Opinión

Einstein y su perfil de publicista

Por Alejandro Mier


Imagen pública. Pantalones de pana, abrigo oscuro, sombrero, pipa, manera de andar, tupido bigote, y el toque maestro, cabello alborotado cual efebo rebelde de nuestra generación Z. Aunque todo lo hacía de manera natural, parecía estar perfectamente ideado para transmitir su esencia: la de un erudito, prestigiado maestro, premio Nobel capaz de descifrar las leyes del universo y corregirle la plana al gran Newton con su teoría de la relatividad especial y la de la relatividad general. Disruptivo en sus teorías como en su imagen; capaz de presentarse en importantísimos foros rompiendo los códigos de vestimenta sin el menor recato. Abba Eban, embajador de Israel, se lo encontró en una recepción de etiqueta en NY y quedó horrorizado cuando vio que el científico ¡no llevaba calcetines! O, igual usaba uno de un color y el otro diferente.

En palabras de Walter Isaacson y por todos corroborable a través de sus fotos, Albert era un personaje encantador, apuesto, de risa contagiosa y ojos brillantes, cortés, dispuesto a compartir su sabiduría, poseedor de un gran imán; el conjunto de sus expresiones invitaba a querer acercarse a él; los hombres por admiración; las mujeres porque les parecía muy atractivo; las multitudes para adorarlo. Y el mundo científico para admirarlo… o para odiarlo, ya sabemos que en este misántropo mundo de las envidias nadie se salva.

Lo que proyectaba su imagen en general tenía todo el sentido, el equilibrio, lo que un experto en imagen pública le recomendaría, tanto así que su rostro con el cabello desaliñado se terminó convirtiendo es el símbolo mundial de la representación de un genio.

Naming. Su apellido es tan publicitario que bien podría parecer inventado por él mismo. Tiene la fortaleza de ser una palabra sumamente pequeña, fácil de pronunciar, la repetición de las vocales “e, i” seguidas por la misma consonante “n” (¡dos veces en una palabra tan corta!) hacen que su sonido sea dulce, amigable, pegajoso; y, claro está, no podía faltar el toque de genialidad, ¿has notado que la construcción “Einstein” hace un juego similar a la de un palíndromo? Repetir en esa espacio tan cortito dos veces “ein” ein”, es justo como riman los poemas y canciones. Por ello, el apellido Einstein tiene toda la potestad posible de recordación.

Activaciones de calle. Cual experto en BTL, los paseos diarios de su casa a la Universidad de Princeton, donde vivió los últimos 22 años de su vida, tenían todas las características de nuestras “activaciones de calle”, era un espectáculo verlo pasar, llamaban tanto la atención que invariablemente generaba noticia. Independiente a que disfrutaba hacer sus largas caminatas, Einstein nunca aprendió a conducir; amaba pasear en su bote Tümmler, (Delfín), aunque tampoco jamás le importó aprender a nadar. La carismática sonrisa, el rostro afable, su postura dubitativa, lo convirtieron en uno de los atractivos de la ciudad, la gente acudía esperanzada en poder contemplar al genio, aunque fuera de lejos.

 

Algo que me encanta de Einstein son sus sucesos cotidianos, ¿sabías que en esas caminatas se sumergía tanto en su pensamiento que a veces caminaba de más y cuando lo notaba no tenía idea dónde se encontraba por lo que se veía obligado a pedir ayuda para volver a casa?

Slogans. Ni qué decir del gran legado que nos dejó en conceptos publicitarios, copies y slogans. Uno de ellos se volvió mi frase preferida de vida “¿Qué sería del mundo sin los soñadores?” Ya sabemos que no hay más que googlear “frases famosas de Einstein” para que brinquen, cual felices chapulines, decenas de ellas. Magníficos ejemplos son: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. “Todos somos ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”. “La imaginación es más importante que el conocimiento”. Y ni qué decir de “Dios no juega a los dados”, uno de sus lemas más citados.

Relaciones públicas. Tenía un racimo de periodistas a su disposición ávidos de la declaración más nimia; lo sabía y sacaba todo el jugo cada que quería hacerle llegar un mensaje a la comunidad científica, a los presidentes o al planeta entero. El poder de convocatoria se le daba de manera natural y amenizaba la conversación con deliciosos aforismos, ingeniosos, mordaces, que terminaban imprimiéndose en los titulares de los medios.

La inteligencia y habilidad como orador de darle la vuelta a preguntas incómodas, venenosas, de doble intención, pareciera como si su director de RP lo trajera conectado con un “chicharo” para dictarle las respuestas. Mi favorita es cómo contestaba a la insistente pregunta ¿Einstein cree en Dios?, ¿los científicos rezan? Esta no se las contaré en esta ocasión, desviaría el tema central, solo les diré que Einstein se sentía fascinado por el panteísmo de Spinoza por lo que era muy religioso… de su “Dios universo”.

Por otro lado, siendo justos con su biografía, debemos admitir que en temas políticos sí mostraba mucha inocencia y era continuamente criticado.

Campañas masivas. Presentar su teoría de la relatividad especial y, posteriormente, ganar el premio Nobel (por el efecto fotoeléctrico), lo catapultó a la fama. Para ese entonces, año 1931, las dos personas más famosas en el mundo eran Charles Chaplin y él. En una visita a los Estudios Universal, Einstein pidió conocerlo, comieron juntos en una cantina y la foto que se tomaron en el estreno de Luces de la ciudad en Hollywood le dio la vuelta al orbe.

Aunque fue el padre de la bomba atómica y a pesar de no haber participado directamente en el proyecto Manhattan, a través de una carta escrita al presidente Roosevelt (la cual, debido a su muerte, no alcanzó a leer y fue entregada al presidente Harry Truman), dejó clara su postura. Al ser lanzadas las bombas y saber que tanto Rusia como Alemania iban también muy avanzados en su creación, declaró que “la única salvación de la civilización y la raza humana residen en la creación de un gobierno mundial”, idea que por supuesto fue rechazada, pero de cualquier manera sembró en los políticos de la época y el colectivo intelectual, la preocupación de su propuesta haciendo gala de otra de sus grandes frases que tal parecía las creaba al vuelo: “No sé con qué armas se luchará la tercera guerra

mundial, pero la cuarta sí, se luchará con piedras”. Conocía el poder de su discurso y su proyección mediática.

KPIs. Como hemos testificado, los KPIs (indicadores claves de negocio) alcanzados, incluso en la más inocente de sus declaraciones, serían un notable ejemplo del logro e influencia de sus palabras. Sus comentarios más desafortunados, incluso errores, tenían mucho mayor relevancia que los aciertos de sus competidores más férreos.

 

andaresblog.com