las prácticas cuaresmales entramos en este proceso de conversión, de transfiguración para vivir experimentar personalmente la Gloria de la Resurrección.