Opinión

Una puerta en el tiempo

Por Alejandro Mier


La película tenía más de veinte minutos de haber iniciado y Frida continuaba sintiendo esa rara sensación en la espalda. Era como si alguien la estuviera observando, sólo que la mirada era tan pesada que ya hasta sentía entumecido el dorso. Giró la cabeza y ahí, entre la penumbra, descubrió sus ojos y una blanca dentadura que le sonreía.

Pensó que era muy extraño, pero pronto, siguiendo su instinto, salió de la sala y se formó en la barra de los refrescos.

–Hola, -dijo la voz del hombre–, nos conocemos, ¿verdad?

Frida lo miró pausadamente. No estaba nada mal, incluso hasta parecía simpático. No aparentaba más de treinta años y aunque en efecto su rostro le era muy familiar, ella bromeó:

–¿No te parece un truco muy barato? Esperaba algo más creativo de alguien como tú…

–¿De alguien como yo? ¿Qué quieres decir?

–Nada. Olvídalo.

–¡Espera! No te vayas, en serio, juraría que te conozco… tu cabello, tiene algo tan especial…

Frida le guiñó un ojo e hizo volar su cabellera, conocedora de lo provocativa que lucía y nuevamente se introdujo en la sala.

Al terminar la función, ya afuera del cine, el tipo la volvió a abordar.

–Por favor, sólo dime tu nombre.

Ignorándolo, Frida continuó su paso al lado de sus amigas.

–¡Diantres! ¡Mil rayos partan mi mala suerte! –Dijo él muy molesto.

Frida quedó paralizada ante lo que oyó. Dio la vuelta rápidamente y lo encaró:

–¿Qué dijiste?

–Lo siento, no quise ofenderte.

–No, no me ofendiste. Sólo quiero que repitas lo que dijiste.

–Discúlpame. Es una tonta frase que he dicho toda mi vida cuando algo me sale mal: ¡Diantres! ¡Mil rayos partan mi mala suerte!

–No lo puedo creer, ¿eres tú? –dijo Frida observando detalladamente su cara–, ¿cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Cómo te hiciste esa cicatriz en la frente?

–¡Hey! Espera, espera… Yo sólo quería saber tu nombre, ¡y mira nada más con el interrogatorio que me sales tú! ¡No es justo! Pero te lo diré si prometes sonreír como hace un

rato… Me llamo Rubén Patiño, tengo 28 años y esta marca que ves aquí, en mi frente, –dijo tomándole la mano y colocándola en la vieja herida–, me la hice…

Rubén no pudo continuar porque Frida cayó desvanecida. Sus amigas se acercaron y al verla desmayada intentaron llamar a la policía pensando que Rubén le habría hecho daño, así es que él prefirió irse del lugar.

Al llegar a casa, Frida corrió a su habitación. No podía creer lo que acababa de vivir. ¿Así es que Rubén Patiño existía y, además, en pleno año 2005, era todo un hombre? Increíble.

Frida cerró los ojos y recordó el insólito suceso de la semana pasada. Había salido a correr al Parque México. Era muy temprano y el lugar estaba casi vacío. En cierto momento, se detuvo a descansar cerca de un gran árbol y entre el césped notó que algo brillaba. Se trataba de una pequeña cruz de oro y al reverso traía la fecha “19 de septiembre de 1985”. De pronto, la vista se le nubló y cayó sin sentido. Un par de minutos después, al reaccionar, quiso volver a casa, pero conforme avanzaba por las calles de la colonia Roma, vio algo insólito: los edificios, los autos, la ropa de la gente, todo parecía como viejo, pasado de moda. Se detuvo en un puesto de periódicos y lo que observó en la portada del periódico Excelsior la trastornó por completo, el diario decía “Hoy, 19 de septiembre de 1985“. ¡Había retrocedido 20 años en el tiempo! En busca de una explicación, siguió caminando y como lo único que vio abierto a esa hora de la mañana fue una escuela primaria, se metió en ella. Tenía muchas preguntas por hacer, pero al llegar a la oficina de la dirección de la escuela, justo a las 7:19 A. M., un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter, comenzó a sacudir la tierra. Las pocas maestras y niños que se encontraban ahí en ese momento intentaron refugiarse debajo de los escritorios, pero fue en vano ya que el techo se vino abajo.

Momentos después, los llantos de un niño despertaron a Frida.

–¿Quién anda ahí? –Preguntó en medio de esa absoluta oscuridad.

–Soy yo –respondió una voz chillona.

–Calma. Voy a llegar hasta ahí. Ten valor pequeño.

