Opinión

La unidad de Dios y 3 personas distintas

Por José Manuel Suazo Reyes

Son numerosos los pasajes del evangelio que refieren este misterio de la Santísima Trinidad


Este domingo celebraremos en la Iglesia Católica LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.

En el Credo católico profesamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo, un sólo Dios verdadero y tres personas realmente distintas. Esta fe en la Santísima Trinidad se fundamenta en la forma como Dios se nos ha dado a conocer. Creemos en la Santísima Trinidad porque Dios así se ha manifestado y porque Jesús así nos lo ha revelado.

Son numerosos los pasajes del evangelio que refieren este misterio de la Santísima Trinidad. Para citar unos ejemplos, en el evangelio de San Juan Jesús nos dice por ejemplo: “he salido del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16, 28). “Créanme, yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14, 11). “El consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas” (Jn 14, 26). Por otra parte, al final del evangelio de san Mateo, al momento en que Jesús envía a los apóstoles a predicar dice: “vayan y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (Mt 28, 16-20).

Además de estas indicaciones donde se menciona a alguna de las personas divinas, se puede recordar el bautismo del Señor, donde se mencionan las tres divinas personas: Jesús es bautizado por Juan, se escucha la voz del Padre que dice: “este es mi Hijo muy amado, escúchenlo” y se menciona que el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de Paloma, cfr. Mc 1,9-11 y textos paralelos.

En el libro del Éxodo, el capítulo 34 se habla de un pecado muy grave del pueblo de Dios. Los Israelitas habían concluido recientemente la alianza con el Señor, bastó experimentar un poco la tardanza de Moisés que había subido a la montaña y no regresaba, para que el pueblo pidiera la construcción de un becerro de oro y le empezara a rendir culto. Cuando Moisés regresa más tarde del Sinaí y se da cuenta de la idolatría de su pueblo destruye las tablas de la alianza. No obstante este gravísimo pecado de idolatría, un poco más tarde, Dios por intercesión del mismo Moisés los perdona. De esa manera, Dios se manifiesta “misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en piedad y fidelidad” Ex 34, 6.

Esta actitud de Dios hacia su pueblo pecador e idólatra lo presenta como un Dios lleno de amor. Dios renuncia a destruir a los pecadores y les manifiesta su poder mediante su misericordia. Como dirá el profeta Ezequiel “Dios no se complace en la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva” Ez 33,11.
Esta imagen divina se complementa con el Evangelio de San Juan cuando nos dice “tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo, para que quien crea en él no perezca, sino tenga la vida eterna” Jn 3, 16. Este pasaje nos revela no sólo la existencia de que Dios es Padre y es Hijo, sino la esencia misma de Dios y su manera de manifestarse, el amor.

En la mentalidad de San Juan “el mundo” es pecador, ha rechazado la luz, no ha recibido al salvador; Dios podría venir a juzgarlo y por consiguiente a destruir el mal y castigar a los pecadores. Sin embargo Dios ama al mundo, muy a pesar de su pecado, y le envía lo más precioso que tiene, su Hijo unigénito, para que el mundo se salve y tenga vida abundante, como dice el mismo evangelista (cfr. Jn 10,10).

La respuesta de Dios al mundo entonces, es su propio Hijo, que nació, vivió y murió por nosotros. El Hijo que procede del Padre dio su vida por nosotros. Es en la cruz donde Dios entrega a su Hijo de la forma más generosa. Es en la Cruz donde Jesús nos muestra cuanto nos ama y se entrega a sí mismo por nosotros. Es en el misterio de la Cruz también se muestra la santísima Trinidad: el Padre entrega a su Hijo; el Hijo cumple de manera extraordinaria la voluntad de su Padre y el Espíritu Santo, fruto de la cruz cfr, Jn 19,30, es entregado para transformar nuestra existencia y hacernos partícipes del amor divino.

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