El inmigrante salvadoreño Ricardo Barahona pule cada día las 184 bancas de granito, limpia las fuentes y se encarga junto a sus otros compañeros de mantener impecable el sitio solemne que recuerda a las víctimas del ataque terrorista contra el Pentágono en Arlington, Virginia, el 11 de septiembre de 2001.
El sonido del agua que corre bajo las bancas se mezcla con el ruido permanente de los aviones que despegan del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington, a la orilla del río Potomac, muy cerca del corazón del poder militar estadounidense en Virginia, donde los terroristas planificaron y ejecutaron el secuestro del vuelo 77 de American Airlines para estrellarlo en el ala oeste del Pentágono.
Ese fue el tercer avión secuestrado por Al Qaeda, minutos después de los impactos en las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, que dejaron 2.753 personas fallecidas, según registros oficiales, y un cuarto avión con 40 pasajeros y la tripulación estrellado en las afueras de Shanksville, Pensilvania. La cifra total de personas fallecidas fue de 2.977, sin incluir a los 19 terroristas.
Al recordar aquella fecha, Ricardo Barahona dice a la Voz de América que estaba trabajando en la cocina de un restaurante a poca distancia del Pentágono y que aquel día “cambió todo”, pero no se imaginó que dos años después empezaría a trabajar dentro del Pentágono y desde 2017 pasó a formar parte del equipo de mantenimiento del memorial, inaugurado el 11 de septiembre de 2008.
Recuerda haber llegado al Pentágono cuando estaba en pleno proceso de reconstrucción el ala oeste “y no dejaban llegar por dentro a esa zona” dice; en seguida señala desde el exterior del espacio reconstruido, y justo donde impactó el avión, en esa parte del edificio se observa un leve cambio en la pátina de las paredes y el material utilizado.
El exconcejal de la Junta de Gobierno de Arlington, Walter Tejada, primer hispano en ser electo para un cargo de elección popular en Virginia, dice al comentar sobre el fatídico 11 de septiembre de 2001 que “cada quién tiene su propia historia” de dónde estaba y qué hacía aquel día.
En su caso estaba en una reunión para negociar un seguro para un festival salvadoreño que se realizaría tres días después en Arlington, mientras trabajaba en la oficina del congresista Jim Moran, que representaba en el Congreso al norte de Virginia.
Pasadas las primeras horas Tejada comenta que decidió con su esposa acercarse al Pentágono para observar la magnitud de la tragedia, para su sorpresa, todavía estaban abiertos los accesos y pudo llegar justo a las afueras del emblemático edificio que para entonces no estaba cercado en su perímetro.
“Estacionamos por Columbia Pike, caminamos por la bajadita y llegamos hasta el otro lado de la calle, la cruzamos (…) pudimos ver esta ala que estaba destruida, el gran hoyo, el humo y llamas que todavía no habían terminado de apagar, había bomberos, policías y la destrucción”, dice en entrevista con la VOA desde el Memorial del 9/11 del Pentágono.
Aún recuerda el olor penetrante que emanaba de la escena. Aquellos recuerdos y ser testigo presencial dice le marcaron, sobre todo por lo que significó en adelante para Estados Unidos y los cambios drásticos en la política estadounidense en todos los temas y uno muy sensible para él como la inmigración.
En cercanía con el ala militar
Michael Hamilton, un operador turístico de la compañía The Good Comma, que viaja desde el estado de Ohio con grupos de turistas a Washington, recuerda que los atentados del 11 de septiembre de 2001 lo sorprendieron en 10º grado de secundaria.
Nunca olvidará el mensaje en altavoz del director de la escuela avisando a los estudiantes de que tenían que volver a casa porque un tercer avión había caído en el Pentágono y que “Estados Unidos estaba bajo ataque”, pero también porque el Departamento de Defensa no era ajeno a su familia, su padre un militar de carrera viajaba cada dos semanas al Pentágono en la capital estadounidense, pero esa día no estaba en Washington.
Para Hamilton, los viajes educativos con su compañía a la capital nacional y otros monumentos del país adquieren mucho valor, y dice que en Washington los monumentos a los héroes "son muy visibles" por las historias de los personajes, pero que las visitas al Memorial del Pentágono del 9/11 se vuelven más personales y únicas para los visitantes.
“Un monumento memorial como este, el Memorial del Pentágono del 11 de septiembre trata de los héroes silenciosos, la gente común que se presentó a trabajar", sin imaginarse que iba ser su último día, comenta a la VOA.
Y agrega que en la actualidad es un privilegio para él trabajar en estas clases de historia a cielo abierto con la gente para que aprendan a comprender mejor eventos como los del 11 de septiembre de 2001 que cambiaron la vida de los estadounidenses para siempre.
Los viajes periódicos llevan a entre 35 y más de 100 personas en los autobuses, “tratamos de hacer que cada experiencia se sienta como si fuera única y personal”, agrega. La empatía es un factor importante para enriquecer las visitas -dice- por lo que ir con amigos o familiares ayuda a asimilar mejor las visitas a estos sitios memoriales.
VOA/ doh