Opinión

Covid, el asesino injusto

Por Alejandro Mier

Andares


Thelma y Ena amaban comprender que recién aterrizaban en el continente del “jamás”. Jamás se habían enamorado, jamás habían trabajado, jamás bailaron hasta el amanecer y, como ahora, jamás viajaron juntas, mas, de pronto, todo comenzó a suceder de un porrazo. Aunque fue muy complicado resistirse a tan fascinantes chicos, controlar los Pink gin tonic, los bronceados cuerpos de la piscina y las delirantes fiestas del crucero, se sentían orgullosas de haber salido invictas. El pacto permitía todos los besos del mundo, pero las piernas bien cerradas. Les parecía completamente estúpido entregarse en su primera vez a un chico, por bello que fuera, que recién conocían.

Al llegar al aeropuerto de la Ciudad de México, no pudieron aguantar la risa al ver a un gran grupo de orientales, todos, absolutamente todos, con cubre bocas. “Como serán exagerados estos chinitos”, se reían. En migración, vieron que algunos policías y personal del aeropuerto también portaban cubre bocas. “¿Tendrá que ver con la noticia esa de que en China detectaron un “bicho” que anda infectando gente? Me parece que le llaman Covid, preguntó Ena. No creo, eso pasó del otro lado del mundo, respondió Thelma levantando los hombros, más bien debe ser porque no te has bañado, jajaja.

La vida le sonría y Thelma pensaba no desairar el menor ápice. Sus notas de la universidad la hicieron merecedora a una buena oferta de trabajo. Estaba aprendiendo idiomas y muy pronto comenzaría un máster. Si el universo le ofrecía esta rebanada de felicidad, ella se comería el pastel enterito. Su amistad con Ena nació en la secundaria y le causaba gracia saberse tan cercanas, a pesar de que sus formas de ser parecerían perfectas antípodas. Ena decía que la culpa era de Newton y su ley de la gravedad, una extraña e invisible fuerza se empecinaba en atraerlas. Con tal efervescencia, Thelma pensó que, a pesar de tan solo tener veintiún años, era momento de independizarse. Sus padres siempre la habían apoyado, así es que creía poder salir victoriosa de ese debate. Corrió a contárselo a Ena y la emoción de su amiga, aún sin haber recibido invitación alguna, fue responderle “¡ya está, nos vamos a vivir a casa de mi abuela, está vacía!” Uff, pensó Thelma, ¿ya ves cómo todo se acomoda? Eso nunca es una casualidad, ¡de acuerdo!

Las dos semanas siguientes eran cruciales. Ena, se iría de viaje con sus padres y Thelma aprovecharía para acondicionar la casa de la abuela. Iniciaba el mes de abril y la pesadilla del Covid se materializaba a pasos agigantados propagándose por todo el planeta. En México, comenzando por un desorientado y flemático gobierno, todo era incertidumbre, rumores y noticias falsas que se enmarañaban con las reales, así es que no se sabía qué tan serio tomarlo y, sobre todo, cómo protegerse… y la gente empezaba a morir.

Thelma aprovechó que su mamá haría una cena privada para festejar el primer año de que su papá se había retirado, para ir a platicar con ellos. Después de 35 años de trabajo, comenzaba a gozar de un justo descanso y ahora que se enteraran que su única hija ya no estaría con ellos, quizá también sería para sus papás un refresh, reencontrase como pareja. La noticia les sorprendió mucho. Su mamá levantó tanto las cejas que Thelma supuso que iban a quedar suspendidas en el aire, como caricatura ochentera. Pero don Nicanor, siempre tan sereno y con esa conexión especial que compartía con Thelma, logró apaciguar la turbulencia.

–Hija, –le dijo tomando su mano–, piénsalo bien, por favor, eres muy joven, ¿cuál es la prisa?

–Pero papa…

–Mira, tú eres nuestra única hija y heredarás lo que tenemos, la casa, los autos, los ahorros.

Ante las muecas de descontento de Thelma, don Nicanor tiró sus mejores cartas:

–Ok, te voy a contar algo, mamá y yo hemos platicado que, en un par de años, podemos dar el enganche para comprar tu propia casa, no creas que vas a tener que esperar hasta que estemos viejos.

–¡No, papá! Disfruten ustedes el dinero que tanto trabajo y años te costó hacer. Viajen, complázcanse, ¡expriman la vida! Cómprate la mesa de billar que siempre has querido, vayan a conocer Petra, ¿no es uno de tus sueños? Aprovechen que aún están jóvenes, fuertes, con muchos años por delante. Y tú, mamá, llena tu ropero de todos eso vestidos que te gustan. Anden, que de mí yo me encargo, ya me han dado suficiente.

Cuando Thelma se retiró, el celular de mamá, más oportuno que nunca, la obligó a tomar una llamada. Don Nicanor la acompañó a la puerta y se dieron un abrazo eterno en ese silencio que nunca necesitó palabras. Thelma besó su rugosa mejilla recordando cuando de niña le pasaba la barba por las costillas y le arrancaba unas carcajadas imparables. Acarició su rostro y se dio la vuelta. Al marcharse, don Nicanor percibió cómo un céfiro de libertad agitaba su cabello castaño y la delgada chamarra se alzaba como la capa de una heroína, esa capa de una niña que justo, a cada paso, se convertía en mujer, hecho que él se resistió a aceptar hasta ese momento… ¿qué va a ser de ti lejos de casa, nena, que va a ser de ti? Cantó en su mente y entró navegando en un caudal de agua.

