Opinión

El don del Espíritu Santo

Por José Manuel Suazo Reyes

Jesús, muchas veces, especialmente en sus discursos de despedida, había prometido el Espíritu Santo.


PENTECOSTÉS es el regalo del Espíritu Santo que Jesús dio a la Iglesia cincuenta días después de la Pascua. Fue un acontecimiento que proyectó a la Iglesia al mundo. Desde entonces la Iglesia se comprende como una comunidad para los demás.

Jesús, muchas veces, especialmente en sus discursos de despedida, había prometido el Espíritu Santo. En Pentecostés se cumple esa promesa como nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. San Juan evangelista, por su parte, como lo escucharemos este domingo (Jn 20, 19-23) coloca el envío del Espíritu Santo la misma tarde del día de Pascua, para darnos a entender que el Espíritu Santo es el don más importante de Cristo Resucitado.

La narración de los Hechos de los Apóstoles que habla de Pentecostés está llena de imágenes bíblicas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, la referencia de los truenos, del ruido que viene del cielo, de la ráfaga de viento, del viento huracanado, de las lenguas de fuego. Todas estas expresiones colocan a Pentecostés como una Manifestación de Dios.

La misma mención que hace San Lucas de que al momento de esta manifestación estaban presentes muchas personas que provenían de una gran variedad de pueblos, hace recordar la profecía del profeta Joel que dice: enviaré mi espíritu sobre todos los hombres”. Y el prodigio consiste no tanto en el hecho de que cada uno escucha el mensaje en su propia lengua, sino en el hecho de que todos comprenden el sentido profundo y la importancia del mensaje enviado por los apóstoles.

Se necesita además subrayar la conexión de Pentecostés con el episodio de la Torre de Babel en Gn 11.Los pueblos por presunción y alejamiento de Dios estaban divididos, dispersos y no se comprendían más. Había una gran confusión. En el caso de Pentecostés, bajo la acción del E.S., se favorece la Unidad de la familia humana. El E.S. es la fuerza divina capaz de unir a los diferentes pueblos en una sola familia. El E.S. es fuente de unidad y de comunicación.

Nos podríamos preguntar ¿por qué envía Jesús al Espíritu Santo?

En primer lugar, el Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia para que puedan continuar en el mundo la misión salvífica de Jesús, una misión sin límites de tiempo ni de espacio. Así lo presentan varios pasajes evangélicos: “como el Padre me ha enviado así los envío yo” (Jn 20, 21). “Vayan por el mundo entero y prediquen el evangelio a toda creatura” (Mc 16, 15). He aquí la entrega de la gran misión: En primer lugar del Padre a Jesús, luego de Jesús a los Apóstoles, y por último de los apóstoles a toda la Iglesia.

En segundo lugar, esta misión no es sólo para anunciar el evangelio, sino también y sobre todo, es una misión para liberar al hombre de la esclavitud del pecado, es una misión de restauración de la creatura humana conforme a la gracia y santidad de Dios. El Espíritu es enviado a los apóstoles y a la Iglesia para que puedan llevar a cabo este prodigio de liberación y de regeneración. San Juan lo expresa así: “a quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados” (Jn 20, 23).

En tercer lugar el Espíritu Santo es enviado para que la comunidad dispersa y dividida por causa del pecado pueda encontrar en la Iglesia su unidad, hablar el mismo lenguaje, profesar la misma fe, reconocer a todos como hermanos y formar una sola familia.

Es importante destacar que el envío del Espíritu Santo no se llevó a cabo una sola vez a los inicios de la Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles nos narran, si, la estrepitosa y extraordinaria venida del Espíritu en Hech 2, 1-11, pero también nos refiere otros momentos, por así decirlo “menores”, de la llegada del Espíritu Santo. Esto quiere decir que Pentecostés es un hecho que continuamente se repite y se renueva en la Iglesia, que el Espíritu Santo es perennemente enviado a la Iglesia. Cfr. Hechos 4, 31; 10, 44-47; 19, 1-7.

Que esta celebración de Pentecostés renueve en todos nosotros nuestro bautismo y la transformación que el Espíritu Santo ha hecho de cada bautizado.

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