Opinión

El triunfo de Jesús en las tentaciones

Por José Manuel Suazo Reyes

El camino es apoyarse en la Palabra de Dios, no dialogar con el tentador y siendo drástico con ellas


Hemos iniciado el periodo de la cuaresma. La Iglesia católica se prepara durante estos cuarenta días para vivir la Pascua de Cristo. Mediante la escucha más atenta de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, la recepción de los sacramentos y la práctica de las obras de misericordia estamos llamados a recorrer este camino de conversión. El creyente medita su vida a la luz de la Palabra de Dios, revisa sus actitudes y busca su renovación.

El evangelio de este primer domingo de cuaresma (Mt 4, 1-11) y habla del triunfo de Jesús en las tentaciones que enfrentó en el desierto, se trata de una batalla contra el espíritu del mal que de ordinario propone un camino diferente al proyecto de Dios. La cuaresma es desde este sentido también un tiempo de lucha espiritual para progresar en los caminos del Señor. Es un tiempo de gracia que nos dispone para adherirnos de forma más decidida a la voluntad de Dios. El evangelio nos muestra el camino para vencer las tentaciones de la vida que buscan apartarnos de Dios.

Las tentaciones de Jesús en el desierto suceden inmediatamente después de que Jesús fue bautizado, ahí fue ungido por el Espíritu Santo y fue presentado como Hijo de Dios. San Mateo nos dice que Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto y ahí pasó 40 días y 40 noches sin comer. La imagen del número 40 invoca enseguida la experiencia de Moisés y del Profeta Elías, así como los cuarenta años de la travesía del pueblo de Israel en el desierto. El pueblo de Dios también experimentó el hambre y la sed y ahí en el desierto ciertamente no pudo superar la prueba porque murmuró contra Dios.

El desierto bíblico es por una parte el lugar de la muerte y de la soledad; es el lugar de la prueba donde uno puede perecer; en él habitan las fieras salvajes que ponen en peligro a quienquiera que lo atraviesa. Por otra parte también es un lugar donde se purifican las expectativas, un espacio donde la persona también se encuentra con Dios. Jesús, antes de comenzar su ministerio, fue al desierto conducido por el Espíritu. Es el mismo Espíritu de Dios que lo ha ungido en el bautismo y que ahora lo acompaña y lo impulsa desde el interior. Este Espíritu lo guiará durante todo su ministerio.

En el desierto Jesús supera tres tentaciones. La primera tentación es la de usar su dignidad de Hijo de Dios en beneficio propio.

Efectivamente en cuanto Hijo de Dios Jesús podía hacer milagros sólo que éstos eran para dar gloria a su Padre y para servir a los hermanos no para obtener algún beneficio personal como el que le propone el tentador. Jesús no cede a esta tentación y se apoya en la Palabra de Dios para reafirmar su convicción.

En la segunda tentación se le propone a Jesús poner a prueba a Dios. De ahí la invitación de satanás de lanzarse al vació porque Dios lo protegería. El demonio utiliza un pasaje de la Sagrada Escritura para seducir. Busca convencer a Jesús de poner a Dios a su servicio. Es un deseo ambicioso arropado de espectacularidad. De ahí la respuesta firme de Jesús, apoyada también con la Biblia de “No tentarás al Señor tu Dios”.

La última tentación toca la misión y la identidad de Jesús. Él ha venido a este mundo para ser rey y lo llevará a cabo por medio del servicio y la entrega de su propia vida. Por eso el mundo se someterá a él. El demonio le propone alcanzar esto ofreciéndole el dominio a condición de que caiga en la idolatría. Por eso Jesús nuevamente reafirma el principio bíblico de que sólo se debe adorar a Dios.

De esta manera Jesús nos muestra el camino de cómo enfrentar y superar las tentaciones. El camino es apoyarse en la Palabra de Dios, no dialogar con el tentador y siendo drástico con ellas. Estamos llamados a servir siempre a Dios, a usar los dones que Dios ha puesto en nuestras manos para hacer el bien y poner en el centro de nuestra vida la voluntad de Dios.