Durante la semana siguiente, Thelma bailaba por la casa de la abuela mientras limpiaba e iba acomodando los pocos muebles que tenían. Aunque aún no contaban con el dinero, recorría cada parte e imaginaba el tapiz jaspeado en tonos ocres del pasillo para que combinara con la sala marrón, la consola del recibidor con sus adornos; un comedor de madera que hacía juego con la bufetera y hasta una pequeña sala con asador que cabía perfectamente en el patio trasero. Papá se sentiría tan orgulloso y consentido cuando le asara la primera carne. Vaya, hasta las flores del descanso de las escaleras podía visualizarlas con claridad. Sin embargo, de pronto se sintió mareada. La molesta tos que traía desde hace dos días no menguaba. Pero se dio ánimo porque esa noche papá y mamá estaban invitados a conocer la casa.

Sus papás quedaron encantados, era muy acogedora y suficiente para aquel par de soñadoras jovencitas. Después de cenar los bocadillos que tanto les gustaban, destapó una botella de vino, pero casi se quedó llena ya que se sintió más mal. No paraba de sudar y las náuseas la atormentaban. Para no preocupar a sus papás, ocultó su malestar hasta que partieron. Pero pasó la peor noche de su vida. Vómito, la garganta como si trajera navajas y fiebre altísima. Al día siguiente, intentó hacer cita con su doctor, pero estaba saturado. Así que vio en internet lo que recomendaban, fue por paracetamol e ibuprofeno y se aisló el resto de la semana sin mencionárselo a sus padres.

Días después de la cena, cuando Thelma estaba en pleno aislamiento, don Nicanor y su esposa comenzaron con síntomas. De inmediato se fueron a hacer la prueba y salieron positivos a Covid 19. No estaban preocupados, solo sentían un poco de cansancio y dolor muscular. Así es que decidieron llamarle a Thelma para que por nada del mundo los visitara para no contagiarla. Thelma se sintió morir al percatarse que ella los había contagiado. La impotencia la torturaba porque, en su estado, no podía hacer absolutamente nada, apenas y tenía fuerza para atenderse a ella misma. Para el fin de semana comenzó a sentirse un poco mejor así es que decidió ir a ayudar a sus papás, total, ¿qué más podría pasar si los tres estaban infectados? Mientras se preparaba para ir, sonó su teléfono.

–¿La señorita Thelma?

–Sí.

–Soy la enfermera Norma Corral del Hospital Militar, me pidió el señor Nicanor Arteaga que me comunicara con usted para decirle que está internado y que a su mamá la llevaron al Centro de Salud.

–Pero ¡qué pasa! ¿Cómo están? ¿Por qué no están juntos?

–Me dijo que su mamá se puso muy grave por la noche y la llevó al Centro de Salud. A su papá lo trajeron hace rato a este hospital, lo encontraron desmayado en la entrada de su casa. Desafortunadamente ambos están muy mal, requieren de oxígeno.

–¡Voy para allá de inmediato!

–Como guste, aunque no se lo recomiendo. Están aislados y no se permiten visitas al área Covid. Los familiares están afuera de los hospitales y clínicas y el riesgo de infectarse es altísimo.

Thelma se sintió viviendo la trágica experiencia de Viktor Frankl en el campo de concentración de Auschwitz que había leído durante su viaje. La vida también le estaba arrebatando a toda su familia. No le permitían verlos por el aislamiento Covid… ¡ni siquiera ellos estaban juntos!

Su mamá falleció al décimo día. La tuvieron que entubar y su corazón no resistió. Tan solo le dejó una nota: “por favor, cuida a tu padre, sus pastillas de la presión están en el buró, tienes que recordarle tomarlas, siempre lo olvida. Que no cene muy pesado porque si no ya no puede dormir. Te amo hijita”. Nunca supo que su amado esposo también se había agravado.

El sufrimiento de su padre fue peor, por trece torturantes días lo tuvieron en un piso del hospital recostado boca abajo para que pudiera respirar mejor. Cuando lograba hablar por teléfono con él, don Nicanor trataba de no angustiarla, pero al ver a tanta gente muriendo a su alrededor, terminó colapsando y el llanto se ahogaba en secos tosidos. Finalmente, una neumonía bacteriana terminó con su vida. Thelma no pudo ver a ninguno de los dos. La última vez, fue en la cena de su casa, justo tras el abrazo de su padre.

El funeral, también estuvo desértico. Todos temían contagiarse y morir. Ahí estaba llorando al pie de esas pequeñas cajas de cenizas en las que se convirtieron sus padres cuando sintió una mano en la espalda, era Ena.

¿Cómo era posible que, a escasas semanas de considerarse la mujer más dichosa del mundo, queriendo devorarse al universo, ahora se sentía miserable, sola, en una vida sin sentido? Al llegar a casa de sus padres, cogió del brazo a Ena para no desfallecer, una enorme caja se encontraba recargada a un lado de la puerta, era una mesa de billar.

 

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