Frida se arrastró como pudo entre los escombros hasta tenerlo cerca. Cuando por fin pudo ver su carita, entre la penumbra notó que sangraba de la frente y un gran bloque de cemento aplastaba su pierna.

–¿Puedes moverte? –Interrogó.

El niño lo intentó, pero el dolor pudo más que él y entonces gritó:

–¡Diantres! ¡Mil rayos partan mi mala suerte!

Frida se aproximó y el niño recargó la cabeza en su hombro y con todas sus fuerzas, como si fuera su última esperanza de vida, sujetó a Frida de su larga cabellera.

–¿Cómo te llamas?

–Rubén Patiño

–¿En que año vas?

–En tercero, tengo 8 años, ¿y tú?

–Yo soy Frida y cumplí 24 años.

–Ah, ya estás grande. Qué bueno, podrás cuidarme.

–Sí, –respondió conmovida, –creo que ya estoy grande y prometo que te salvaré.

Así, sin soltar un solo momento su cabello, permanecieron día y medio hasta que fueron rescatados. Al darles la luz del sol, Rubén estaba semi inconciente y de inmediato lo subieron a una ambulancia. Frida sólo recibió los primeros auxilios de los paramédicos y en cuanto tuvo la oportunidad, se escapó por la misma calle por la que había llegado. Pronto ingresó de nuevo al Parque México, al mismo lugar del árbol; ahí por fortuna en un rincón se encontró su monedero. Sacó una moneda nuevecita de veinte pesos, la frotó y tras otro ligero desmayo, despertó de nuevo en el año 2005.

 

Increíble. Increíble. Increíble. ¿Dónde está Rubén? Preguntó incorporándose con dificultad.

–Se ha ido, pero, no te ha hecho daño, ¿verdad?

–Nada de eso. No creerían lo que voy a contarles… pero por lo pronto, ¡Es él, es él y debo buscarlo!

Frida visitó los siguientes días la sala de cine con la esperanza de encontrarlo. Deseaba abrazarlo, besarlo, protegerlo. No fue hasta el quinto día que lo vio venir. Ella estaba junto a la taquilla y él, del lado de enfrente de la calle. A Rubén se le iluminó el rostro. Sabía que se trataba de su ángel salvador, así es que corrió desbocado a su encuentro sin siquiera fijarse que un camión de pasajeros venía a toda velocidad. Frida quedó petrificada. El autobús le había dado de lleno a Rubén arrojándolo a más de quince metros de distancia. Nadie sobreviviría a tal impacto. La gente rodeó el cuerpo de Rubén. Frida quiso ir a su encuentro, pero una fuerza la sacudió y supo que debía volver al Parque México y esta vez, cuanto antes.

Al llegar, cerró el puño que envolvía la cruz y pronto se desvaneció. Al volver en sí, sabiendo que habían transcurrido cinco días desde el temblor, buscó en los hospitales cercanos a la escuela hasta dar con el chiquillo. Ahí estaba, en una pequeña clínica, con la pierna en alto, enyesada, y la frente inflamada alrededor de las puntadas de la herida.

Frida se recogió el cabello, lo disimuló ocultándolo en una gorra y colocándose unos lentes gruesos de lectura, se aproximó al pequeño.

–Hola Rubén…

–Hola, –respondió el niño.

–¿Me recuerdas?

–No. ¿Quién eres?

–Soy la mujer que estuvo contigo, ahí, en el derrumbe.

–¿Frida? –replicó el niño admirado–, te me figurabas diferente… ¿qué pasó con tu cabello? ¿Te lo cortaste?

–No, así lo tengo… Además, con la confusión del temblor creo que te dije otro nombre. Yo me llamo Mónica.

–Aaaahhhh… –respondió Rubén sin entender nada– qué extraño, en mis sueños eres tan diferente.

–Tal vez, pero así soy de verdad. Veme bien y promete jamás olvidarme, ¿es un trato?

–Rubén asintió con el rostro.

Frida lo besó en la frente y se esfumó por el pasillo.

Al salir, sintió una profunda tristeza, pero sabía que eso era lo mejor para Rubén.

De nuevo en el parque, tomó su moneda y volvió al presente.

Esa tarde, parada a un lado de la taquilla, escuchó la voz de Rubén gritándole al camión de pasajeros que acababa de pasar con exceso de velocidad, que tuviera precaución. Frida volteó y sus miradas chocaron, pero sólo por un instante ya que Frida lo evitó dándole la espalda; Rubén se detuvo pensando en abordar a aquella chica tan hermosa. Pero no. Tal vez estaría esperando a alguien más, así es que mejor se dispuso a disfrutar de la película de estreno.

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